All I wanna do is have some fun
Saliendo de la denuncia y del cientificismo, hoy quiero hablarles –o escribirles, mejor dicho- acerca de mi sábado a la noche, digamos, domingo de madrugada. Muchos pensarán que va a ser un embole, que es narcisista, que no tengo nada mejor que publicar. Así es. En realidad, no del todo porque no es aburrido. Prepárense, lectores, para este encuentro del tercer tipo que pasaré a relatar.
Sábado, después de haber estado afuera de casa desde las 10 de la mañana y haber vuelto a las 9 de la noche. Sábado, después de haber estado trabajando con niños, cortando torta y ensuciándome las manos con témpera bajo el sol abrasante y los 33 grados de sensación térmica. Sábado, después de haber viajado con una persona encima mío en un auto desde el barrio de Glew hasta Constitución. Sábado a la noche te paso a buscar a bailar el wadu wadu que te va a gustar. Cumpleaños de una querida amiga. Cena en su casa con demás mujeres de 18 años. En ese día, quien les escribe había probado cinco variedades diferentes de torta. Y comido un sándwich de vitel toné Finalmente, las doce de la noche. Nueve mujeres nos subimos a un auto –nuevamente, alguien encima mío pero sólo desde Villa Urquiza hasta Belgrano- y nos tiramos de cabeza a la noche que aún está en pañales. Ya promete una película de terror, mínimamente. Belgrano, después de un breve viaje con las piernas semi-apachurradas y Callejeros sonando a todo volumen. Caminamos un par de cuadras, compramos coca-cola, pues la popular tenía que colocar el Fernet en algún lugar y la verdad que meterlo en la cartera trae aparejado varios inconvenientes, a saber:
1- Se pegotea todo y después, Mandraque saca la mancha
2- Tomar Fernet con sabor a cuerina es un asco
3- Todavía no estaban borrachas
4- Tampoco eran enfermas mentales
5- Siempre, ley de vida, en una noche típicamente adolescente hay que comprar coca-cola aunque en el kiosco abierto a las 00.27 de la noche te la cobren a ocho mangos
Una vez enumeradas las razones por las que la coca-cola fue una compañera de ruta, nos dirigimos a la parada del 113 y nos vamos para Villa Luro. Sí, somos re heavy. Después de subir y ubicarnos en nuestros asientos entre demás civiles, un grupo de mujeres –léase, todas menos yo- comenzó en medio del bondi a realizar su místico brebaje –que, debo aclarar aunque me odie media juventud, me parece horrible- entre la risa y los gritos y la mirada aterrada de la gente. Cuarenta minutos después y unos cuantos tragos espumosos, llegamos a Rivadavia al 8300. Ustedes se dirán, con razón, ¿qué mierda hacíamos ahí? Bueno, paso a comentar que en realidad estábamos yendo a la casa de un compañero que había cumplido años esa semana y que lo festejaba en su hogar. También quiero decir que había puesto su invitación en facebook, cosa que me enteré mucho tiempo después, lo cual explica plenamente la razón por la cual estaban presentes ciertos sujetos que ni el cumpleañero conocía. Y, dicho esto, llegamos a la casa del querido Lucho. En la esquina de su morada, para hacer el relato un poco más pintoresco, había dos travestis haciendo su labor.
Tocamos el timbre. Sale un viejo conocido con una jarra de Fernet aprisionada entre sus brazos y otro viejo conocido con un pañuelo rosa en la cabeza. Yo, que hace mucho que me no encuentro en estas quijotadas, sabía ya desde antes del 113 lo que podía ocurrir. Pero la sola imagen de los ojitos rojos bastó para confirmar todas mis hipótesis.
En la casa no había mucha gente. La mayoría, amigos y conocidos. Pero de repente, y créame, señor lector, que no me di cuenta cuándo ni cómo, aparecieron en esa misma casa como sesenta personas. Personajes, diría. Podría dar una descripción del ambiente minuciosa, pero como no quiero atosigarlos, lo voy a puntualizar en este breve resumen:
1- Olor a porro
2- Botellas vacías
3- Dos ‘pistas’ de baile: en una pasaban Chayanne y en otra, reggaeton; o a veces, en una pasaban Arjona y en la otra, reggaeton; o quizá, en una pasaban cuarteto y en la otra, reggaeton.
4- Gente del colegio que uno creía muerta –como, y esto es para los entendidos, Chori, el Presi, Lucas Expósito, Goyo, Boris, Marbo, Tomy Grinschpun (no sé si se escribe así), Pedro, Maltz y sigue la gilada o debería decir gedencia-.
