To sleep: perchance to dream

Pero dormir. Dormir. Sólo quiero dormir. ¿Cuán difícil puede ser? Dormir para siempre, dormir por placer, dormir con placer, dormir hasta que no haga falta, dormir hasta que nos duelan los hombros y la cintura, dormir hasta morir de calor envuelto en frazadas, dormir hasta sentir los ojos hinchados. Dormir.
Mi relación con el dormir es complicada. No me gusta dormir como quien dice dormir, me gusta la rutina de meterme en la cama, dispuesto a dormir. Ponerse el pijama, lavarse los dientes y la cara, poner las pantuflas al borde de la cama, la bata sobre el piecero, tal vez leer algo o escuchar un poco de música, después apagar la luz y empezar con la más placentera de las rutinas. La mía empieza así: me siento sobre la cama, hundo los pies por debajo de las sábanas, froto las patitas contra las sábanas frías y me acuesto de costado mirando a la pared. A los pocos minutos, me acuesto sobre la espalda, pero no soporto más de unos segundos y me vuelvo a poner de costado. Entrando ya en ese ámbito cerrado, como un sueño estiro mi brazo izquierdo por debajo de mi almohada. Finalmente, ha llegado el momento: me recuesto sobre mi estómago, la cabeza mira por sobre mi hombro derecho, mis dos brazos se estiran (el izquierdo debajo de la almohada, el derecho rodeándola) como en una quinta posición de ballet chingada, la pierna izquierda estirada y la derecha flexionada, la punta de mis dedos acariciando mi rodilla izquierda. Está bien, estamos de acuerdo, eso es genial.
Pero está el otro aspecto del dormir, el que odio: las horas que hay que estar confinados a esas cavernas acolchadas, a las que me resigno con rabia o culpa o peor aún, la manera en que el sueño irrumpe en todas nuestras actividades diarias cuando, en un acto de rebeldía, no le concedemos a nuestro organismo cuantas horas de descanso nos pide. No en vano el sueño es el hermano rengo de la muerte. Porque en su omnipresencia reside la analogía: o aceptamos las reglas del juego y dormimos ocho horas al día y morimos en calma, o le huimos al sueño y a la muerte (o eso creemos que hacemos) para que siempre nos sorprendan: una somnolencia hasta entonces inadvertida que nos agarra por el cuello en una clase, una paloma atropellada por un colectivo, un peso extra en los párpados, alguien que conocemos que deja de ser. Todos hijos de un mismo padre. Y ni hablar de cuando se confabulan la panza de Buda y la mano de Dios y alguien conoce la muerte en la seguridad de su colchón.
Y yo no me rindo fácil. Yo me rehúso a aceptar que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son. Entonces busco estrategias. Me obligo a dormir seis horas al día. Porque si no, no rindo. Pero he aquí lo más siniestro del sueño: cuanto más entregamos, más nos pide. Entonces pululamos por la ciudad, envueltos en bostezos, párpados pesados, pasos inciertos, chuchos incipientes. No hace falta más de una semana para que yo entienda que eso no está funcionando. Y entonces le declaro la guerra al sueño. Less is more, dice la fashion police. Algo de verdad en eso tiene que haber. Y ahí entiendo por qué hace falta dormir, porque los bostezos, los párpados pesados, el frío son los mismos. Sólo que ahora sabemos que estamos haciendo algo mal. Pero le echamos la culpa a los compromisos, y decimos que no tenemos tiempo para dormir. O nos encogemos de hombros y decimos que no sabemos qué nos pasa esa semana, que estamos muertos (siempre en sentido figurado, claro). Nunca se le gana al sueño, ni compartiendo la trinchera con la cafeína, la teína, la mateína, la glucosa y todas esas cosas que supuestamente nos despabilan (aunque a mí nunca me surtieron efecto). Entendí eso cuando me di cuenta de que cada mañana, me sentaba en la cama y pensaba "Bueno, son sólo dieciocho horas y vuelvo a la cama".
Me preguntan para qué escribí este artículo. Es sencillo, o hacía esto o dormía una siesta. A partir de ahora son diez horas de resistencia y vuelvo a la cama. Como expliqué anteriormente, le declaré la guerra al sueño, y este pequeño artículo es una batalla ganada .
