Hoy aprendimos: Alan Pauls es mi zona-síntoma

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Es viernes, ayer inicié mis vacaciones inmediatamente después de un ataque de pánico que me impidió rendir un examen. La tarde del jueves la dediqué a una ardua compra de regalos. Hoy me toca comprar más regalos navideños. La navidad me gusta, tanto que aviva mis ánimos axiomáticos y me inspira a decir cosas de la siguiente naturaleza: para disfrutar la navidad hay que resignificarla. Es eso. Salgo al mediodía, recién bañada y vestida de negro de pies a cabeza con mi mamá. Tomamos colectivo, subte y más subte, para ir del IOSE a una zapatería, de una zapatería a Once, de Once a Barrio Norte. En el interín, retiramos los resultados de un estudio, compramos un regalo, un vestido, decoración navideña y nos sentamos a almorzar en el lugar más frío del centro de la ciudad. Hablo con mi hermano: tiene pies de alienígena, una placa de rayos X lo confirma. Hablo con Aramis. Como un sandwich con muchas aceitunas. Salimos del bar, mi mamá vuelve a casa con las cosas compradas y yo sigo comprando regalos y muriendo de calor. Tengo que comprar:
-libros (regalos para una persona en particular y para mí);
-jabón;
-bombachas rosas para el elemento femenino de la familia Minos;
-imanes para la heladera pedidos especialmente;
-de ser posible, una musculosa negra.

Voy por la vereda del vigilante (la de la sombra y la brisa) hasta llegar al Ateneo Grand Splendid. Es una librería rara, a veces encuentro todo lo que quiero y a veces no encuentro nada, pero conozco bien las secciones y el aire acondicionado es fuerte. Entro a zancadas y voy directo a la sección de literatura argentina. Siempre me sorprende que haya una sección de libros de bolsillo (o de polly pocket, como los llama Aramis). Yo estaba concentrada pero ahora estoy acá y ya no hace calor, y hay tantas cosas que quiero que me confundo y pretendo distraerme con la sección latinoamericana (convenientemente ubicada a mis espaldas). Peor. A duras penas saco el celular y mando a Darth Vader un mensaje enumerando los libros que me quiero comprar y pido ayuda. D.V. responde que tiene ganas de leer a Gumucio y, si mi memoria no falla, comenta algo sobre Bolaño. Le mando otro mensaje con más libros que quiero comprar, porque ahora además descubrí la sección de antologías. Responde: envidio el lugar donde estás, yo me quedo con el hermano joven de Cumbio. A esta altura estoy tan perdida que fui a la sección de arte y me arrepentí a mitad de camino (conozco las tentaciones que aguardan allí), así que miré los libros de turismo. Me río de mi cobardía y vuelvo a ficción latinoamericana, pero como no soy tan valiente, me quedo en literatura universal -clasificación que siempre juzgué pretenciosa, ni que ofrecieran libros de Roxocoricofallapatorus- y recibo el mensaje viendo las amarillentas cubiertas de Anagrama que lucían el nombre de Martin Amis. Casi sin darme cuenta, abro un libro de un X autor del British Dream Team (Jorge Herralde: a veces te odio) y veo un término demasiado madrileño para ser verdad. ¿Qué estoy haciendo acá? Es tiempo de pragmatismos. Agarro seis libros y voy a la computadorita que promete darte los precios con color lindo para que no te deprimas tanto. Hay un vendedor parado al lado, con una sonrisa le digo: ¿Puedo pasar los libros yo y así no te hago trabajar? Ensaya una sonrisa mientras se suena la nariz. Paso el primer libro y me dice: excelente. Le sonrío y paso los otros libros. Decido llevar cuatro, los dos recomendados por Darth Vader como autorregalos y uno de Castillo y la antología Diagonal Sur como regalo. Le aviso esto vía mensaje de texto, detallando que la idea es leer el textito que escribió Alan Pauls antes de envolver la antología y así darme por hecha. Recibo un mensaje de aliento que reza: La mejor de las jugadas, Toro. (Bueno, usó mi nombre) Ovación de pie. Mientras espero a pagar me doy cuenta de que mi pensamiento es más negativo, en el sentido hegeliano, de lo que advertí. Antes disfrutaba la adrenalina de elegir un libro. Ahora, sufro porque sé que el libro llevado esconde en sus solapas todos los libros que jamás voy a leer y tiemblo en las bateas porque me aterra mi falsa libertad. Cómo pesan cuatro libros cuando contienen todos los que no voy a leer. Dicho sea de paso, une petite denuncia: Mondadori, guarda con los precios y con el tamaño de la letra, ya te estás pareciendo a Anagrama. Los Amigos Soviéticos se puede leer a kilómetros de distancia. Y duelen los ojos al ver esos precios.

