Entradas

La ventana abierta

Imagen
Siempre amé las telenovelas. Hábito compartido con mis abuelas, lenguaje de infancia, primera aproximación al mundo romántico. Telenovelas de aquí o de otras latitudes, en general latinoamericanas. También españolas, en verdad. Telenovelas que eran mi idioma. Pero desde hace unos años, mi relación con ese género que aún considero amoroso y necesario, se volvió errático. Porque ya no puedo sentarme a una hora fija a ver la tele, porque durante unos años no tuve tele en el living ni en mi habitación, porque Netflix y sus series ganaron mi atención y mi tiempo, porque así le pasó a muchos en este país con las nuevas plataformas y fundamentalmente con internet. Simplemente, para mí, ocurrió. Pero siempre quedó ese hábito de leer en las secciones de espectáculos qué se estrenaría por qué canal y con qué elenco contaría la nueva novela de turno. Creaba expectativas que después quedaban en la nada al no seguir el programa a diario. Cualquier inconveniente se transformaba en excusa para dejar

El extrañamiento propio

Imagen
Hace diez años pude viajar a Italia. Yo tenía 16 años y me quedaba en la casa de una chica de mi edad, de Turín. Estábamos,con un grupo de compañeros del colegio, en un viaje de intercambio. Me acuerdo que cuando nosotros llegamos, justo había una especie de concentración/marcha a la que iban a asistir los estudiantes secundarios italianos (la primera en sus vidas). Las autoridades del colegio de allá no quisieron que los argentinos fuéramos, porque si pasaba algo, no querían tener problemas. También me acuerdo pensar que nosotros, con 16 años, teníamos muchas marchas encima, por el 24 de marzo, por reclamos a la rectoría de la Universidad, por el aniversario de La Noche de los Lápices (película que vimos con los estudiantes italianos, incrédulos, conmovidos, llorando a moco suelto). Pero bueno, no nos dejaron ir. Entonces le pregunté a la chica que me hospedaba cómo era la manfiestación. Y me sorprendió su respuesta: tenía un horario pactado, un lugar fijo, hasta un programa de orado

Flor de un día

Imagen
Brilliant detective, total dick . Así es el lema de la serie. Así es Everett Backstrom.  Departamento de Policía de Portland. Unidad de Crímenes Especiales. Un equipo criminológico poco convencional, y a la cabeza de esta descripción, su jefe, Backstrom, que le da nombre a la serie. Protagonizada por el genial Reinn Wilson, a quien amamos como Dwight en The office , Backstrom es una serie que desde el principio nos recuerda a Dr. House pero en una estación de policía en vez de un hospital. Quizá Everett no sea tan apuesto como Greg y a su vez tampoco es rengo, pero es diabético,tiene sobre peso, es alcohólico y su corazón es más grande de lo que debería. Everett vive con un arrendatario gay del bajo mundo que lo conecta con el mercado negro y seres turbios de la noche del crimen. Val, quien resulta ser su hermano, también es la mayor diferencia con House. Me dirán que House lo tenía a Wilson. Es cierto. Pero los personajes son distintos (bastante), así como también la ll

Teenage wasteland

Imagen
¿Cómo enfrentamos lo que nos aterra? O peor aún, qué hacer frente a lo desconocido. Las películas de terror y de suspenso todo el tiempo nos ponen cara a cara con aquellos miedos que todos ya conocemos (aunque no todos los hemos vivido): el asesino que se cuela en nuestras casas una callada noche de invierno, el ser extraño que ronda los alrededores suburbanos y que siempre encuentra al viajero solitario en medio de la noche, los ruidos extraños que vienen de atras de puertas donde se supone no hay nada, la sombra y la respiración que parece seguirnos por calles inhóspitas (aún peor para las chicas, que evocan otros miedos). Qué hacer con ese monstruo que podría estar oculto en la habitación en penumbras. Nos da miedo la oscuridad, nos da miedo la soledad, la noche, la casa vacía, el barrio desértico, el pueblo donde nunca pasa nada (realidad tan abstracta para los citadinos como yo, tan de ciencia ficción como cualquier novela). Qué hacen las personas solas en estas situaciones. Y no

El aguante

Imagen
En el hall central del colegio secundario al que fui había placas conmemorativas de los cientos de chicos desaparecidos. Una en particular siempre me impactó (o mejor dicho, me impactó de una vez y para siempre). Era pequeña, apenas un puñado de nombres. Espejada. Ibas leyendo los nombres y probablemente no le prestaras atención a tu propia mirada reflejada. Hasta que la última línea decía "así se veían". Y sólo te quedabas con tus propios ojos, a la misma edad de muchos de los que habían sido secuestrados hace ya hoy 40 años. Imposible no identificarse, aunque ahora mismo sólo recuerde un nombre de los que aparecían (vaya palabra) en esa placa. Imposible no sentir en carne propia esa ausencia, esas muertes. Necesitar incluso saber de ellos, qué hacían, qué les gustaba, cómo se veían. De alguna manera entender por qué ellos (o si podría pasarnos a nosotros, o de si haber estado vivos en los 70 y en ese mismo colegio podríamos haber sido nosotros). Más allá de lo que me hubie

¿Yo qué soy?

Imagen
¿Cómo construímos nuestra propia identidad? No es un proceso solitario ni individual, incluso cuando pensemos que hay cosas personales, familiares, que sólo nos atañen a nosotros mismos. Somos parte de un conjunto social, de un momento histórico, de un país y su trayectoria. Venimos a insertarnos en una historia familiar y social que ya está en plena marcha para cuando nacemos. Uno de los derechos primordiales es aquel que nos permite entender quiénes somos. Pero existen casos en donde no es tan sencillo llegar a saber cuál es nuestro apellido, quiénes fueron nuestros padres o siquiera dónde están. Esta es un poco la historia de Ida, la falta de historia, la frágil memoria que quiso ser destruida...pero al final siempre hay algo que emerge.  Ida es una novicia a punto de tomar sus votos. Poco antes de esa ceremonia, conoce a su tía -ella, que siempre fue huérfana y se crió como tal en un convento católico de la Polonia de los 60- una ex procuradora del partido, que luchó por la pa

Got a ticket for my destination

Los viajes siempre nos hacen comparar cosas. Para bien o para mal o para niguno de los dos lados. Comparamos nuestras vidas con las de las personas que viven en el nuevo destino; comparamos los tiempos, los ritmos, los colores; comparamos las rutinas y los lugares. Un poco nos queremos correr de nuestro propio mundo y un poco ponemos ese mundo en el centro, como el parangón o la vara que nos permite, efectivamente, comparar. Pero es que no podemos sacarnos ese universo propio, ese "belonging" de nuestros hombros, de nuestras mentes y de nuestro corazón incluso. Es parte de nosotros. Así llega esa comparación que no sólo es un mero placer de observador sino que a veces nos lleva a preguntarnos "¿me gusta más o menos que lo que pasa en casa?". Tampoco sé si eso es malo. Sólo digo que a veces pasa.  Vuelvo de un viaje a otro país. Son los viajes que menos he realizado en mi vida. Y uno de los pocos a un lugar donde no hablan mi idioma, aunque sean lenguas emparent