Hard to be a girl, so nice to be a boy

Cuando vi "Velvet Goldmine" por primera vez, entendí todo: yo era un hombre. Para mi cumpleaños de un año, me pusieron un vestido a cuadros celeste y amarillo y una vincha celeste adornando mi cabeza dorada casi blanca. Me vistieron de nena porque ser un varón me hacía llorar los ojos ("conjuntivitis alérgica" repiten ad nauseam los oculistas). Entonces crecí convencida de que yo era una nena. Nadie nunca me explicó por qué yo veía penes en todos lados. Nadie nunca me dijo que fantasear con armas y disparos estaba mal. Pero cuando vi esa película, tuve la primera fantasía homoerótica y se acabó la mentira de los medios. Yo era un varón. Desde entonces, mis ojos no paran de llorar y tengo brotes particularmente graves. La gente cree que es que me río mucho y cuando lloro en las clases matutinas y me miran con sorpresa repito la canción de los oculistas. Ahora me maquillo y me pinto las uñas para que los chicos se confundan y las chicas sientan miedo, y exagero mis curvas para parecer una muñeca inflable. Pero ya no miento, fantaseo con hombres andróginos y eyaculo pensando en sus disfraces de glam rock. Ahora soy un hombre libre y si salgo de mi casa después de las diez de la noche me pongo un desodorante en la entrepierna para no tener miedo. Nadie se mete conmigo porque araño y escupo y paso días sin hablar con nadie, pero mis mascotas se ríen con ternura y me preguntan para qué príncipe azul guardo mis coochy coochy pants.