¿Qué pasa cuando la vida no te despeina?
Por alguna razón, el verano siempre es especial para mí. Tengo tiempo de sobra para hacer ciertas cosas que durante el año me resultan imposibles de realizar. Puedo leer cuanto libro quiera y sin importar su extensión en poco tiempo, puedo ver películas a la hora que desee y levantarme a horarios más que flexibles –que incluso, si fuese así mi voluntad, no tendrían por qué inscribirse en esa parte del día llamada mañana-, puedo salir todos los días o puedo achancharme y atrincherarme en casa a comer y ver Scarface –the World is yours-. Pero este verano, que como todos mis veranos empieza achanchadamente, acostumbrándome al ritmo flexibilizado del calor y el no tener ninguna obligación ni más rutina que hacer lo que se me da la gana, como diría Arjona en su juventud no tan juvenil, fue diferente. Este verano, cuando comenzaba a perfilarse con sus planes y salidas entretenidas e interesantes, se quedó sumido en la inmovilidad de una gastroenteritis terrible que puso mi mundo de cabeza, fundamentalmente, haciendo primar el estómago/intestino por sobre mi cerebro.
Cuando vemos telenovelas o leemos novelitas rosas, estamos advertidos respecto del accionar de los personajes: se dejan llevar por su corazón –fundamentalmente, si son buenos-. Pero yo ni siquiera tuve esa suerte: mi estómago se apoderó de la rutina por más de 7 días, dejándome encerrada en casa y suspendiendo mis actividades estivales. Y ahora, que puedo salir de la cuarentena, no puedo comer libremente lo que se me antoja y aunque las habilidades innatas siempre me resultaron poco creíbles, puedo afirmarles, queridos lectores, que yo no nací para hacer dieta. No porque no pueda, de hecho, mi férrea voluntad hace que yo ni siquiera me sienta tentada de comer helado de vainilla cuando en frente tengo a mis dos amigos dementores comiéndolo del pote. Tampoco me tembló el pulso cuando mi hermano se comió un trozo de melón –mi fruta favorita- en frente mío y sin tapujos. Y mucho menos cuando se comió mis pepas de membrillo Terepín a precio de oferta viendo Dr. Who. Pero el punto del gazpacho, joder si lo tenía, es que me molesta soberanamente poder comer gelatina como único concepto de ‘dulce’. ¿Hasta dónde llegaré, Ceratti? ¿Cuánto más puedo resistir sin tomar mate ni comer galletitas? Siento en mi boca el gusto de ensueño del bombón helado con dulce de leche adentro. Pienso en todas esas cosas ricas que no voy a poder comer por unos días y pienso que es muy factible que mis amigos y mis familiares las coman en frente mío. La única solución es leer y ver tele para despejarse.
Pero hete aquí el otro problema: cuando prendo la tele, siempre hay comida y no me había dado cuenta hasta ahora de que esos manjares –que normalmente pasan inadvertidos en la pantalla- se han vuelto un tabú. No puedo comer el pollo a la parrilla que comen los personajes de tal serie –vi Christmas Invasion de Dr Who y casi me muero-; veo lo que come Lucía en Ciega a citas y desespero por un chocolate con yogur de frutilla adentro; en Cosquín, el último monólogo que escuché fue sobre las comidas argentinas más ricas y haciendo una prueba casi científica hice zapping por mis cinco canales y en todos ellos había gente comiendo. Entonces, desesperada –como cuando en Hechizada, Samantha cambia de canal pero siempre ve a su amado en todos los programas y publicidades, siendo que en realidad quiere olvidarlo-, me voy a leer y lo más importante en la página del libro que estoy leyendo es la comida que come Simone de Beauvoir en Suiza. ¿Es un complot contra mí? Sé muy bien que Sylvestre me diría “Son los K” pero no quiero entrar en este circo –aprovechando la tapa de Página de hoy- y ser una víctima más como Redrado y Cobos quieren parecer. Mi estómago ha pasado a reinar mis días de enero que se están yendo por un caño sin nada productivo que rescatar y mi vida ha dejado de despeinarme. Así que sólo puedo esperar a que el cerebro libre su batalla y mi voluntad sea dueña de sí misma sin miramientos al aparato digestivo.
