Keynes + 10

Clarín no te lo va a mostrar. Vení, pebete, te lo mostramos nosotros.

En los días previos al mundial, en mi familia hubo un serio debate. El disparador fue que yo acepté tener clase durante el partido debut de Argentina en el mundial. Me acusaron de gorila. Yo dije que no me molestaba el mundial, pero lo que sí me molestaba era la actitud de "no sos mundialista, sos un hijo de puta" porque después de todo, más allá de lo popular que es el fulbo, en el ' 78 también se gritaron goles y todos conocemos las varias complicidades que ha tenido la FIFA y los varios aspectos de Sudáfrica que el mundial no sacude al ritmo de waka waka. El problema es que no me expresé tan moderadamente, así que me siguieron acusando de gorila hipócrita. No todos somos Tomás Abraham, o como diría mi amigo personal Aníbal Fernández, "no es lo mismo una chica caprichosa que una choza chica en Capri". Los mundiales que viví, los viví con más o menos entusiasmo, al igual que cualquier evento deportivo mundial como los Juegos Olímpicos (que me conmueven hasta las lágrimas) o el Rally Dakar. Lo que me irritó puntualmente fue un informe de 6-7-8 (¿por qué somos tan oficialistas?) que básicamente decía que no disfrutar el mundial era como no disfrutar el Bicentenario. Paremos la mano, señores. Sostengo lo que sostuve: el mundial es sólo un juego. No puede llorar un país porque la selección nacional perdió, no se puede porque el mundial es un juego, y la regla nº 1 de cualquier juego es que se gana o se pierde. Me dijeron que el mundial era una instancia de festejo nacional y popular. Yo dije (un tanto más burlona que como lo digo acá) que si la idea era recuperar instancias de festejo popular, teníamos que celebrar todo por igual y yo no vi a nadie en el Obelisco cuando Curuchet sacó medalla de oro. La discusión no terminó en nada. Hoy, vivo el mundial con una moderación no característica de mi persona (y entiendo por qué la mayoría de la gente es moderada, está bastante bueno). Lo disfruto. Miro algunos partidos cuando tengo tiempo libre, hago un comentario sobre el tipo de juego que desplegaron y sobre los uniformes, me quejo o no de la transmisión, sigo primera en el prode familiar y cuando Argentina juega sufro un poco cuando la pelota no entra y disfruto mucho cuando los muchachos hacen un gol. No lo disfruto por mí, sino por ellos.

Sin embargo, creo que este mundial que toma lugar en el 2010 (no es un detalle menor) tiene algunas razones extra para festejar. En principio: El Diego. Vengo de tradición boquense, tanto que durante mi primera adolescencia fui habituée de la Bombonera. Vengo de tradición maradoniana, tanto que fue anécdota familiar de cabecera durante años la historia de cómo mi hermano una vez usó un mingitorio al lado de Maradona. Me llevé muy bien y muy mal con el fútbol, pero al que nunca dejé de bancar es a Diego. Nunca vi un director técnico tan lúcido, tan divertido, tan preciso y sobretodo, tan afectuoso con los jugadores. Eso hace que algunos periodistas ingleses y pacatos (o carentes de novedades mundialistas propias) se sonrojen pero "no es un detalle menor" claman historiadores repartidos por el mundo. Diego es una fiesta, desde sus enálage de persona hasta sus frases marca Maradona. Diego es como el Bicentenario. Y con eso digo todo.

Pero hay algo más importante para celebrar, que es la razón de este artículo y la inspiración para el título: en este mundial algo se fracturó. Retomando el elogio que Pablo Alabarces profirió a Diegote, en este mundial hay genio narrativo. Porque uno podría decir que el fracaso de los equipos de Europa Central se debe a que en sus ligas juegan demasiados sudamericanos, africanos y asiáticos. Uno podría decir eso, y también podría decir que lo peor de Clarín es la tipografía. Pero hay que mirar más allá, compañeros. Hay que entender que lo que fracasó en esta fase de grupos no es (sólo) la selección inglesa, francesa o española, es el modelo neoliberal. Cuando uno no regula el mercado, entra y sale cualquier cosa y uno no se preocupa por la producción local. Y cuando las papas queman, taza, taza, todo el mundo a su casa y uno se queda congelado, flotando arriba de una tabla con nada más que un collar boludo y la cara de Leo DiCaprio para sobrevivir, porque hasta los violinistas del Titanic se ahogaron. En el fulbo, en este mundial (esperemos que en todos), pasa lo mismo. Argentina forma jugadores. Forma Palermos, Clementes, Tévez, Burdissos, Messis, Agüeros, etc. Jugadores que después los (falsos) titanes neoliberales devoran, porque Keynes todavía no ajustó las puertas del estadio, pero jugadores argentinos al fin. En cambio, Europa no se preocupó más por formar jugadores, ¿para qué si Sudamérica está lleno de chicos jóvenes con el bolsillo abierto y las piernas rápidas? Estoy segura de que si miran cualquier placita británica (y en todas hay chicos jugando) encuentran varios Messis, pero hay que cuidar a los chicos. Y cuesta más que comprar un paquete terminado como Tévez, que hasta trae carisma, pero después garpa. En este mundial, en la cancha están jugando Keynes y Hayek. Y adivinen quién gana.

Ahora sí, festejando el mundial (y el modelo), vayamos como Maradona trabajando partido a partido y ajustemos lo que falta: proteger a nuestros chicos y enseñarle a putos como Abramovich que Boca (la de los hinchas, que no son Macri) es más grande que cualquier corporación.