Cada cosa en su lugar, despacito y sin romper, que mañana hay que volver.
Se viene un momento de desahogo. O de denuncia. O de ambos. Que alguien me explique cómo puede ser que en las librerías (por librería quiero decir un lugar en el que venden libros, y no un depósito, ni un club de amigos, ni una secta, ni una de esas cosas siniestras que los vendedores de librerías creen que son) no sepan ordenar los libros que ofrecen. Porque no hay nada peor que entrar a una librería con las ganas con las que uno entra, como si fuera el primer día de vacaciones, y tener que irse con las manos vacías porque las direcciones dadas en ese antro repleto de libros non gratos eran imprecisas. Así que vengo a denunciar estas representaciones del infierno que circulan libres por la calle bajo el nombre librería. Hasta donde yo sé hay cuatro tipos de librerías:
a) La librería ordenada "a la que te criaste": las escrituras sagradas dicen que los encargados de ordenar libros pensaron que si los mezclaban parecían más intelectuales porque así el potencial cliente está obligado a pasar por psicología, cine, historia, esoterismo, autoayuda, niños, cine, viajes, arte, cine, clásicos, cine, misceláneos y esoterismo para llegar a ficción latinoamericana. Y eso es si uno encuentra algún que otro ejemplar de ficción latinoamericana, porque también se pueden pasar horas sin que uno descifre el código secreto que revela que todo lo interesante está en depósito y, a menos que conozcas la contraseña de los libreros, no vas a acceder. Por lo general, sudando y con palpitaciones uno se acerca a un vendedor y pregunta por ________ (inserte sección deseada aquí), a lo cual el vendedor con un gesto vago y un balbuceo responde "ehm..por allá". Uno invitaría al potencial cliente de al lado a descorchar para el brindis, hasta que llega a destino y descubre la cruel realidad: esa sección no existe, o no se encuentra ahí donde debía estar. La frustración, la humillación, la furia. Son esos sentimientos los que nos evitan el trámite por segunda vez porque en ese momento, arrastrando los pies y resoplando, uno deja la librería para investigar otra.
b)La librería anárquica: los bolsillos de tu tapado están más ordenados, y más limpios. No hay opción, es cuestión de agacharse, ponerse en cuclillas, estirarse, contornearse, acalambrarse, masajearse y volver a empezar. Y así uno muda pilas de libros, mira otras, patea accidentalmente otras, quiere llegar a algunas pero se cansa muy rápido. Pueden pasar varias cosas en un lugar así. Uno puede encontrar lo que quiere, aferrarse al bendito libro como a un crucifijo, preguntar por el precio y, si el precio es razonable, llevárselo a casa como la última conquista de un sábado a la noche. Uno puede no encontrar nada, insultar al vendedor por desordenado y apretar los labios antes de pronunciar una típica sentencia argentina de la índole de "no tiene ni ganas de laburar". También se puede encontrar el libro perfecto, el soñado, el más codiciado. Pero claro, para cuando terminaste, te olvidaste dónde estaba, el señor que entró dos segundos después se lo llevó o ya ni te acordás qué era (pasa más seguido de lo que uno cree). Y en el peor de los casos te acordás qué era, dónde estaba, lo vas a buscar y lo encontrás. Te acercás con la excitación de un niño en Noche Buena y el vendedor, que tiene que tomarse la molestia de bajar el diario que está leyendo, pronuncia un precio indignante. Otra vez a la calle.
c) La librería ordenada pero desierta: las secciones son perfectas, son claras, se las ve desde la entrada. La librería es amplia, cómoda, bien iluminada. Es más, mientras te acercás a la sección de tu preferencia, advertís que los libros están dispuestos en orden alfabético. Todos los libros. Bueno, los tres libros que tienen en estantes. Buscás Bolaño y no está, buscás Lugones y no está, buscás Dorfman y no está. En un estado febril sobrevolás las vocales, después las consonantes. Ellos tienen tres libros: uno de cuentos de Borges, uno de crítica literaria sobre Borges y el último de Andrés Neuman. ¿Y el resto? Se agotaron, el vendedor te dice que ahora no los tiene pero que son geniales, que deberías leerlos. Los van a buscar al depósito, esperás veinte minutos y vuelven con las manos vacías, cara de nada y restos de yerba mate en los dedos. O peor, el vendedor no sabe ni de qué le estás hablando, le mencionás a Balzac y cree que es un medicamento.
d) La librería que está hecha de la materia de la que están hechos los sueños: es limpia, ordenada, grande. Todos los libros que querés están ahí. Todos los libros que no querés, ni conocés pero que son perfectos para vos están ahí. Algún que otro libro vergonzoso o que no te gustó está ahí, porque si no podés criticar a alguien no leíste nada, ¿no?
