Somos como somos, decadentes, así somos
El jueves a la noche, mientras daba vueltas por la casa sin saber qué hacer a las diez de la noche, me di cuenta de que no tenía ganas de pensar. Entonces me dije ‘voy a ver la televisión’. Y con el control remoto en mano, hice zapping por los cinco canales con que cuento. Milagrosamente, en canal 9 estaban por transmitir Latin American Idol, y como supo decir Sabina en una de sus místicas canciones, quitándome las botas me dije ‘ésta es la mía’. Y tanto que lo era, veo al señor Mediavilla –del cual sólo sé que es la pareja de Patricia Sosa, hasta donde Dios me quiera llevar- en su papel de jurado cruel; a los otros dos miembros del jurado que tienen ese ritmo, ese sabor, ese son (?), ese color caribe en la voz y en la piel y a los que no conozco; y veo a los miles de costarricenses que esperaban por ingresar a la sala donde serían evaluados. Primero me pregunté por qué esos tres hombres que juzgaban quién debía pasar a la siguiente ronda y quién no eran tenidos por sujetos legítimos para tomar tal decisión. Pensé en Weber, pensé en sus tipos ideales de legitimación, acción y dominación. Y ahí me di cuenta de que estaba pensando en contra de mi voluntad. Entonces decidí por esa horita que duraba el programa dejar a mis neuronas en paz y dejar que fluyese el tiempo hasta que mi cerebro pudiese ser reactivado. Pero volvamos al jurado y a los participantes, factores claves de este artículo.
Algunos participantes cantaban bien. Canciones de Marc Anthony o de algún otro cantante de Centroamérica que sólo ellos conocían. Uno, de milagro, cantó una canción de Abuelos de la nada. Pero con ritmo caribeño. En fin, estaban en Costa Rica, como diría Shakira, no puedo pedirle a los olmos que entreguen peras. Pero hubo ciertos participantes, aspirantes a ser ídolos pop latinoamericanos, que llamaron poderosamente mi atención. Y ahí me di cuenta, en una noche de múltiples revelaciones, que la gente ya no tiene ni siquiera amor propio. Ni vergüenza. Por ejemplo, para ser más gráfica, un hombre entró con una peluca negra de rulos, similar a la que usé en la fiesta de egresados, diciendo que con esa peluca puesta en su cabeza podía cantar como David Bisbal. Obviamente, la canción Ave María. Primero pidió permiso al jurado para entonar frente a ellos. Oscar Mediavilla se calentó tanto –porque lo tomó como una falta de respeto- que se levantó y se fue. El hombre quedó cantando con su peluca frente al jurado caribeño. Cantar es una forma de decir. Cómo explicar lo que ese señor hizo en esa audición. Para resumir, Oscar Mediavillar volvió y lo echó de la sala. En ulteriores declaraciones, el cantante frustrado con su peluca explicitó que Oscar era un hijo de mala madre y que se podía ir ya sabe a dónde. Como soy sutil y pudorosa, no voy a reproducir fielmente semejantes barbaridades. Los dementores tenemos nuestra dignidad y decoro. Pero hubo otros participantes que se tomaban más en serio. Por ejemplo, entró un hombre con los pelitos parados por la gomina, lentes de contacto verdes que no combinaban con su modo de ser y muchas ganas de hablar. Hablaba más que Viviana Canosa en su programa de radio o que Viviana Román a la hora de explicar qué era la industria del sebo. En fin, después se puso a cantar una canción –creo que de Bacilos, el grupo que cantaba esa canción que decía yo sólo quiero pegar en la radio para ganar mi primer millón- y ahí fue cuando todos nos quisimos hacer un harakiri con una tijera de cortar el pasto. Verdaderamente, era una oveja cantando una canción que incluía en su letra nombres tales como Alejandro Sanz o Paulina Rubio. Y además, había afirmado que él sería un ídolo del pop porque sentía que representaba a toda la humanidad, que se identificaba con todos y que adoraba tener relaciones sociales múltiples. Soñaba con que todos los que lo vieran se identificaran con él, síntesis de la raza humana.
Pero hablemos del sector femenino. Además de minas mostrando sus atributos ¿naturales?, minas maquilladas a más no poder, minas con vestidos que apenas si tapaban lo indispensable –que es un límite muy ambiguo hoy en día-, minas que intentaban cantar canciones de Christina Aguilera con una voz de Graciela Alfano, minas que intentaban seducir al jurado masculino, minas muy parecidas a las de las telenovelas mexicanas, no había más nada. Una chica, antes de entrar, dijo que ella iba a ser una futura Latin American Idol por el don que dios le había dado y porque quedó fascinada al estar por primera vez encima de un stage. Finalmente el jurado la admitió en la siguiente etapa y la elogiaron diciendo qué mujerón. Pero si creían que eso lo dijo Oscar o el otro, pues, no. Fue la mina. Es un programa muy divertido.