Vengo a mostrar mi adherencia 80% al artículo del buen Porthos, recientemente declarado tía política del hermoso Franco L.
ResponderEliminarSi hay algo que disfruto enormemente es la sensación de que me vence el sueño cuando estoy tirada en la cama. Cuando hace dos noches que no duermo, en ese estúpido acto de rebeldía del que soy habituée porque, a diferencia de mi querida amiga, lo que más odio de dormir es todo lo anterior. Sacarme los lentes de contacto. Ponerme el pijama. Lavarme los dientes. Desarmarme el peinado (!). Entrar voluntariamente a la prisión de sábanas frías y alcobas vacías y rogar a Hades que me caliente lo' piese' porque ya se me acaban los idiomas en los que decir improperios.
Cuando después del correcto tiempo de hiperactividad que sigue a noches enteras sin dormir, tiempo en el cual mi único pensamiento es "no puedo parar de moverme porque si me quedo quieta mis electrones se van a unir al núcleo de mis átomos y voy a explotar".
Al tercer día, lejos de resucitar de entre los muertos, paso todo el día tirada, ya preparada, con pijama, sin lentes, con los dientes lavados, esperando el santo pecado de morir en mi cama. El sueño recurrente que dura fracciones de segundo en el cual estoy en caída libre hasta que aterrizo violentamente en mi cama, el indicador de que mi cerebro plantó bandera y de ahí no se mueve sin dormir un día entero.
Sin embargo, existe la otra clase de sueño, que es el que te invade en medio de una clase de biología, o una mala película francesa, o una charla muy aburrida. Es el que a mí me gusta llamar, en un rapto de inspiración sin precedentes, aburrisueño. No necesariamente hay que dormir poco para ser presa de este bandido, todo lo que involucre madrugar, una hora de viaje y muy pocas cosas útiles que sucedan durante ese lapso de tiempo es posible causante de aburrisueño. En este caso simplemente la poca onda que hay alrededor de uno le desoxigena el cerebro y uno se pone a roncar involuntaria, aunque conscientemente. Y lo que pretendía ser un dibujo de una célula eucarionte se transforma muy rápidamente en el señor Cara de Papa. Este sueño también está muy bueno, porque el sueño es la sensación más limada de la historia de las sensaciones, sin embargo yo prefiero el sueño que te parte al medio, que hace que tu único deber para con la humanidad sea encontrar algo que te sirva de manta. Por eso yo duermo cada tres días. Porque soy ROCK.
Olivia, me interesa mucho tu concepto del "aburrisueño". Me abriste la cabeza, yo pequé de ingenua al atribuirlo al sueño común y corriente. Pero igualmente odio el aburrisueño, aunque admito que es muy limado y hace que uno, en una clase de filosofía en la que traen a colación a Boston Legal (?!) y explican por qué Alan Shore es un perfecto sofista, sueñe/alucine con cabellos rubios, cortes norteamericanas y chocolate.
ResponderEliminarY advierto al pueblo que, ahora que soy tía del adorable F. Leónidas (comprenda, lector, el niño se llama Franco Leónidas y los padres son muy abiertos entonces dieron luz verde a la turba para que cada uno elija cómo llamarlo), buscaré una manera de exteriorizar mis amagues de maternidad. Pero no en este blog, porque no corresponde. Así que un día que deba elegir entre "blogguear" y dormir, voy a abrir mi siempre anhelado blog de relatos eróticos y mi blog de "gambetas a la maternidad"...o algo así.
Aburrisueño. Muy groso. Lo más terrible es cuando te agarra el aburrisueño y estás dando una clase y tenés que caretearla. Un día te voy a escribir una carta de amor (!) describiendo las mil y un formas de caretear el aburrisueño sin morir en el intento. Y si, lo piese frio son lo PEOR que hay, y la razón principal por la cual, dentro de mi pequeño universo, necesito un elemento masculino, preferentemente con piese calentitos.
ResponderEliminarbueno, yo amo dormir y amo soñar. de hecho, y con esto cierro mi breve comentario, el otro día, Leila Micaelita me preguntó en una isla en Tigre qué era para mí la felicidad y yo le dije 'una bolsa de agua caliente' para dormir. un beso (y felicidades a la flamante tía).
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