Capítulo II de un amor que es más fuerte: loving goes by haps.
Lunes otra vez sobre la ciudad. Suena el despertador, lo apago y apoyo mi cabeza sobre la almohada. Media hora más tarde, mis ojos se abren apurados y, sin haber salido todavía de la cama, pienso que la semana ya está arruinada y que es mejor renunciar y tirarse por el balcón o fingir enfermedad. No hago ninguna de las dos cosas, torpemente corro al baño (que está ocupado), y de vuelta a la habitación. Me pongo la ropa tropezándome y finalmente accedo al baño tan sólo diez minutos antes de la hora de partida. Hago lo que puedo. Bajo a la cocina corriendo, trago tres galletitas, arrojo medio vaso de agua adentro de mi boca y ya estoy saliendo. Camino las nueve cuadras que me separan de mi clase de semiología pensando cómo asesinar a todos de un tiro. No se me ocurre nada. Llego y el docente -que ya es de público conocimiento- ya está en el aula (con ropa igual aunque de distinto color), pero está sentado y leyendo un libro. Miro mi reloj: faltaban dos minutos para las nueve. Me arrojo en una silla, me froto los ojos con desconsuelo y busco razones para perdonarle la vida al mundo. Ni el recuerdo fresco de Las Crónicas de Narnia: El Príncipe Caspian ni las entrevistas a Julian Barnes que redujeron mis horas de sueño a poco menos de seis ni el sabor de las galletitas de chocolate me contentan. Pero ya estoy ahí y más me vale hacer algo con mi vida. Empieza la clase.
El docente, que llamaremos X, pregunta si alguien leyó a Borges. Nadie contesta. Pregunta si alguien leyó Funes, el memorioso. Unos pocos miembros del elemento femenino tímidamente murmuramos que sí, algunas sólo mueven la cabeza hacia arriba y abajo. "Bueno, lo leyeron", dice con alegría X, "son tímidas, pero acá hay más lectura de la que se acredita". Risitas nerviosas por doquier. Ejemplifica algo que no recuerdo sobre Barthes con el cuento y dice que va a tomar lista y a darnos diez minutos de descanso. Con diligencia, saco a la pobre Virginia Woolf de mi bolso y la apoyo sobre mi regazo. Llega mi apellido, doy el presente sin energía. X termina de tomar lista, sale del aula, vuelve y se derrumba sobre su silla. Sin levantar la cabeza lo vigilo, nunca lo vi peor. Vuelvo a mi libro (más me vale, Woolf está hablando del amor inglés por la naturaleza). Veo que piernas largas pasan a mi lado y vuelven a su lugar de origen. Pasan una vez más, pero con mayor lentitud y cada vez más cerca de mi brazo izquierdo. Una tercera vez caminan a mi lado, vuelven sobre sus pasos y cuando están a medio metro de distancia cambian su rumbo y escucho una voz que dice "¿Por qué estás leyendo Orlando?". Yo escuché perfectamente, pero cerré el libro sin marcarlo (porque recordaba la página), me hice la desentendida y di origen a este diálogo:
-¿Cómo?
-Ehm...¿por qué estás leyendo Orlando?
-Ah...¿esto? (Levanto la mano que sostiene al libro, él extiende su brazo y sin darme cuenta le estoy entregando mi bien más preciado.)
Qué se yo....es que estoy haciendo un taller de análisis literario, y estamos leyendo esto.
(Mi corazón y mi respiración se aceleran, peligro de ruborización inminente. Él mientras hojea el libro.)
-¿Sólo esto? ¿No leyeron Un Cuarto Propio?
-Sí. (Ya no podía respirar.)
-¿Y qué más van a leer?
-Creo que Sra. Dalloway, y tal vez Al Faro.
-Van a ver la película.
-No lo discutimos todavía.
-Muy bien, te felicito.
-...
-¿Y por qué no lo lees en inglés?
-Está en inglés. (Vuelvo a poner el libro en sus manos.)
-Ah, claro. No lo había notado. Bueno, muy bien, bravo.
-...
-Vas a estudiar Letras. (Me devuelve el libro, Dios mediante.)
-No....Historia del Arte.
(X está caminando hacia su escritorio, me siento hablando sola, miro alrededor para que nadie piense que estoy loca, X se apoya en su escritorio y me mira sonriente.)
-¿Sabés que Historia del Arte era mi segunda opción?
-...
-Claro, te vi y dije "si esta chica no estudia Letras es porque estudia Historia del Arte".
-... (Acompañado de mejillas del color del fuego y sonrisa tímida.)
-Bueno, qué bien. La gente de Historia del Arte es muy culta.
-¿Ah, sí?
-Sí, sabés que en Puan los idiomas son compartidos para todas las carreras.
-...
-Bueno, yo hacía francés con gente de Historia del Arte y cada vez que abrían la boca, tiraban un ejemplo que hacía que los demás nos sintiéramos campesinos.
-... (Creo que hice lo que pareció una versión atenuada de un gesto de ¿sorpresa?¿interés?)
-Y, decime, ¿qué parte de la Historia del Arte te gusta más?
-...Todo.
-¿Todo?
-Sí. (Cara de que esta vida no nos alcanza.)
-Muy bien (sonrisa Colgate), muy bien. Te felicito. ¿Seguimos con la clase?
-Bueno. (Cara de perro mojado al que le acaban de dar un premio.)
La clase siguió, pero mis mejillas ardían tanto que tuve que sonarme la nariz cubriendo mi cara y respirar hondo durante un poco más de medio minuto hasta llevar mis latidos a un ritmo normal. Ahora que X y yo habíamos sido infelices juntos por un momento, cada vez que X preguntaba si entendíamos buscaba aprobación en mis ojos. Le di cuanto pude. Incluso señalé una crítica saussureana a la definición de significado de Barthes. X sonrió y me alentó con un "Muy bien lo tuyo". Unos minutos después me quiso llevar más lejos y dijo "¿Cómo era lo que habías dicho vos?", yo estaba distraída y extasiada así que pregunté "¿De qué?". El respondió "De esto" y señaló el pizarrón. "Ah", sonreí tímidamente y repetí lo que había dicho.
¿Podré soportar compartir mi universo con un semiólogo que odia a los pronombres enclíticos? Todo eso, y más, en el próximo capítulo de este tango feroz.
Dios quizás exista. Y se llame X. Nada más que añadir. O sí, una cosa, como dicen en la canción del Rey León, romance puedo ver. Un beso y mi eterna gratitud hacia vos, Porthos, por colmar estos espacios del blog con tanto amor semiológico. ¿Quién dice que los dementores son seres tan fríos? Yo vengo a ofrecer mi corazón.
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