When you`re not feeling holly, your loneliness says that you`ve sinned o por qué extraño a Alan Pauls
Hoy no tuve clases así que decidí dedicar mi día entero a: a) ordenar apuntes, b) comer facturas, c) pensar en Alan Pauls, d) dormir la siesta, e) pensar en Alan Pauls, f) buscar waweras para mi sobrino nonato (ver glosario de neologismos chilenos para encontrar "wawera"), g) pensar en Alan Pauls, h) escuchar el nuevo disco de Cerati, i) pensar en Alan Pauls, j) escuchar Black Flag, k) todas las anteriores y la membrana fosfolipídica. Ah, también vi un nuevo episodio de "Doc Martin".
Como verán, fue un día productivo. Pero un espectro (o fantasma) sobrevoló mi día in otium. La lluvia me alegró el día, el ocio también, me bañé y me puse un pijama limpio, comí facturas con crema pastelera. Todo indicaba que mi día era bueno, pero allí estaba la sombra de Alan Pauls susurrándome al oído: Et in Arcadia ego. Hace días que esta abstinencia de Alan Pauls me acecha. Hoy decidí ponerle fin pero antes de explicarlo querría, si el lector me acompaña, hacer una breve historia de mi relación con el Sr. Pauls.
Yo todavía era una quinceañera cuando en un 133 abrí por primera vez El Factor Borges. Era sobre Borges, era original y el autor (cuyo rostro yo conocía por su segmento Primer Plano en Isat) era muy lindo. Lo terminé de leer (ya no en el 133, por supuesto) y dejé que mi relación con Alan Pauls fermentara. Un tiempo después era el cumpleaños de mi mamá y nos habíamos dividido la compra de los regalos entre los hijos. Yo era la encargada de comprar El Pasado. Pero el libro estaba agotado y el librero me ofreció Historia del llanto como consuelo. Me llevó a una mesa que estaba llena de ejemplares acostados, un mar de historias del llanto sobre el cual se erigía un ejemplar, montado en un atril metálico tal cual Eva Perón en sus peores días. Reconocí la obra que ilustraba la tapa porque la había visto en exhibición un tiempo antes. Cruzada de brazos y examinando el libro a la distancia, suspiré, miré la hora en mi reloj simulando desinterés y "Bueno," pronuncié con la mirada fija en el ejemplar crucificado, "lo llevo". Quien lo haya leído sabrá que es un libro muy cortito. En unos días, mi mamá lo había terminado y dejado sobre la mesa de vidrio del hall de entrada. En una tarde de otoño, abrí el libro en una página al azar y dos cosas me llamaron la atención. La primera eran los corchetes que encerraban puntos suspensivos. La segunda era la cantidad de comas, no sé si eran muchas, pero su disposición era curiosa. Di vuelta la página y allí estaba la razón por la cual yo necesitaba leer ese libro. Sobre la mano izquierda del libro, a mitad de página, una oración explicaba cómo un hombre reptaba por entre las sábanas para besar (¿o era lamer?) el sexo de su amante. Unos días después, con cara de disimulo, ya lo estaba leyendo. Comprendí los corchetes, comprendí por qué el hombre reptaba entre las sábanas y me enamoré de la puntuación. Como diría Jane Eyre: Reader, I married him. Ese fue el principio del fin.