5- Gente que uno creía muerta, gente que uno ve a menudo, gente a la que aprecia, gente a la que no se banca, gente a la que uno no vio nunca en su puta vida. Pero todos tienen un factor común: la ebriedad.
6- Cavi
Bien. Una vez descrito el ambiente, podemos empezar a decir algunos hechos puntuales. Por ejemplo, que se te acerque alguien y te ofrezca un Fantino. Sí, damas y caballeros, una mezcla de fanta y vino. Porque el típico Fernet ya es un tío de la familia. O que alguien –que aparentemente estudia en la ENERC- ande paseando por todo el recinto con una azucarera en la mano sin razón que salte a la vista. O que un gran amigo al que sólo los pertenecientes a un círculo electo identificamos como Save se haga un té de arándano a las tres de la mañana. Y luego reincida a las cuatro y media con un té común pero que fue estropeado con Fernet por otro gran amigo al que llamaremos Dele. Pero hay dos hechos que me impactaron y que me gustaría compartir con ustedes, audiencia querida.
Promediando la velada, un sujeto al que el cumpleañero sólo conocía de vista y que tenía un bigote parecido al de Asterix se queda dormido en una pequeña mesa, con la cabeza apoyada sobre la pared de azulejos. Sus amigos, siempre listos y con una botella en la mano, comienzan a ponerle cosas en el pelo, como papel higiénico, sin que el muchacho se despierte. Pero eso no es lo raro ni lo impactante. Lo mejor es cuando toman el rollo de papel film y le empiezan a atar la pierna –desde el muslo- a la mesa mencionada. Es decir, el sujeto, profundamente desmayado, quedó atado a la mesa por el rollo de film. De hecho, yo me fui de ahí pasadas las cinco y el hombre seguía en la misma condición. Pasemos al segundo hecho, que ocurre a tan sólo dos pasos del sujeto atado a la mesa.
Hornallas. El mencionado Save se está haciendo un té, el tercero. Yo me acerco con un saquito ya usado –hay que ahorrar, vio- y me quedo esperando que el agua hierva. Un hombre desconocido está al lado mío con una fuente de plástico naranja que tiene adentro ñoquis. En una de las seis hornallas, una olla con salsa roja cocinándose. El hombre desconocido sumergía uno a uno los ñoquis en la salsa y se los comía. Simpáticamente me ofrece comer también. Simplificando la escena, le digo buen provecho y me alejo con el saquito aún en la mano. Breves instantes después, se acerca Save con el agua caliente y me comenta que el hombre desconocido de los ñoquis le había pedido el agua sobrante de la pava y había puesto unos huevos a cocinar en ella. En la pava.
Puede ser que para muchos no sea tan terrible. Pero ahora voy a relatar la historia de un sujeto que parecía peruano y que comenzó a gritar en el medio de la cocina y a levantarse la remera y a fingir que tocaba una guitarra eléctrica. Hasta ahora, parece un recital de Metallica en la cocina de Lucho. Pero lo importante es que en medio de tanta euforia el sujeto peruano y guitarrista tomó una botella vacía de cerveza y la arrojó al piso, partiéndola en mil pedazos. En ese instante, el gato que estaba debajo de la mesa salió corriendo y nuestra querida cumpleañera Vicky saltó de la silla en la que se estaba quedando dormida y colocó detrás de la escalera caracol del medio del living que subía a las habitaciones. Sé que parece mentira pero tengo testigos varios que pueden confirmarlo.
Podría explayarme en historias menores –me saludó Jule y después me di cuenta de que en una riñonera que tenía debajo de la camisa guardaba ciertas cosas de las cuales no es necesario decir nada más-; podría decir cómo hablé con el querido Vile acerca de la película de Campanella mientras en el patio se caía el mundo; podría contar cómo Lucho me mordió el brazo; o podría hacer un párrafo final y despedirme. Claramente, me quedo con la última opción.
En fin, una fiesta más en el prontuario de fiestas de cumpleaños de un amigo que invita a todo el que pase caminando con un poco de alcohol, con un poco de droga y te lo comes tú y sales a bailar. Pero hablando seriamente, es increíble cómo siempre la realidad supera la ficción. Uno siempre termina volviendo en un auto, pongamos que el de Fran, viajando encima de alguien, pongamos que de Cavi que le gritaba pillo a todos los que pasaban por la calle un domingo a las cinco de la mañana, y tomando un colectivo para volver a casa de alguien más, pongamos un 168 ex 90 en Chacarita para ir a lo de Vicky. Y pienso en Ricardo Arjona cuando le pregunta a Freud, en una canción: ¿será, doctor, que esto me pasa sólo a mí o a todo el mundo? Y el doctor me contestó ‘no hay quien se salve de este asunto’.
