¿Por qué no puedo ver Buttman?


¿Por qué no puedo ver Buttman?

Hace tiempo que este artículo viene fermentando en mi brainstorm privado e individual. Hace tiempo viene rondando mi cabeza escribir esto porque, a la edad que tengo (ver perfil), ya es hora de poner fin a una duda existencial: ¿por qué está mal visto ver películas pornográficas? Ya sé lo que usted, lector, está a punto de decir. Usted quiere argumentar que no está mal visto, que usted lo charla con sus amigos, que lo hace con su pareja, que lo hace a solas o acompañado porque cualquier bondi lo deja, que es algo que le impone la sociedad pero no es culpa de nadie. A estos múltiples argumentos respondo con una situación hipotética, lector, si es tan amable de acompañarme en este viaje de ida. Clase de ______ (inserte idioma aquí), primeros minutos. Este es el momento en el que para “entrar en calor”, el docente pregunta a los alumnos qué hicieron el fin de semana. Si uno quiere hacer un comentario breve puede, pero si quiere explayarse puede hacerlo también. Llega el momento crucial en el que el docente, en el idioma elegido, le pregunta a usted qué hizo el fin de semana. Aquí no hay presión porque nadie espera nada, si uno quiere explicar por qué lo hizo puede, lo único que importa es hablar. ¿Por qué nadie dice que estuvo mirando Ass now, ass later I, II y III? Las películas porno no se filmarían si no tuvieran público. Entonces, invito a quien corresponda a responder, ¿quién las mira? Mutis por el foro.
Lo peor de todo es que si voy al MALBA a ver cine porno mudo de Uzbekistán está perfecto, porque ahí trabaja el intelecto y la libido la dejé en los otros pantalones. Si leo un libro de Alan Pauls (¿creían que se salvaban?) y me apuro a leer para disfrutar particularmente las escenas de sexo oral, penetración con botellas, voyeurismo, eyaculaciones espontáneas y demases es porque soy una persona interesante. Pero claro, si me quedé en casa comiendo pomelo con azúcar y mirando Cream my crack es denigrante, vergonzoso, ofensivo, demasiada información, obsceno, hasta perversión gritan en las últimas filas de la platea cibernéstica.
Porque soy un ser urbano en el camino pero sin la ayuda de Gasti y porque estoy harta de la hipocresía, me propuse escribir un elogio del cine porno. Ahí vamos.
Las películas pornográficas son buenas porque:
a) no son perjudiciales para la salud, como lo son el tabaco, Nicolás Pauls y el corpiño con aro;
b) tienen los mejores títulos que uno pueda imaginar, de la índole de White trash girls love big black monster cock (andá a hacer eso en el “Dígalo con mímica”), Crack to the future, Josie & the pussycats, Las Tortugas Pinja, Harry Petter y la Cámara Secreta, etc;
c) entregan lo que prometen. Son un argumento flojo, con la promesa de sexo. No se diferencian en nada de los musicales y las películas de acción. Malos diálogos, trama inexistente pero mucha coreografía. Si uno mira una película de Fred Astaire no es por los diálogos, que nos recuerdan a Shakespeare y Aristófanes, es por la escena de tap. Si uno mira Duro de matar IV es para confirmar la anunciada mala actuación de Bruce Willis y para ver cómo derriba un helicóptero con un auto (gracias, Bruce, por tanta magia). De la misma manera, si alquilás Buttman, no esperes una explicación de las tres clases de amor en el marco del neoplatonismo florentino, porque lo único que vas a obtener es escenas de sexo entre Buttman y la Buttychica en el Buttymóvil, en la Buttycueva y en algún lugar peligroso. Si somos afortunados, también se van a sumar el Pingüino (nunca fue tan apropiado su nombre), Alfred y Robin;
d) no encontraste un argumento convincente para afirmar lo contrario;
e) no presenta mitocondrias;
f) todas las anteriores.

Comentarios

  1. Por supuesto como siempre no puedo agregar nada porque Por(o)thos habló por mí. Sólo quiero decir: siempre y cuando Buttman sea Christian Bale, con verruga y todo, es legal y hasta moralmente correcto.

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  2. Bueno, lo prometido es deuda y finalmente pude deleitarme con el artículo en defensa del mundo pornográfico de Porthos. Aprovecho (de paso, cañazo) para denunciar a Berlusconi por haber aumentado los impuestos a la filmografía porno, en un acto no sólo execrable sino totalmente hipócrita. Berlu, de onda, somos pocos y nos conocemos mucho. Pero sin querer irme por las ramas, aplaudo a este artículo que finalmente hace un llamamiento colectivo a quitarnos las caretas y decir yo soy lo que soy, no tengo que dar excusas por eso. Y antes de concluir, una transcripción quizá poco fiel –ya que es citada de memoria- de una escena de Bruno Sierra más que ilustrativa del artículo y su significado:

    Dos guardias civiles, un hombre y una mujer. Ambos se desean mutuamente pero ella es muy orgullosa para admitirlo y él, no sé, es medio gil. Ella sale con un forense, claramente para darle celos al guardia civil llamado Pablo. Cómo será que el forense coquetea con ella en la cara de Pablo. Entonces, el tan mentado Pablo le pregunta a la joven qué es lo que ve en ese boludo y hete aquí el diálogo:

    -¿Quieres saber qué le veo? Pues, además de que conoce a la perfección la anatomía humana y que es clavado a Johnny Depp, con él puedo hablar de cine, de teatro, de literatura, de pintura. Porque él lee a Marcel Proust, por eso.

    Pablo la mira detenidamente y en silencio. Tensión, el aire se corta con cuchillo desafilado. Finalmente, le responde.

    -Tienes razón. Yo soy más de follar.

    ¿Será esa la diferencia entre porno y lo que se dice cultura refinada? Yo no lo veo tan así –hablar de Proust puede ser excitante y mucho más prometedor que el sexo salvaje porque además es impredecible e infinito- pero sin duda, es hora de abandonar los prejuicios y el qué dirán.

    Porthos, gracias y hasta la victoria, siempre.

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