De Bajtín y Sally Potter: la pipe et l' amour.

"Six, apart from Simenon? Easy-peasy. Magritte, C'sar Franck, Maeterlinck, Jacques Brel, Delvaux and Herg, creator of Tintin. Plus fifty percent of Johnny Hallyday, I add as a pourboire." Así empezó mi semana, hace exactamente siete días. Un poco de Julian Barnes para aligerar esta vida que no nos alcanza. Martes: nada importante. Un poco de calor. Miércoles: empecé nuevo curso, sobre vanguardias artístico-políticas. Me senté al lado de un hombre muy atractivo, de piel de maíz y pelo plateado. Crucé y descrucé mis piernas, envueltas en medias de red pero el hombre ni se mosqueó. Eso lo hizo más atractivo. El jueves tuve que ir hasta Versalles. Me arrastré hasta Parque Lezama con galletitas de chocolate y las cosas para el mate en la mochila, y el viaje en el 53 lo condimenté con el Banquete de Platón. Estaba en la Av. Álvarez Jonte y me quedaba dormida, leía unas palabras sobre Aristodemo y mi inconsciente completaba el resto. Llegando a Lope de Vega, entre sueños vi los pies de Sócrates. Cerré el libro y me bajé. El viernes no fui a clase, me quedé en casa estudiando. A la hora de la merienda, para alejarme un poco de Benveniste y de Peirce, puse TV5. Un documental sobre la prostitución en Bélgica: muy educativo. A la noche descubrí la revista virtual CosmoLit. Está bien, es un poco graciosa, el número inaugural hablaba sobre el sex appeal de Alan Pauls, el segundo número recomendaba pensar en Gonzalo Garcés para llegar al orgasmo más rápido; las chicas tienen criterio, pero tampoco es un hito en la oferta cultural cibernéstica.
El sábado a la mañana fui a mi clase de francés, estudié un ratito a la tarde y me fui para mi taller de análisis literario. Habíamos arreglado que después del taller nos íbamos todas las asistentes (sí, todas mujeres) a la casa de una de las chicas para ver la adaptación cinematográfica que hizo Sally Potter de Orlando en su cañón de proyección y seguir con la soirée literaria. Había dos autos y eramos ocho: tres psicólogas (n' oubliez pas, lector, esto es Buenos Aires), una mujer gritona pero agradable, una mujer tranquila y agradable, una chica apenas unos años mayor que yo, una escritora hermosa y yo. A mí me tocó el auto de las dos psicólogas y la escritora; charlamos sobre Victoria Ocampo, Virginia Woolf, mi carrera, sus carreras, astrología y baches. El departamento era el último piso de un edificio construido durante el primer gobierno de Yrigoyen. Hermoso, mucha madera, muchas ventanas, un gato cariñoso y sillones muy cómodos. Se sirvió vino y agua, unos bocaditos armenios y galletitas Club Social. Nos sentamos a ver la película. La película terminó y charlamos sobre qué nos había gustado, qué no, cómo era en relación con el libro, qué opinábamos de la actuación de una bellísima y sutil Tilda Swinton. Y después discurrimos. Fuimos cambiando de ubicación, charlamos con unas y con otras hasta que finalmente confluimos en un mismo estanque: el lesbianismo. Por obra indescifrable de un decreto divino, se tomaron turnos para contar sus experiencias amorosas y no tanto. Todas eran bastante experimentadas. Yo escuchaba atentamente y me sentía parte de una tertulia francesa. Finalmente, una de ellas me preguntó si yo era lesbiana: soy mujer y soy sola, respondí. Miradas inquisitivas. Expliqué mi inexperiencia, mencioné algunos objetos de mi amor (la mayoría masculinos) y defendí mi celibato. Siendo la más joven, la inexperimentada y la sola, algunas asumieron que debían reconfortarme y me dieron mensajes de aliento. Algunos me causaron gracia, otros ternura pero más que nada me sorprendió que me trataran como a una nena en lo emocional y como a una mujer en lo intelectual. Promediando la una de la mañana, después de que una de las señoritas propusiera armar una partuza y las demás declináramos, urgió hacer una (disculpe, lector, la palabra que voy a usar) marivuelta. Tres se dedicaron a eso, mientras las demás contábamos los pelos de la alfombra. Interpelé a la dueña de casa y le pedí que me llamara un taxi. Mirada inquisitiva una vez más, "es que tengo que estudiar", sonrisa maternal probablemente alentada por la sustancia psicoactiva. Llegó el taxi, me despedí con besos y abrazos y saludos de la naturaleza de "chau, corazón, suerte en el parcial" que agradecí con una sonrisa ancha. En el taxi, mientras el señor taxista me hablaba sobre los pies de su esposa e hijos, las zapatillas que él usaba, el sistema que me convenía usar por mi pie plano yo me pregunté si eso que había vivido era una porción de adultez. Todas las demás eran adultas, claramente eso que habíamos hecho era lo que hacían los grandes, ¿no? El taxista me interrumpió poniendo su zapatilla (!) en mi mano, para mostrarme que ese sistema que él usaba por su pie semi-plano era el que yo tenía que usar. Con una zapatilla tamaño 48 en la mano, en Corrientes y Junín, en una kangoo me reí clandestinamente de la adultez.
El domingo, día de la madre, asado con familia que se prolongó hasta las diez de la noche (hubo recambio de parientes). Abracé, besé y jugué con mi sobrino Leónidas. Y después me quedé toda la noche despierta estudiando semiología. A las siete de la mañana, en un estado febril, me metí en la cama y me obligué a contar hasta más de cien para alejar mi mente del mercado lingüístico, los temas de Halliday, los íconos de Peirce y los enunciados de Bajtín y finalmente quedarme dormida. A las ocho me desperté. Miré mi reloj: 08.03hs., me pregunté si era un índice peirciano y a falta de respuesta quise arrojarlo al piso. No lo hice, sólo lo golpée contra la mesa de luz y me distrajo mi taquicardia y mi fiebre semiológica, creí que había visto el Aleph y que mi cabeza iba a estallar o que me estaba convirtiendo en Funes o que había mirado dentro del corazón de la TARDIS y ningún mortal podía soportarlo. Todavía con el sabor de litros de mate en las encías, náuseas y palpitaciones, me vestí, tragué un vaso de agua y salí a rendir mi examen. Sólo me tranquilizaron las manos de mi profesor de semiología (enormes, manchadas de pintura y tiza, tímidas y aniñadas) y sus chistes sobre lo doloroso que había sido leer Rayuela. Volví a casa rápido para dormir, pero hoy el sueño me declaró la guerra a mí y las ganas no vinieron. Así que escribí este artículo.