Sábado, después de haber estado afuera de casa desde las 10 de la mañana y haber vuelto a las 9 de la noche. Sábado, después de haber estado trabajando con niños, cortando torta y ensuciándome las manos con témpera bajo el sol abrasante y los 33 grados de sensación térmica. Sábado, después de haber viajado con una persona encima mío en un auto desde el barrio de Glew hasta Constitución. Sábado a la noche te paso a buscar a bailar el wadu wadu que te va a gustar. Cumpleaños de una querida amiga. Cena en su casa con demás mujeres de 18 años. En ese día, quien les escribe había probado cinco variedades diferentes de torta. Y comido un sándwich de vitel toné Finalmente, las doce de la noche. Nueve mujeres nos subimos a un auto –nuevamente, alguien encima mío pero sólo desde Villa Urquiza hasta Belgrano- y nos tiramos de cabeza a la noche que aún está en pañales. Ya promete una película de terror, mínimamente. Belgrano, después de un breve viaje con las piernas semi-apachurradas y Callejeros sonando a todo volumen. Caminamos un par de cuadras, compramos coca-cola, pues la popular tenía que colocar el Fernet en algún lugar y la verdad que meterlo en la cartera trae aparejado varios inconvenientes, a saber:
1- Se pegotea todo y después, Mandraque saca la mancha
2- Tomar Fernet con sabor a cuerina es un asco
3- Todavía no estaban borrachas
4- Tampoco eran enfermas mentales
5- Siempre, ley de vida, en una noche típicamente adolescente hay que comprar coca-cola aunque en el kiosco abierto a las 00.27 de la noche te la cobren a ocho mangos
Una vez enumeradas las razones por las que la coca-cola fue una compañera de ruta, nos dirigimos a la parada del 113 y nos vamos para Villa Luro. Sí, somos re heavy. Después de subir y ubicarnos en nuestros asientos entre demás civiles, un grupo de mujeres –léase, todas menos yo- comenzó en medio del bondi a realizar su místico brebaje –que, debo aclarar aunque me odie media juventud, me parece horrible- entre la risa y los gritos y la mirada aterrada de la gente. Cuarenta minutos después y unos cuantos tragos espumosos, llegamos a Rivadavia al 8300. Ustedes se dirán, con razón, ¿qué mierda hacíamos ahí? Bueno, paso a comentar que en realidad estábamos yendo a la casa de un compañero que había cumplido años esa semana y que lo festejaba en su hogar. También quiero decir que había puesto su invitación en facebook, cosa que me enteré mucho tiempo después, lo cual explica plenamente la razón por la cual estaban presentes ciertos sujetos que ni el cumpleañero conocía. Y, dicho esto, llegamos a la casa del querido Lucho. En la esquina de su morada, para hacer el relato un poco más pintoresco, había dos travestis haciendo su labor.
Tocamos el timbre. Sale un viejo conocido con una jarra de Fernet aprisionada entre sus brazos y otro viejo conocido con un pañuelo rosa en la cabeza. Yo, que hace mucho que me no encuentro en estas quijotadas, sabía ya desde antes del 113 lo que podía ocurrir. Pero la sola imagen de los ojitos rojos bastó para confirmar todas mis hipótesis.
En la casa no había mucha gente. La mayoría, amigos y conocidos. Pero de repente, y créame, señor lector, que no me di cuenta cuándo ni cómo, aparecieron en esa misma casa como sesenta personas. Personajes, diría. Podría dar una descripción del ambiente minuciosa, pero como no quiero atosigarlos, lo voy a puntualizar en este breve resumen:
1- Olor a porro
2- Botellas vacías
3- Dos ‘pistas’ de baile: en una pasaban Chayanne y en otra, reggaeton; o a veces, en una pasaban Arjona y en la otra, reggaeton; o quizá, en una pasaban cuarteto y en la otra, reggaeton.
4- Gente del colegio que uno creía muerta –como, y esto es para los entendidos, Chori, el Presi, Lucas Expósito, Goyo, Boris, Marbo, Tomy Grinschpun (no sé si se escribe así), Pedro, Maltz y sigue la gilada o debería decir gedencia-.
5- Gente que uno creía muerta, gente que uno ve a menudo, gente a la que aprecia, gente a la que no se banca, gente a la que uno no vio nunca en su puta vida. Pero todos tienen un factor común: la ebriedad.