No quiero aburrirlos, queridos lectores, con mis quejas alimenticias, pero les quiero brindar un consejo aunque tampoco yo tenga muchas verdades: aprovechen la comida que hay a su alrededor. La gastroenteritis no espera ni avisa y en este verano se han registrado muchos casos de ella. Valoren las ensaladas –incluso, si tenemos en cuenta que hay gente en peores situaciones que yo y no porque su intestino lo reclame aunque sí su bolsillo-, valoren las galletitas –pueden acabar comiendo el agua que sobra del arroz con un poco de sal y no es broma-, valoren lo que comen habitualmente y que parece parte del paisaje. No quisiera que acabaran sorprendidos ante el trío del pollo-arroz-gelatina. No obstante, a no desesperar como yo –este artículo es un grito de esperanza y prevención- que como bien decía el Gitano, al final, la vida sigue igual.
Cuando vemos telenovelas o leemos novelitas rosas, estamos advertidos respecto del accionar de los personajes: se dejan llevar por su corazón –fundamentalmente, si son buenos-. Pero yo ni siquiera tuve esa suerte: mi estómago se apoderó de la rutina por más de 7 días, dejándome encerrada en casa y suspendiendo mis actividades estivales. Y ahora, que puedo salir de la cuarentena, no puedo comer libremente lo que se me antoja y aunque las habilidades innatas siempre me resultaron poco creíbles, puedo afirmarles, queridos lectores, que yo no nací para hacer dieta. No porque no pueda, de hecho, mi férrea voluntad hace que yo ni siquiera me sienta tentada de comer helado de vainilla cuando en frente tengo a mis dos amigos dementores comiéndolo del pote. Tampoco me tembló el pulso cuando mi hermano se comió un trozo de melón –mi fruta favorita- en frente mío y sin tapujos. Y mucho menos cuando se comió mis pepas de membrillo Terepín a precio de oferta viendo Dr. Who. Pero el punto del gazpacho, joder si lo tenía, es que me molesta soberanamente poder comer gelatina como único concepto de ‘dulce’. ¿Hasta dónde llegaré, Ceratti? ¿Cuánto más puedo resistir sin tomar mate ni comer galletitas? Siento en mi boca el gusto de ensueño del bombón helado con dulce de leche adentro. Pienso en todas esas cosas ricas que no voy a poder comer por unos días y pienso que es muy factible que mis amigos y mis familiares las coman en frente mío. La única solución es leer y ver tele para despejarse.
Pero hete aquí el otro problema: cuando prendo la tele, siempre hay comida y no me había dado cuenta hasta ahora de que esos manjares –que normalmente pasan inadvertidos en la pantalla- se han vuelto un tabú. No puedo comer el pollo a la parrilla que comen los personajes de tal serie –vi Christmas Invasion de Dr Who y casi me muero-; veo lo que come Lucía en Ciega a citas y desespero por un chocolate con yogur de frutilla adentro; en Cosquín, el último monólogo que escuché fue sobre las comidas argentinas más ricas y haciendo una prueba casi científica hice zapping por mis cinco canales y en todos ellos había gente comiendo. Entonces, desesperada –como cuando en Hechizada, Samantha cambia de canal pero siempre ve a su amado en todos los programas y publicidades, siendo que en realidad quiere olvidarlo-, me voy a leer y lo más importante en la página del libro que estoy leyendo es la comida que come Simone de Beauvoir en Suiza. ¿Es un complot contra mí? Sé muy bien que Sylvestre me diría “Son los K” pero no quiero entrar en este circo –aprovechando la tapa de Página de hoy- y ser una víctima más como Redrado y Cobos quieren parecer. Mi estómago ha pasado a reinar mis días de enero que se están yendo por un caño sin nada productivo que rescatar y mi vida ha dejado de despeinarme. Así que sólo puedo esperar a que el cerebro libre su batalla y mi voluntad sea dueña de sí misma sin miramientos al aparato digestivo.
No quiero aburrirlos, queridos lectores, con mis quejas alimenticias, pero les quiero brindar un consejo aunque tampoco yo tenga muchas verdades: aprovechen la comida que hay a su alrededor. La gastroenteritis no espera ni avisa y en este verano se han registrado muchos casos de ella. Valoren las ensaladas –incluso, si tenemos en cuenta que hay gente en peores situaciones que yo y no porque su intestino lo reclame aunque sí su bolsillo-, valoren las galletitas –pueden acabar comiendo el agua que sobra del arroz con un poco de sal y no es broma-, valoren lo que comen habitualmente y que parece parte del paisaje. No quisiera que acabaran sorprendidos ante el trío del pollo-arroz-gelatina. No obstante, a no desesperar como yo –este artículo es un grito de esperanza y prevención- que como bien decía el Gitano, al final, la vida sigue igual.
Atos, pensá que en la antigüedad el hígado era el equivalente de lo que hoy es el corazón. Mi mamá asegura que hay dos tipos de música: la que se escucha con el cerebro y la que se escucha con el estómago. Yo la paso mejor con mi cerebro y con mi hígado (el mío es más que sensible) pero tal vez vos seas partidaria del estómago. De tripas corazón.