Pero yo puedo lidiar con una bateas terrenales, con gente, con poca luz, con estantes demasiado bajos o demasiado altos. Ni siquiera pido un orden temático, sólo quiero orden alfabético. Orden alfabético por apellido de autor. Es fácil, ¿no? Aparentemente no.
a) La librería ordenada "a la que te criaste": las escrituras sagradas dicen que los encargados de ordenar libros pensaron que si los mezclaban parecían más intelectuales porque así el potencial cliente está obligado a pasar por psicología, cine, historia, esoterismo, autoayuda, niños, cine, viajes, arte, cine, clásicos, cine, misceláneos y esoterismo para llegar a ficción latinoamericana. Y eso es si uno encuentra algún que otro ejemplar de ficción latinoamericana, porque también se pueden pasar horas sin que uno descifre el código secreto que revela que todo lo interesante está en depósito y, a menos que conozcas la contraseña de los libreros, no vas a acceder. Por lo general, sudando y con palpitaciones uno se acerca a un vendedor y pregunta por ________ (inserte sección deseada aquí), a lo cual el vendedor con un gesto vago y un balbuceo responde "ehm..por allá". Uno invitaría al potencial cliente de al lado a descorchar para el brindis, hasta que llega a destino y descubre la cruel realidad: esa sección no existe, o no se encuentra ahí donde debía estar. La frustración, la humillación, la furia. Son esos sentimientos los que nos evitan el trámite por segunda vez porque en ese momento, arrastrando los pies y resoplando, uno deja la librería para investigar otra.
b)La librería anárquica: los bolsillos de tu tapado están más ordenados, y más limpios. No hay opción, es cuestión de agacharse, ponerse en cuclillas, estirarse, contornearse, acalambrarse, masajearse y volver a empezar. Y así uno muda pilas de libros, mira otras, patea accidentalmente otras, quiere llegar a algunas pero se cansa muy rápido. Pueden pasar varias cosas en un lugar así. Uno puede encontrar lo que quiere, aferrarse al bendito libro como a un crucifijo, preguntar por el precio y, si el precio es razonable, llevárselo a casa como la última conquista de un sábado a la noche. Uno puede no encontrar nada, insultar al vendedor por desordenado y apretar los labios antes de pronunciar una típica sentencia argentina de la índole de "no tiene ni ganas de laburar". También se puede encontrar el libro perfecto, el soñado, el más codiciado. Pero claro, para cuando terminaste, te olvidaste dónde estaba, el señor que entró dos segundos después se lo llevó o ya ni te acordás qué era (pasa más seguido de lo que uno cree). Y en el peor de los casos te acordás qué era, dónde estaba, lo vas a buscar y lo encontrás. Te acercás con la excitación de un niño en Noche Buena y el vendedor, que tiene que tomarse la molestia de bajar el diario que está leyendo, pronuncia un precio indignante. Otra vez a la calle.
c) La librería ordenada pero desierta: las secciones son perfectas, son claras, se las ve desde la entrada. La librería es amplia, cómoda, bien iluminada. Es más, mientras te acercás a la sección de tu preferencia, advertís que los libros están dispuestos en orden alfabético. Todos los libros. Bueno, los tres libros que tienen en estantes. Buscás Bolaño y no está, buscás Lugones y no está, buscás Dorfman y no está. En un estado febril sobrevolás las vocales, después las consonantes. Ellos tienen tres libros: uno de cuentos de Borges, uno de crítica literaria sobre Borges y el último de Andrés Neuman. ¿Y el resto? Se agotaron, el vendedor te dice que ahora no los tiene pero que son geniales, que deberías leerlos. Los van a buscar al depósito, esperás veinte minutos y vuelven con las manos vacías, cara de nada y restos de yerba mate en los dedos. O peor, el vendedor no sabe ni de qué le estás hablando, le mencionás a Balzac y cree que es un medicamento.
d) La librería que está hecha de la materia de la que están hechos los sueños: es limpia, ordenada, grande. Todos los libros que querés están ahí. Todos los libros que no querés, ni conocés pero que son perfectos para vos están ahí. Algún que otro libro vergonzoso o que no te gustó está ahí, porque si no podés criticar a alguien no leíste nada, ¿no?
Pero yo puedo lidiar con una bateas terrenales, con gente, con poca luz, con estantes demasiado bajos o demasiado altos. Ni siquiera pido un orden temático, sólo quiero orden alfabético. Orden alfabético por apellido de autor. Es fácil, ¿no? Aparentemente no.
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