Es la especie que nos une.

Llega el lunes a la mañana. Hora de ir a la clase de semiología. Con cinco minutos de retraso llega el docente a cargo, yo ya estoy sentado y mirando el reloj frenéticamente. Hombre de no más de cuarenta años, pelo corto ceniciento, una altura de aproximadamente 1,9m. (el hombre, no el pelo). Jeans modernosos (casi dignos de Emma Horvilleur que claramente no se viste por ideología), mocasines, sweater a rombos color borgoña cosecha ' 78 y camisa gris de solapas de cartón que se escapa por debajo del sweater, pero aún así está metida en el pantalón -paradoja de la indumentaria que no ha resuelto el escribiente. Se mueve con la confianza de alguien que estudió primero filosofía y después letras (?), mantiene la compostura, deja el paraguas más largo del planeta Tierra sobre el escritorio y finalmente con dos brazos que parecen robados del Doctor Octopus arrastra el escritorio (aunque lo arrastra con tanta ligereza que el mueble parece colaborar) hacia un costado del aula. Inmutable, sin cambiar el tono de voz ni para hablar del Winning Eleven se presenta y cuenta un par de cosas poco interesantes sobre la futura cursada. Después de dar lecciones de vida que conciernen el uso de fichas para el estudio, la tendencia a tirar todo lo que juzgamos valioso antes y después de las mudanzas, y un par de reflexiones sobre la enseñanza en la escuela secundaria del uso de Power Point, Paint, Diablo II, Microsoft Word y demases, se digna a dar la clase. Empieza por Saussure. Alardea de sus horas enseñando literatura latinoamericana en Puan, hace declaraciones fuertes, merecedoras del micrófono de Rial, que poco importan a los estudiantes de la índole de : el Modernismo, vanguardia defenestrada por todos los críticos que no entienden nada de literatura, es mágico; el pronombre enclítico es algo que, francamente, rompe las bolas. Dice Epa tantas veces que dan ganas de exiliarse en Chile y, antes de explicar algo, advierte que su explicación es incompleta diciendo: Si me apuran... Nadie lo apuraba. Para colmo, buscando "acercarse" al alumnado ilustra cada bendito concepto con una concatenación de ejemplos relacionados a:
a) Chica joven en situación de cortejo;
b) Fútbol (incluye Winning Eleven);
c) Ajedrez;
d) Series televisivas;
e) Todas las anteriores, y una anécdota personal de su infancia, prueba fehaciente de su condición de niño prodigio.

En síntesis: un idiota, un tipo que debe opinar asiduamente en el blog de Eduardo Antín discutiendo a muerte sobre la trascendencia de las gónadas de Lamborghini (¿en el sentido figurado?) y sobre qué tipo de morrón prefiere César Aira, un engendro sacado de las entrañas mismas de Puan, un homo erectus (y no tanto) que explica por qué la metáfora supone una competencia intelectual de la siguiente manera: Si yo no sé nada de fútbol y veo el equipo de Argentina vs. Paraguay, yo leo que están adelante Militto y Lisandro López. Está todo bien, es un equipo. Pero si yo sé de fútbol, me pregunto "Epa, ¿y Messi?".
Llega el jueves a la mañana, segunda clase de semiología. El protodocente llega vestido exactamente de la misma manera pero más desaliñado. El pelo revuelto, con planos marcados por la almohada/mesa/adoquín sobre el cual descansó que lo hacen parecer un personaje de Supercampeones. Cara inflamada por el sueño y pañuelo de papel en la mano. Entre palabras dubitativas intercala suspiros desesperados. Esto me sugiere tres posibilidades:
a) llegó a su casa el lunes, se tiró a dormir y se levantó hace media hora, se inyectó cafeína con leche de soja y vino a dar clase;
b) está pasado de merca, pasó tres días leyendo a José Martí y fumando lechuga en hojas arrancadas de Rayuela. En un exabrupto de violencia quemó todos los libros que contenían pronombres enclíticos y tiró las cenizas en los lagos de Palermo;
c) las siniestras autoridades alienígenas de la UBA que vinieron al planeta Tierra a dominarnos usan al docente presentable para la primera clase, después lo guardan en un armario y te mandan al impresentable que pasó los últimos 15 años de su vida jugando al Winning Eleven y recitando canciones de Justin Timberlake, en busca de un bendito pronombre enclítico.
Me pareció que la primera era la más verosímil, pero ignoré las teorías y me entregué sin tapujos a la marea saussureana. Más declaraciones grandilocuentes, más ejemplos insoportables y combinaciones de ambos (e.g.: ¡Qué equipo el Real Madrid!, cuánta plata lava pero no me van a decir que no meten goles o, frente a un auditorio que responde a una pregunta con silencio, parece que acá son todos doctores en sánscrito y se olvidaron el castellano). Mi irritación llega al máximo cuándo explica por qué un signo lingüístico es modificado por la presencia de otros signos lingüísticos con la siguiente situación hipotética:

- Chicas, digamos que las invitan a una fiesta. Esta fiesta está organizada por la agencia de modelos x, van a estar todas las modelos, díganme, ¿qué posibilidades tienen de conseguir novio en esa fiesta? Se los digo ahora y créanme: ninguna. Está bien, está bien. Se tienen fe y no están nada mal, pero ellas son modelos. En cambio, si las invitan a una fiesta de luchadoras de sumo, ¿qué posibilidades tienen? Todas. Hacen desastres. Esto pasa por una razón muy simple: las luchadoras de sumo son muy feas.

Para mi tranquilidad, es la hora del recreo. "Genial", pienso aliviado, "puedo vomitar tranquilo". Rindiendo un homenaje silencioso a Aramis, mientras los demás se levantan o se dedican a socializar, yo saco un libro, lo apoyo en mis piernas y me pongo a leer. Unos minutos después, levanto la mirada. Quedamos pocos en el aula, y ahí, justo frente a mí está el protodocente. Está leyendo un libro cuya portada no llego a leer, está frunciendo el ceño. Tal vez fue el sol de la mañana, tal vez fue el sueño que me pesaba en los párpados, tal vez fue la falta de glucosa en sangre pero de pronto, casi sin darme cuenta, nos vi igualados. Estábamos haciendo lo mismo, y al ver su cara de sufrimiento y su miseria latente intuí que yo tenía la misma expresión y por eso la chica con cara de tarada sentada al lado mío me miraba y abría los labios pero nunca hablaba. Quise estudiarlo con más cuidado, pero pensé que iba a sentir un par de ojos sobre su frente e iba a levantar la mirada y ahí iba a estar yo con cara de Gastón Pauls así que decidí retomar la lectura antes de sentirme ridículo sin público. La segunda mitad de la clase fue más tolerable.

Moraleja: a la mañana el mundo es distinto, la música del Avispón Verde es más que pegadiza, es desmoralizante no desayunar con café y yo me estoy enamorando de mi profesor de semiología.

Comentarios

  1. qué bella moraleja. al menos tenes una. yo tengo el recuerdo de una mujer que le preguntaba a la profesora de semio si con la teoria de Chomsky se ppodia explicar la afasia que habia vivido su padre. en fin, será que todos somos piezas de algo. Gracias, Porthos, una vez más y las veces qeu sean necesarias por tu verborragia magica que colma nuestras noches de domingo por llover. un abrazo de alguien que comprende no sólo lo que significa un signo Lingüístico sino lo que significa estar enamorado o enamorándose de un profesor.

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