Pero al seguir escuchando audiciones, me puse a pensar otra cosa. ¿Cuánto les pagarán a los del jurado por escuchar a semejantes turros? No podían cantar tan mal, no podían elegir canciones, si se me permite el término, tan pedorras. Rescato que un participante, al que la mujer del jurado denominó gordo espectacular, entró tocando el saxofón y dijo que su mayor inspirador era el saxofonista de Ricardo Arjona. Pero en verdad, ver ese programa hace que valore más a mi profesor de economía. Cómo será, dios me libre.
Verdaderamente, fue como ver un desfile de egos similares a los de Ubaldo, ¿estamo, pibes?
Pero la próxima emisión del programa mostrará a participantes de Argentina. Así que, televidentes, prepárense para la diversión de ver a nuestro pueblo humillándose por unos segundos de fama. Lo que yo vi en la pantalla chica la noche del jueves no tiene ni parangón ni perdón de dios. Oscar les decía a muchos que cantaban bien pero que el envase no era el adecuado. Ahora resulta que somos retornables y reciclables. No, Oscar, no somos botellas de plástico. Tenemos nuestro corazoncito. En un momento, entró el Mr Colombia 2008-2009 a cantar reggaeton al ritmo de yo te daré mi cosita y moviendo vulgarmente la pelvis. Para colmo, la mujer del jurado le pidió que se quitara la camisa. Y el participante accedió haciendo un streap-tease mientras cantaba a capella un ritmo sensual. Eso fue degradante. Yo me fui al comedor de mi casa y grité porque mi integridad mental –y diría que física también- se hallaba en riesgos inimaginables para la humanidad.
Me quiero despedir de ustedes, fieles lectores, con la imagen que me quedó de un hombre que cantó la canción Te Amo. Era pelado. Mediavilla, cuando el sujeto terminó de cantar, le dijo ‘y encima, pelado. ¿Dónde viste una estrella pelada?’. Nada más que añadir a esa declaración. Oscar, tené cuidado, a ver si te alcanza la venganza de los patitos feos a los que estás bardeando desde tu posición de poder y autoridad –a uno le dijo que necesitaba una careta de lo feo que era-. Que la tortilla no se te vuelva en la cara. Dementores, lectores, Darth Vader, amistades, sólo les pido que dediquen unos minutos de miércoles o jueves a las diez de la noche a ver canal 9 y experimentar lo que yo viví con mi hermano, quien no me dejaría mentir. De cualquier punto de vista que lo miren, es una experiencia rentable. Al menos, se podrán reír por no llorar, podrán gritar, podrán salir a matar a alguien. Miles de caminos que se abren, perspectivas varias, nuevos puntos de fuga. Todos somos piezas de algo y Latin American Idol es verdaderamente una muestra de esta sociedad tan defenestrada –con razón- por Violencia Rivas en el programa de Capusotto, esta decadencia que nos persigue hasta ser transmitida por canales de aire. Ya no tengo más nada que decir. Bienvenidos a Latin American Idol.
Algunos participantes cantaban bien. Canciones de Marc Anthony o de algún otro cantante de Centroamérica que sólo ellos conocían. Uno, de milagro, cantó una canción de Abuelos de la nada. Pero con ritmo caribeño. En fin, estaban en Costa Rica, como diría Shakira, no puedo pedirle a los olmos que entreguen peras. Pero hubo ciertos participantes, aspirantes a ser ídolos pop latinoamericanos, que llamaron poderosamente mi atención. Y ahí me di cuenta, en una noche de múltiples revelaciones, que la gente ya no tiene ni siquiera amor propio. Ni vergüenza. Por ejemplo, para ser más gráfica, un hombre entró con una peluca negra de rulos, similar a la que usé en la fiesta de egresados, diciendo que con esa peluca puesta en su cabeza podía cantar como David Bisbal. Obviamente, la canción Ave María. Primero pidió permiso al jurado para entonar frente a ellos. Oscar Mediavilla se calentó tanto –porque lo tomó como una falta de respeto- que se levantó y se fue. El hombre quedó cantando con su peluca frente al jurado caribeño. Cantar es una forma de decir. Cómo explicar lo que ese señor hizo en esa audición. Para resumir, Oscar Mediavillar volvió y lo echó de la sala. En ulteriores declaraciones, el cantante frustrado con su peluca explicitó que Oscar era un hijo de mala madre y que se podía ir ya sabe a dónde. Como soy sutil y pudorosa, no voy a reproducir fielmente semejantes barbaridades. Los dementores tenemos nuestra dignidad y decoro. Pero hubo otros participantes que se tomaban más en serio. Por ejemplo, entró un hombre con los pelitos parados por la gomina, lentes de contacto verdes que no combinaban con su modo de ser y muchas ganas de hablar. Hablaba más que Viviana Canosa en su programa de radio o que Viviana Román a la hora de explicar qué era la industria del sebo. En fin, después se puso a cantar una canción –creo que de Bacilos, el grupo que cantaba esa canción que decía yo sólo quiero pegar en la radio para ganar mi primer millón- y ahí fue cuando todos nos quisimos hacer un harakiri con una tijera de cortar el pasto. Verdaderamente, era una oveja cantando una canción que incluía en su letra nombres tales como Alejandro Sanz o Paulina Rubio. Y además, había afirmado que él sería un ídolo del pop porque sentía que representaba a toda la humanidad, que se identificaba con todos y que adoraba tener relaciones sociales múltiples. Soñaba con que todos los que lo vieran se identificaran con él, síntesis de la raza humana.
