Clásicos de ayer y hoy...
No sé si la vuelta de Fidel a la vida pública me habrá incitado a escribir este artículo. De cualquier manera, es un artículo escrito para a) subir algo más allá de la trivia de Aramis y b) para rellenar el tiempo mientras esperamos las elecciones de Brasil y el resultado de la CTA. Que lo disfruten, compañeros.
El otro día, como fiel televidente de Canal 7, me quedé viendo una película de El cine que nos mira iberoamericano, conducido por el nunca bien ponderado Carlos Morelli, al que, desde HND, le agradecemos por tanta magia. En general, las noches de cine del canal los sábados son bastante trágicas. Y la verdad, un sábado a la noche, después de laburar con niños llenos de energía y viajar desde un lugar muy lejano, casi como el castillo de los padres de Fiona en Shrek 2, no me dan ganas de ver películas que muestren las miserias humanas de una manera tan cruda. Porque, vamos a hablar a calzón quitado, Versión Original, presentado ahora por Leo Sbaraglia, pasa unas pelis que hacen parecer al harakiri como un juego de niños algunas veces. Pero esa noche, después de engancharme extrañamente con la excelente película inglesa “La profesión de Irina Palm”, me quedé a ver el film que pasaba Carlitos. Debo aclarar que el programa (ahora iberoamericano) es excelente y tiene una muy buena selección de películas, además de transmitirse en 17 países iberoamericanos, porque es un proyecto conjunto. Y ahí estábamos mi madre (con la plancha en la mano) y yo, un sábado a la noche, con Carlos Morelli, en la TV pública. La película, La noche de los inocentes, era cubana, con Jorge Perugorría.
En esta película, Federico tiene un accidente: básicamente, lo muelen a palos. Y así empieza todo, en un hospital cubano, con una recepcionista exuberante y voluptuosa. Federico, vale aclarar, estaba vestido de mujer, con lo cual todos pensaron que era travesti. Y ahí comienzan a brotar personajes, la madre y el vecino homosexual, el padre y sus deseos ocultos, la hermana pequeña, la enfermera yegua, la ordenanza quejosa, un policía medio fofo y fuera de práctica, Cachita (la novia también exuberante), un italiano que habla bastante bien el español vestido como para casarse, el cura que iba a casar a Cachita y al tano, Federico, en el centro, golpeado, maquillado, en la habitación vacía del hospital. Afuera, llovía torrencialmente. Todos congregados a partir de este solo hecho. Y un misterio, ¿qué había sucedido? El policía, vestido con una camisa naranja a cuadros, debía averiguarlo, su primer caso en serio, luego de haberse retirado por abuso de autoridad. La verdad es que fue una película un tanto absurda. Era una comedia dramática. Al principio, más comedia; al final, más tragedia. Y a partir de las averiguaciones del poco aceitado (pero no por ello menos agudo) policía fumador, se comienza a desentrañar esta madeja complicada, este haz de relaciones intrincadas, los engaños, los fingimientos. Y cuando todo se comienza a entrecruzar, cuando todo comienza a complicarse cada vez más, cuando se descubren todos los entuertos (que no voy a contar por compasión de este público y por si alguno quiere verla alguna vez), quedan al descubierto, entre risas a veces amargas, todas las miserias de este grupo humano tan heterogéneo y aparentemente inconexo, en un principio. Lo que se aguanta por años, las pequeñas tristezas que la rutina va ahogando falsamente y que, un día, salen a flote, más bien, explotan. Uno se cansa de sufrir, pareciera. En medio de una Cuba inundada, con calor y exuberancia caribeña, con un entramado que pone al descubierto una homofobia preocupante, historias de amor frustradas, inmadurez y sobre todo, soledad. Me gusta hablar de “miserias humanas”, de hombres y mujeres. Y al final, la nieve que condensa la película, la nieve en la ciudad (sí, en Cuba), la vuelta a la rutina, la descarnavalización, la vuelta a guardar en el baúl de las amarguras las antologías de sábanas frías y alcobas vacías, como diría un español. Nada es lo que parece, pero vale más parecer que ser. Por eso, La noche de los inocentes, que eran un poco culpables, un poco listos y un poquitín bobos. Las gotas de agua del océano. Quiero agradecer a Carlos por el film, quiero recomendarlo, quiero que el que lo vea transgreda la aparente trivialidad. Desde HND, 4 “Sócrates es un gato” para este cine cubano de sábado a la noche. Y como dice el poema cantado por Ana Belén, Oh, Cuba…oh, Cuba de suspiro y barro.