Comentarios

  1. Ese relato, amigo Porthos, coloca a tu noche del sábado en el podio de las noches super incomprensibles. No sólo el lesbianismo, la película, la marivuelta, sino también las zapatillas del taxista, hacen que cualquier Kermese de Blogs o jornada de meditación o investigación sobre la procedencia de los Pauls suenen a juegos de niños. O, para reformular, y que este comentario tenga conclusión o moraleja o consecuencia, o, en fin, sirva para algo más que para aumentar la entropía del Universo, necesitamos hacer más salidas de gente normal.

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  2. en primer lugar, Porthos, debo decir que Arjona tiene razón al decir que la noche te trae sorpresas. en segundo lugar, agradecerte por esa manera de narrar tan tuya y tan sutil que hace que nos deslicemos por tus palabras. y en tercer lugar, Aramis, antes de hacer salidas de gente normal tenemos que hacer salidas porque no te veo hace mucho y la última vez que te vi fue entre canciones como 'provocame, mujer, provocame' o 'yo soy tu gatita, tu gatita' y eso no es muy sano que digamos. bueno, dicho lo que tenía que decir, me retiro a meditar. namo namaha.

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  3. Dudo que salidas "normales" resulten de esta troupe que habla de "la entropía del Universo" y de Arjona y se despide en sánscrito. Yo quiero comer macarons. Y agradezco los halagos múltiples, sobre todo el de Aramis; no me pueden negar que remé contra la corriente para lograr que UNA noche mía fuera la mitad de las suyas. Ahora descanso en paz.

    P.D.: Sigo esperando el artículo sobre el punto y coma de Lau.

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