Pero hablemos del sector femenino. Además de minas mostrando sus atributos ¿naturales?, minas maquilladas a más no poder, minas con vestidos que apenas si tapaban lo indispensable –que es un límite muy ambiguo hoy en día-, minas que intentaban cantar canciones de Christina Aguilera con una voz de Graciela Alfano, minas que intentaban seducir al jurado masculino, minas muy parecidas a las de las telenovelas mexicanas, no había más nada. Una chica, antes de entrar, dijo que ella iba a ser una futura Latin American Idol por el don que dios le había dado y porque quedó fascinada al estar por primera vez encima de un stage. Finalmente el jurado la admitió en la siguiente etapa y la elogiaron diciendo qué mujerón. Pero si creían que eso lo dijo Oscar o el otro, pues, no. Fue la mina. Es un programa muy divertido.
Pero al seguir escuchando audiciones, me puse a pensar otra cosa. ¿Cuánto les pagarán a los del jurado por escuchar a semejantes turros? No podían cantar tan mal, no podían elegir canciones, si se me permite el término, tan pedorras. Rescato que un participante, al que la mujer del jurado denominó gordo espectacular, entró tocando el saxofón y dijo que su mayor inspirador era el saxofonista de Ricardo Arjona. Pero en verdad, ver ese programa hace que valore más a mi profesor de economía. Cómo será, dios me libre.
Verdaderamente, fue como ver un desfile de egos similares a los de Ubaldo, ¿estamo, pibes?
Pero la próxima emisión del programa mostrará a participantes de Argentina. Así que, televidentes, prepárense para la diversión de ver a nuestro pueblo humillándose por unos segundos de fama. Lo que yo vi en la pantalla chica la noche del jueves no tiene ni parangón ni perdón de dios. Oscar les decía a muchos que cantaban bien pero que el envase no era el adecuado. Ahora resulta que somos retornables y reciclables. No, Oscar, no somos botellas de plástico. Tenemos nuestro corazoncito. En un momento, entró el Mr Colombia 2008-2009 a cantar reggaeton al ritmo de yo te daré mi cosita y moviendo vulgarmente la pelvis. Para colmo, la mujer del jurado le pidió que se quitara la camisa. Y el participante accedió haciendo un streap-tease mientras cantaba a capella un ritmo sensual. Eso fue degradante. Yo me fui al comedor de mi casa y grité porque mi integridad mental –y diría que física también- se hallaba en riesgos inimaginables para la humanidad.
Me quiero despedir de ustedes, fieles lectores, con la imagen que me quedó de un hombre que cantó la canción Te Amo. Era pelado. Mediavilla, cuando el sujeto terminó de cantar, le dijo ‘y encima, pelado. ¿Dónde viste una estrella pelada?’. Nada más que añadir a esa declaración. Oscar, tené cuidado, a ver si te alcanza la venganza de los patitos feos a los que estás bardeando desde tu posición de poder y autoridad –a uno le dijo que necesitaba una careta de lo feo que era-. Que la tortilla no se te vuelva en la cara. Dementores, lectores, Darth Vader, amistades, sólo les pido que dediquen unos minutos de miércoles o jueves a las diez de la noche a ver canal 9 y experimentar lo que yo viví con mi hermano, quien no me dejaría mentir. De cualquier punto de vista que lo miren, es una experiencia rentable. Al menos, se podrán reír por no llorar, podrán gritar, podrán salir a matar a alguien. Miles de caminos que se abren, perspectivas varias, nuevos puntos de fuga. Todos somos piezas de algo y Latin American Idol es verdaderamente una muestra de esta sociedad tan defenestrada –con razón- por Violencia Rivas en el programa de Capusotto, esta decadencia que nos persigue hasta ser transmitida por canales de aire. Ya no tengo más nada que decir. Bienvenidos a Latin American Idol.
Pido a Dios que Jon Secada haya sido parte de ese excelentísimo, nunca bien ponderado jurado latinamericanidolesco.
ResponderEliminarsi, porthos. dios escucho tus ruegos.
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