Compro las cosas que me faltan, muero de calor, camino muchísimo (o 15 cuadras que en el verano son eternas) y me instalo en un bar de Corrientes y Callao con una coca tibia y una galletita de chocolate. Llamo a Aramis, le digo que me busque ahí. Es una buena oportunidad para leer a Pauls. Pero la puta que me parió, no paro de confundirme antologías. Yo vi a Cohen y a Pauls y pensé que era toda sobre Buenos Aires, pero claro, me confundí con la antología esa de Entropía. Bueno, ¿qué le hace un Lemebel más al tigre? Leo el texto de Pauls. Quedo absolutamente maravillada y reconfortada porque, por alguna razón que no llego a dilucidar, abrí el libro temiendo no encontrar los defectos que hacen que Pauls sea Pauls. (Pregunta de la temporada: ¿de qué hablamos cuando hablamos de Pauls?) Y me digo que si Pauls se pierde en Caballito, está bien que yo me pierda (me pasa siempre). Mientras miro absorta cómo una chica al lado mío toma un milkshake que parece extirpado de una serie estadounidense de secundario top top top top top, repaso las razones por las cuales amo a Pauls por orden de aparición, a saber:
-la puntuación, la disposición de los signos de puntuación en su obra es un mapa del mundo
-la manera en que todo, desde un adoquín hasta un pedazo de papel, se vuelve orgánico en su relato
-la intromisión de enfermedades y afecciones como muestra de salud
-la verborragia perfectamente planificada
-lo circular de sus escritos, en los que extrae un axioma de lo anecdótico y lleva su comprobación hasta las últimas consecuencias, denotando que este hombre lee todo como si fuera una oración y que es una invención de Borges (leer "Loca erudición" de El factor Borges).

(Hay miles de razones más, pero apenas éstas son las que puedo pronunciar un sábado a la madrugada.)
Un hombre se levanta de su mesa, hace ruido con la silla contra el piso y me distraigo. Vuelvo a mirar el libro que tengo en las manos y ya no entiendo qué acaba de pasar. Recuerdo que alguna vez leí que en la pluma de Pauls el relato se vuelve fisiológico, recuerdo lo que él escribió sobre la piel en La vida descalzo, recuerdo el bulto en Wasabi, la amnesia lingüística de Rímini, las horas que pasé sosteniendo esos libros con suficiente fuerza como para que se encarnen en mis dedos. Los residuos del texto que acabo de leer: la zona-síntoma, una zona en la que inevitablemente nos perdemos o algo así, explicado de una manera más linda y compleja que ya ni recuerdo. Veo diagonales, circunvalaciones, autos que pasan y entiendo: Alan Pauls es mi zona-síntoma. Por eso siempre vuelvo.
Trato de leer a Lemebel pero estoy cansada de leer cosas de gays (Copi me colmó la paciencia), así que saco a Terranova y me interno entre Congreso y Siberia hasta que llega Aramis.

Comentarios

  1. Sí, Alan, hay alguien en el mundo que lee tus libros como un mapa abierto hasta que se vuele su zona-síntoma, hasta que le pintás tu propio mundo en su cuerpo, el cuerpo de este Toro que destila adrenalina y pensamiento negativo. Sí, Alan, has alcanzado tu propia cumbre. Nadie puede leerte como el Toro.

    Toro:quizás Alan encierre lo que hay en los libros que no leemos. Te dejo el beneficio de la duda. Y una ovación de pie ya que huelgan las palabras
    Bruno Sierra desde el usuario de MLM.

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  2. ayer entré a una librería moooi renombrada (que no voy a escrachar acá porque el 2010 pienso abrir un espacio de denuncias donde yo pueda insultar a todas las putas librerías que no hacen lo que yo quiero) y no tenían ni un mísero libro del sr. pauls. qué vergüenza me dan. tienen una sección misteriosamente llamada "no dualidad" y nada del caballero, shame on you.

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