Que te atrapa tu destino, que has de ser madre y esposa

Hoy iba viajando en el tren Mitre, ramal Suárez, rumbo a Villa Urquiza. Ya estaba saliendo de Colegiales cuando comencé a escuchar una conversación entre cuatro hombres cuyas edades fluctuaban entre los 30 y los 50 años. El tema del coloquio era las mujeres.

‘Hay que enseñarles a tomar desde chicas, porque cuando empiezan a tomar de más grandes, como no saben hacerlo, las deja hechas mierda el alcohol’
‘¿Pero tu hija cuánto tiene?’
‘Trece, es chiquita todavía…el vino a esa edad no les gusta’
‘Sí, igual cuando yo tenía trece, ni te cuento’

Risotada general a lo macho. Agradecí no estar sentada directamente al lado de esos sujetos, pero no pude evitar seguir escuchando esa charla informal, asumiendo las posibles consecuencias de lo que oiría.

‘Ahora, por ejemplo, vas a la salida de un boliche, y la mayoría son minas todas escabiadas
‘Es que ahora no es como antes, el hombre sale a laburar y la mujer se queda en casa…como que hacen lo mismo, salen los dos…y antes no era así, viste…’

Aquí yo ya me dirigía a la puerta porque había llegado a destino. Y escucho ya casi como un murmullo lejano:

‘La culpa de lo que pasaba antes es toda de las mujeres, porque ellas les permitían al marido ser así…ellas los bancaban a los tipos’

No fue mucho lo que oí pero sí suficiente. Y es que esos hombres (a los que seguramente su señora los esperaba en casa con el almuerzo) siguen manteniendo en sus mentes el esquema familiar de la primera mitad del siglo XX. Después de todo, si ellos le tienen que enseñar a las mujeres a tomar es porque ellos, hombres, saben más, son mejores, tienen una capacidad diferente y superior. No son las mujeres más viejas las que deben enseñarle a las jóvenes. Son ellos, los machos, y solamente ellos. Y no son los jóvenes los que deben aprender sino las jóvenes, ellas, y solamente ellas. Se construyen en su discurso como sujetos que poseen la verdad, que tienen la posta. Y hasta expresan un dejo de nostalgia por ese antes. Un antes en el cual el patriarcado era legítimo, incuestionable, mejor. Los hombres con los pantalones bien puestos no podían tolerar la idea de que la mujer saliese a trabajar. Me pregunto si es que ellos pensaban (o si piensan) que la mujer no puede ganarse su dignidad. Porque muchos afirmarán, sin lugar a dudas, que el trabajo dignifica. Pero si la mujer no puede salir a buscar un trabajo, ¿es porque no puede tener dignidad?

El otro día estaba leyendo un artículo de un libro que hablaba del bussismo en Tucumán. El sociólogo que hacía la entrevista habló en un momento dado con una mujer de menos de treinta años que afirmaba que ella no quería que el marido fuese un gobernado, es decir, un pollerudo, un hombre que se dejase mandar por la mujer. Y no dejó de reivindicar el rol del hombre como traedor legítimo de sustento y el rol de la mujer como ama de casa que cocina, limpia y educa a los hijos y que en el caso que tuviera la necesidad de salir a laburar, sólo lo haría para ayudar al marido. Y es así, como bien plantea Virginia Woolf, que las mujeres quizá de dos generaciones atrás –o más jóvenes aún- no tienen su propia plata. No son independientes. Pero lo que me asusta de verdad es que no sólo no tienen ese dinero propio sino que lo ven como algo legítimo, natural. Y no es algo natural tener que pedirle permiso al marido para utilizar algún ahorro. No es natural que la mujer no pueda ir a trabajar o que no pueda emborracharse como un hombre, más allá de que yo no le vea la gracia para ninguno de los dos sexos. Es algo naturalizado, histórico, es una construcción que ha llevado años y años establecer como natural y esperable.

Esta conversación amena, informal, entre amigos y compañeros, que escuché hoy en el tren demuestra que el discurso retrógrado contra el que tanto se ha luchado y se lucha todavía sigue vivo y peor aún, sigue vivo en el ámbito doméstico, en el ámbito privado, reproduciéndose día a día en charlas cotidianas que aparentan ser inocentes. Ese discurso, tan aferrado a viejas épocas, es lo que me asusta y me hizo pensar esta tarde en escribir este artículo. Porque las palabras pueden ser tan liberadoras como esclavizantes, dependiendo de cuándo, dónde y fundamentalmente cómo se las use. Esos hombres hablaban de (para ellos) verdades y desde la verdad. Qué miedo. Qué miedo que ese sea el destino que nos ha sido otorgado en gracia, que hombres y mujeres han construido. Que has de ser madre y esposa. No dejemos que nos atrape ese destino, no sólo a nosotras. No dejemos que en ese destino queden atrapados los hombres. La liberación será plena cuando sea igualitaria y equitativa, en los dos sexos.

Comentarios

  1. Atos: Virginia Woolf nos advirtió que no escribiéramos desde la furia y con este artículo has demostrado ser una buena lectora. Ovación de pie. Ya quisiera yo poder escribir con la calma que da tener la verdad de nuestro lado, pero mi temperamento me lo impide. Sin embargo, para acercarme a mi objetivo, pondré la ira en boca de otros. En este caso, en boca de Bikini Kill.

    Sister, sister where did we go wrong?
    Tell me what the fuck we're doing here,
    Why are all the boys acting strange?
    We've got to show them we're worse than queer.

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  2. Porthos, gracias por introducirme en esa maravillosa lectura que acabé ayer. De corazón, gracias. Ahora sé que para plasmar el arte y la creatividad, en nuestra mente deben cooperar esas dos fracciones masculina y femenina que todos tenemos dentro.

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  3. A ver, quiero compartir algo que me sucedió hoy y que me espantó. Un compañero de clase (sí, el chileno) me comentó que una profesora le había hecho un comentario referente a su sexualidad. Como yo ya venía acumulando razones para odiarla y esta tonta necesidad de introducir el mundo del cortejo en cualquier actividad diaria era una más, arremetí contra ella con improperios de toda naturaleza (creo que hasta aprendí a hablar en pancocoliche). Frente a mi despliegue de violencia verbal (quienes me conocen saben que son frecuentes), el muchacho sonrió y dijo "Siempre es emocionante cuando alguien putea, más cuando lo hace una mujer". Pensé: "¿qué carajo?" Dije: "Ah". Era muy temprano.

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