ResponderEliminarPara que no pienses en comida (ignorá el pedacito de la carne) te dejo un regalito que me mandó mi hermano vía www.ilcorvino.blogspot.com :
“Rafa comparó a Kirchner con Shylock, el usurero judío protagonista central de de otra obra de Shakespeare, El mercader de Venecia.
Escrita entre 1594 y 1597, cuenta la historia de Bassanio, un noble pero humilde veneciano que, para cortejar a Porcia, una rica heredera, pide prestados tres mil ducados a su amigo, un comerciante llamado Antonio. Pero Antonio tiene casi toda su fortuna invertida en los barcos que posee en el extranjero. Entonces decide pedirle prestada la suma a Shylock. El prestamista accede, con una sola condición: si Antonio no se la devuelve con intereses y en el tiempo pactado, le tendrá que dar una libra de su propia carne, la más próxima a su corazón”
El dueño, Luis Majul (p. 27, Primera Parte. El verdadero Kirchner; Capítulo 1 “La venganza del boludo”*)
“El mercader de Venecia, escrito por Shakespeare entre los años 1594 y 1597 no sería publicada hasta 1600 (…) Bassanio, un noble pero pobre veneciano, le pide a su mejor amigo Antonio, un rico comerciante, que le preste 3.000 ducados que le permitan cortejar a la rica heredera Porcia. Antonio, que tiene todo su dinero empleado en sus barcos en el extranjero, decide pedirle prestada la suma a Shylock, un judío usurero. Shylock acepta dejar el dinero con la condición de que, si la suma no es devuelta en la fecha fijada, Antonio tendrá que dar una libra de su propia carne”
El Mercader de Venecia, Wikipedia
*No sé qué es más triste, si el plagio a Wikipedia o el título del capítulo. Parece que Aníbal Fernández siempre tiene razón y todo esto es una payasada.
P.D.: Pensá que todos sufrimos las consecuencias de nuestra alimentación. Hoy una promotora me miró de arriba a abajo, se desplazó dos metros y me dijo: "Vos te tenés que enterar sobre nuestra promoción". Le miré el seno izquierdo y tenía SLIM bordado en la camisa. Me empezó a hablar, le toqué el antebrazo y le dije: "Te agradezco pero,¿sabes qué? No me interesa" y escapé de mis propios fantasmas.
ResponderEliminarJuro que es lo último, acabo de leer lo que dijo Macri sobre el uso de picanas: "Vamos a probarla y la verdad es que hay demasiado prejuicio y opinión superficial"
ResponderEliminarMontenegro acota: "Una pistola 9 milímetros o una cucharita también son letales. La mala utilización de este tipo de elementos puede ser letal y hay que controlar su utilización"
¿Será que ahora existe la policía-martillo que puede poner un clavo y también puede romper un cráneo? Klimovsky se ríe por lo bajo.
PREMIO MEJOR COMENTARISTA: TORO DE MINOS. acabo de inventar los premios HND y esa terna tb, ya que estos premios (además de las radios y diarios y canales de television que nos faltan) son lo que nos falta para ser un grupo multimedia, ya que si TN puede desaparecer, alguien tiene que ocupar su lugar. o debo decir, ya que TN desapareceria? porque somos periodismo independiente, al menos hasta que MLM vuelva de la asuncion de Evo en Bolivia y ocupe su lugar en PRENSA HND. de cualquier manera, ¿es esta la venganza de los dementores? cuando DArth VAder no está, los dementores bailan, así que, MAJUL, AGARRÁTE LA DENTADURA.
ResponderEliminarMe sonrojo, ¿debería estar borracha para el discurso de agradecimiento? Lo que no entendí es si soy el mejor comentarista 2009 o el 2010, porque ser el mejor del 2009, considerando que sólo 5 personas comentamos, no es gran mérito, pero ser la mejor del 2010 a fines de enero es todo un logro.
ResponderEliminarBueno, para agradecer, dejo este link: http://arsmilitia.blogspot.com/2010/01/el-peronismo-es-nuestro-gran-relato.html
Porque en el peronismo (y en A. Pauls), el relato se vuelve fisiológico. ¿Contamos como uno más de los blogs peronistas?
mejor comentarista 2016 y 1/2 diría yo, porque como prensa independiente tenemos que estar un paso más allá siempre. como la pisada en la Luna: nosotros ,sin haber nacido, ya estábamos en Neptuno y Heisenberg ni te cuento, agarráte, catalina. Y vos tb, Majul.
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