6- Cavi
Bien. Una vez descrito el ambiente, podemos empezar a decir algunos hechos puntuales. Por ejemplo, que se te acerque alguien y te ofrezca un Fantino. Sí, damas y caballeros, una mezcla de fanta y vino. Porque el típico Fernet ya es un tío de la familia. O que alguien –que aparentemente estudia en la ENERC- ande paseando por todo el recinto con una azucarera en la mano sin razón que salte a la vista. O que un gran amigo al que sólo los pertenecientes a un círculo electo identificamos como Save se haga un té de arándano a las tres de la mañana. Y luego reincida a las cuatro y media con un té común pero que fue estropeado con Fernet por otro gran amigo al que llamaremos Dele. Pero hay dos hechos que me impactaron y que me gustaría compartir con ustedes, audiencia querida.
Promediando la velada, un sujeto al que el cumpleañero sólo conocía de vista y que tenía un bigote parecido al de Asterix se queda dormido en una pequeña mesa, con la cabeza apoyada sobre la pared de azulejos. Sus amigos, siempre listos y con una botella en la mano, comienzan a ponerle cosas en el pelo, como papel higiénico, sin que el muchacho se despierte. Pero eso no es lo raro ni lo impactante. Lo mejor es cuando toman el rollo de papel film y le empiezan a atar la pierna –desde el muslo- a la mesa mencionada. Es decir, el sujeto, profundamente desmayado, quedó atado a la mesa por el rollo de film. De hecho, yo me fui de ahí pasadas las cinco y el hombre seguía en la misma condición. Pasemos al segundo hecho, que ocurre a tan sólo dos pasos del sujeto atado a la mesa.
Hornallas. El mencionado Save se está haciendo un té, el tercero. Yo me acerco con un saquito ya usado –hay que ahorrar, vio- y me quedo esperando que el agua hierva. Un hombre desconocido está al lado mío con una fuente de plástico naranja que tiene adentro ñoquis. En una de las seis hornallas, una olla con salsa roja cocinándose. El hombre desconocido sumergía uno a uno los ñoquis en la salsa y se los comía. Simpáticamente me ofrece comer también. Simplificando la escena, le digo buen provecho y me alejo con el saquito aún en la mano. Breves instantes después, se acerca Save con el agua caliente y me comenta que el hombre desconocido de los ñoquis le había pedido el agua sobrante de la pava y había puesto unos huevos a cocinar en ella. En la pava.
Puede ser que para muchos no sea tan terrible. Pero ahora voy a relatar la historia de un sujeto que parecía peruano y que comenzó a gritar en el medio de la cocina y a levantarse la remera y a fingir que tocaba una guitarra eléctrica. Hasta ahora, parece un recital de Metallica en la cocina de Lucho. Pero lo importante es que en medio de tanta euforia el sujeto peruano y guitarrista tomó una botella vacía de cerveza y la arrojó al piso, partiéndola en mil pedazos. En ese instante, el gato que estaba debajo de la mesa salió corriendo y nuestra querida cumpleañera Vicky saltó de la silla en la que se estaba quedando dormida y colocó detrás de la escalera caracol del medio del living que subía a las habitaciones. Sé que parece mentira pero tengo testigos varios que pueden confirmarlo.
Podría explayarme en historias menores –me saludó Jule y después me di cuenta de que en una riñonera que tenía debajo de la camisa guardaba ciertas cosas de las cuales no es necesario decir nada más-; podría decir cómo hablé con el querido Vile acerca de la película de Campanella mientras en el patio se caía el mundo; podría contar cómo Lucho me mordió el brazo; o podría hacer un párrafo final y despedirme. Claramente, me quedo con la última opción.
En fin, una fiesta más en el prontuario de fiestas de cumpleaños de un amigo que invita a todo el que pase caminando con un poco de alcohol, con un poco de droga y te lo comes tú y sales a bailar. Pero hablando seriamente, es increíble cómo siempre la realidad supera la ficción. Uno siempre termina volviendo en un auto, pongamos que el de Fran, viajando encima de alguien, pongamos que de Cavi que le gritaba pillo a todos los que pasaban por la calle un domingo a las cinco de la mañana, y tomando un colectivo para volver a casa de alguien más, pongamos un 168 ex 90 en Chacarita para ir a lo de Vicky. Y pienso en Ricardo Arjona cuando le pregunta a Freud, en una canción: ¿será, doctor, que esto me pasa sólo a mí o a todo el mundo? Y el doctor me contestó ‘no hay quien se salve de este asunto’.
Este blog pide a gritos un artículo Paulsiano para dejar atrás las horas perdidas entre tanto siglo XX, cambalache: problemático y febril.
ResponderEliminarY es cierto, la realidad supera la ficción. Pero lo malo de la realidad es que cuando estamos cansados no podemos marcar la página con una postal parisina y cerrarla hasta mañana. De los ebrios (véase, la gedencia)sólo puedo acotar lo que diría mi amigo Wölfflin: han cobrado mayor holgura las masas.
¿por qué pensabas que goyo estaba muerto? ajajaj
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