El último libro que leí es El Pasado. Cuando lo encontramos, mi mamá lo leyó de inmediato y yo decidí postergarlo. En principio porque los libros "importantes" me intimidan. También porque siento que una vez que uno leyó esos libros supuestamente quintaesenciales de la obra de un x autor, no queda más que hacer. Y finalmente porque la sombra que oscurece mi aún vigente juventud es la eterna sensación de haber llegado tarde a todo. Y leer los libros "importantes" me recuerda que yo no estuve esperando ansiosamente que saliera el nuevo libro de un autor. Ya sé que es un poco como querer leer un libro antes de que lo terminen de escribir, pero me duele pensar que nunca leí el primer libro de Gonzalo Garcés y predije que iba a ser un buen escritor cuando nadie le tenía confianza. No puedo decir que vi cómo David Lodge saltaba a la fama (si es que alguna vez lo hizo) y no vi envejecer a nadie. Es por eso que nunca pasé la mitad de Flaubert`s parrot y hace años que tengo en espera las últimas cuarenta páginas de Arthur & George de Julian Barnes. Pero bueno, a falta de mejor entretenimiento, decidí adentrarme en el universo de ese Rímini que tantas veces había visto en la contratapa del libro. Empecé a leer El Pasado y, después de postergar la lectura de las últimas veinte páginas por una semana entera, lo terminé. Deseaba que cada página de ese libro fuera una cinta de Moebius. No podía parar de hablar de Rímini, o de Riltse, o de Alan Pauls (ipso facto la irritación de Aramis). Viajaba en colectivo y trataba de ver la ciudad a través de los ojos de Rímini, pasaba por Av. Las Heras y sonreía imaginando un traductor cocainómano masturbándose en su departamento. Pero todo concluye al fin, nada puede escapar. Pasé días sin ver el canto del libro en mi mesa de luz. Y ya no pude más. Finalmente, toqué fondo y en uno de mis paseos de rutina por un blog literario, uno de esos en los que envidio a los nenúfares humanos que pueden juntarse con otros colegas a discutir sobre Piglia al mismo tiempo que los odio por ser semejantes nenúfares flotando en el estanque eterno de la literatura discutiendo estupideces y creyéndose piezas fundamentales de la "escena local" (quien sepa qué sorongo es eso que levante la mano) por ser habitués de un blog puanesco, y en la ¿casilla?¿ranura?¿gaveta?¿ventana? de búsqueda, tipée : A-l-a-n P-a-u-l-s. Enter. Desfilaron frente a mí una sarta de artículos apestosos que apenas mencionaban al susodicho. Ingresé al único artículo que parecía estar efectivamente relacionado. Una escritora narraba su encuentro con Alan Pauls en un café y contaba por qué se sintió una tarada, por qué no supo qué decir, por qué hizo lo que hizo y un montón de otras cosas que bien podrían habitar el terreno de El blog de la casada, o el de la soltera, o el de la preñada, o el de la que no tiene buen pelo, o el de la que no encuentra cartera que le combine con los zapatos verde agua con un toque de celeste cielo marplatense primaveral o cualquiera de esos engendros que hacen que uno sienta vergüenza de ser mujer. En fin, esa misma noche, soñé que yo estaba en un café, en la otra punta Alan Pauls y yo no sabía qué hacer. Desperté con la boca seca sin saber qué extrañaba más, ¿eran las descripciones verborrágicas?¿era la puntuación?¿eran esas reflexiones particulares de las que yo desprendía una verdad universal?
Aún no sé por qué extraño a Alan Pauls, pero esta tarde decidí releer El Factor Borges. Yo no entiendo si esto muestra mi amor por un escritor o mi amor por la literatura. Quién sabe, tal vez esto pasa porque todavía no puedo ver Buttman.
Avis au lecteur (tarde pero seguro): si usted esperaba un artículo serio que llegara a algún lugar, acá no es. Sepa contentarse con lo que hay. Próximamente: un artículo que "explique" por qué Julian Barnes es la síntesis perfecta de todos mis fetiches, un elogio a la comida instantánea y una carta abierta al Heracles Arquero de Antoine Bourdelle. Todo eso y más (id est relatos eróticos entre nobles medievales del norte de Francia), en esta vida que no nos alcanza.
Como diría Fito Paez si leyese este artículo maravilloso, todo lo que diga está de más. Porthos, además del fantástico derroche de literatura que emana de tu escrito, puedo decir que en este instante sólo quiero hacer una cosa: leer EL Pasado, comiendo facturas. Tu labor político-literaria es sencillamente sensacional. Un saludo desde el alma.
ResponderEliminar