El otro día, como fiel televidente de Canal 7, me quedé viendo una película de El cine que nos mira iberoamericano, conducido por el nunca bien ponderado Carlos Morelli, al que, desde HND, le agradecemos por tanta magia. En general, las noches de cine del canal los sábados son bastante trágicas. Y la verdad, un sábado a la noche, después de laburar con niños llenos de energía y viajar desde un lugar muy lejano, casi como el castillo de los padres de Fiona en Shrek 2, no me dan ganas de ver películas que muestren las miserias humanas de una manera tan cruda. Porque, vamos a hablar a calzón quitado, Versión Original, presentado ahora por Leo Sbaraglia, pasa unas pelis que hacen parecer al harakiri como un juego de niños algunas veces. Pero esa noche, después de engancharme extrañamente con la excelente película inglesa “La profesión de Irina Palm”, me quedé a ver el film que pasaba Carlitos. Debo aclarar que el programa (ahora iberoamericano) es excelente y tiene una muy buena selección de películas, además de transmitirse en 17 países iberoamericanos, porque es un proyecto conjunto. Y ahí estábamos mi madre (con la plancha en la mano) y yo, un sábado a la noche, con Carlos Morelli, en la TV pública. La película, La noche de los inocentes, era cubana, con Jorge Perugorría.
En esta película, Federico tiene un accidente: básicamente, lo muelen a palos. Y así empieza todo, en un hospital cubano, con una recepcionista exuberante y voluptuosa. Federico, vale aclarar, estaba vestido de mujer, con lo cual todos pensaron que era travesti. Y ahí comienzan a brotar personajes, la madre y el vecino homosexual, el padre y sus deseos ocultos, la hermana pequeña, la enfermera yegua, la ordenanza quejosa, un policía medio fofo y fuera de práctica, Cachita (la novia también exuberante), un italiano que habla bastante bien el español vestido como para casarse, el cura que iba a casar a Cachita y al tano, Federico, en el centro, golpeado, maquillado, en la habitación vacía del hospital. Afuera, llovía torrencialmente. Todos congregados a partir de este solo hecho. Y un misterio, ¿qué había sucedido? El policía, vestido con una camisa naranja a cuadros, debía averiguarlo, su primer caso en serio, luego de haberse retirado por abuso de autoridad. La verdad es que fue una película un tanto absurda. Era una comedia dramática. Al principio, más comedia; al final, más tragedia. Y a partir de las averiguaciones del poco aceitado (pero no por ello menos agudo) policía fumador, se comienza a desentrañar esta madeja complicada, este haz de relaciones intrincadas, los engaños, los fingimientos. Y cuando todo se comienza a entrecruzar, cuando todo comienza a complicarse cada vez más, cuando se descubren todos los entuertos (que no voy a contar por compasión de este público y por si alguno quiere verla alguna vez), quedan al descubierto, entre risas a veces amargas, todas las miserias de este grupo humano tan heterogéneo y aparentemente inconexo, en un principio. Lo que se aguanta por años, las pequeñas tristezas que la rutina va ahogando falsamente y que, un día, salen a flote, más bien, explotan. Uno se cansa de sufrir, pareciera. En medio de una Cuba inundada, con calor y exuberancia caribeña, con un entramado que pone al descubierto una homofobia preocupante, historias de amor frustradas, inmadurez y sobre todo, soledad. Me gusta hablar de “miserias humanas”, de hombres y mujeres. Y al final, la nieve que condensa la película, la nieve en la ciudad (sí, en Cuba), la vuelta a la rutina, la descarnavalización, la vuelta a guardar en el baúl de las amarguras las antologías de sábanas frías y alcobas vacías, como diría un español. Nada es lo que parece, pero vale más parecer que ser. Por eso, La noche de los inocentes, que eran un poco culpables, un poco listos y un poquitín bobos. Las gotas de agua del océano. Quiero agradecer a Carlos por el film, quiero recomendarlo, quiero que el que lo vea transgreda la aparente trivialidad. Desde HND, 4 “Sócrates es un gato” para este cine cubano de sábado a la noche. Y como dice el poema cantado por Ana Belén, Oh, Cuba…oh, Cuba de suspiro y barro.
ES un buen entretenimiento a la espera de la CTA y del pueblo brasileño. Me pregunto si HND, tan latinoamericano y peronista, no tendrá próximamente un programa en Canal 7. El nombre: "Esto podría ser televisión pública". Funciona en muchos niveles. O quizás una columna en Visión 7, titulada "Bollo no es gorila" en la que reseñamos de todo un poco, pero más que nada golosinas. Hasta entonces, tendremos que ver películas cubanas. Menos mal que recomendaste una.
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