Sin sospechar que yo del otro lado del escenario estaba muriéndome
Acabemos con las verdades clarinistas, id est, las mentiras: DIOS ES URUGUAYO. Sí, señor; sí, señora. Maradona no es Dios, mal que nos pese. Y me atrevo a ir más lejos: DIOS ES UN MÚSICO URUGUAYO QUE ESTUDIÓ MEDICINA Y VIVE EN MADRID. Supongo que sabrán, queridos lectores, de quién les hablo. Obvio, Jorge Drexler. Cómo será que, aunque ya tengo escrita la biografía inédita de Chuck Norris, primero, como una necesidad biológica, decidí publicar este artículo sobre la mejor noche tanto mía como de Aramis, e incluyo a los otros protagonistas, pongamos Gabi y Pablito (sí, Aramis, Gabi, porque no da poner el otro apodo que todos conocemos y menos después de haber hablado con ella por más de una hora mientras la anfitriona, ejem, dormía). Cómo será que, para que vean la magnitud del evento, en medio del recital, le mandé un mensaje al Toro diciendo “estoy al borde del orgasmo”. Maravilloso. Dejaré que la audiencia querida sea partícipe de tanta efervescencia colectiva durkheniana, ya que además desde ese momento, el recital, que genera esa religión, esa moral drexleriana y la reproduce dentro nuestro, lo amo aún más. Es decir, es el amor más elevado, la fiesta loca, que por primera vez no fue peronista (aunque el peronismo, como la procesión, va por dentro). Antes de comenzar la crónica, luego de esta prolongada introducción, quiero aclarar para los entendidos que mientras escribo esto en mi casa resuena “Soledad, aquí están mis credenciales”. Versión en vivo.
Advertencia
Este artículo nace de la emoción de lo que vivimos anoche. No presenta ningún orden cronológico (no puedo en este momento ser científica), es el libre fluir de mi amor hacia Jorge Drexler, de mi éxtasis al escuchar sus canciones, es todo lo bueno que me puede pasar diacrónicamente tratando de respetar el orden lineal de las palabras. Les regalaría mi sensación para que se dieran cuenta, para que el relato fuera fidedigno. No lo es, es querer expresar lo que va por dentro sin ser Alan Pauls. Quizá, Toro, es como lo que te hace sentir el modelo en una noche de frío. No me pidan peras, soy un olmo. Es una patada de Chuck Norris.
¡Qué noche, Teté!
18 de septiembre. Hubo varios impactos. Uno, conocí al francotirador. Sí. Dos, JORGE DREXLER + GRAN REX + AMAR LA TRAMA. Es eso, más que nunca en este universo, en este mundo abisal. Es decir, la noche en que respiramos el olor sensual (sí, el olor sensual) del hombre perfecto, porque de hecho existe y lo vi con estos ojitos y lo olí con esta nariz y me empapé en su piel con esta imaginación. Compartí el mismo espacio, pisé el mismo suelo, deambulé por el mismo edificio que el hombre que supo cantar “Té para tres” con Lisandro Aristimuño, para Gustavo.
18 de septiembre. Exactamente 9 meses después del recital de Arjona. Si esto no es un orden cósmico del universo, ¿qué es, qué es? Sentados en Pullman, fila 9, asiento 21 en mi caso. Cuatro humanos en el camino, llegados con el tiempo justo y el corazón en la mano. Era inimaginable que la perfección fuese a materializarse durante unas horas en esta capital federal. Drexler iba de a poquito ocupando el espacio de su propio abrazo hueco: no es el músculo que piensa, es el eco que se vuelve real. Efectivamente, debió ser una noche eterna.
Cantó tantas canciones hermosas. No podría enumerar todas. Desde “Noctiluca” (a ver, un hombre que le canta a los protozoos dinoflagelados) hasta “Cerca del mar” (la mejor versión de su vida, donde además dijo “una rastafari del barrio Caballito”). Aviso, aquel que no ame a Drexler no va a poder entender la mística creada ayer, cual partido de fútbol en el Monumental pa los millonarios. Pero lo voy a intentar. Todavía me dura un efecto residual de la euforia, saltando y bailando en el asiento, lamentando no haber tenido una bolsa bordada a lo Borat para raptar al cantautor y llevárnoslo lejos. Creo que, usurpando términos peronistas del Toro, “Potro” le cuadraba perfecto, además de genio. El exabrupto colectivo que se generó anoche fue increíble. Cuando cantó “Las transeúntes”, casi muero. Es decir, cada canción que cantaba la disfrutaba orgásmicamente pero a su vez, sabía perfectamente que la perfección iba llegando sigilosamente a su final, que todo concluye al fin, mientras nos toque pulsar. Fue una noche de maravillosas sorpresas, como dice Silvio. En un momento dado, Jorge dijo “esta canción (“Aquiles por su talón es Aquiles”) se la dedico en el disco a Paulino Mosca, pero hoy se la dedico a Mr Kevin Johansen, que está entre el público”, con lo cual, todo el mundo comenzó a gritar “que suba, que suba” y Kevin, desde las profundidades, emergió y cantó, de manera improvisada (“esto no pasa en un acto serio”) “La edad del cielo” con el amor de nuestras vidas. Fue mágico. Fue narcótico, a lo Chichi Peralta. No somos más que gota de luz, una estrella fugaz, una chispa tan sólo en la edad del cielo. No somos lo que quisiéramos ser, sólo un breve latir en un silencio antiguo con la edad del cielo. Fue hermoso. Sinceramente, hermoso.
Marimboys
Porque además, non solum Jorge es perfecto (hasta en sus imperfecciones que son 1.63 en total) sed etiam su banda lo es. En plena crisis europea, él conforma una banda de nueve integrantes de diversos lugares (ya sea Argentina o Bilbao) y sale lo maravilloso que es ese último disco que vino a presentar (“porque ustedes me trajeron”), Amar la trama. Increíble banda, de verdad. Uno de los instrumentos, la marimba, daba un toque especial a todos los temas, incluso a la versión candombera de “Aquellos tiempos”, a seis manos. Y la fiesta que fue “Frontera” es difícil de explicar, porque sólo puede sentirse. Uno salía elevado, con ganas de canalizar esa energía en la quema de la legislatura o el hecho de patear tachos.
De hecho, me cuesta llevar un hilo en este relato porque me viene a la mente todo lo sucedido de golpe, paradigmáticamente, como diría Saussure, en un click, como diría Drexler. Dios mío, por un momento fuimos parte del aire que lo tocaba. Comenzó con los temas del último disco, pero después, la confusión de pasado y presente primó en el espectáculo. Quiero que sepan que improvisó temas para decir cosas como “no palmeen en esta canción” o “focalicemos en la parte vocal”. Y después en el momento mágico previo a Noctiluca, dijo lo siguiente (parafraseando):
“veo que gran parte de la audiencia tiene cierta afición por la tecnología. Ya sea para mandar mensajes que hablen bien del cantante o para decir ‘me estoy aburriendo, voy para allí’. Y lo que podría ser una distracción para el artista no lo es porque cuando usan los teléfonos se les ilumina la cara y los conozco un poco más. Así que, apaguemos las luces acá, y abran los celulares así los veo. Ajá, bigote en la cuarta fila…bueno esto viene muy bien porque ahora voy a tocar Noctiluca, un protozoo dinoflagelado que vive en el mar y brilla, como ustedes acá. Así que dejen prendidos los celulares mientras yo canto…sí, ya sé que pagaste la entrada para verme…”
Genial. Fue tan simpático. Y todos en el teatro palmeábamos absolutamente todas las canciones. Creo que sin la advertencia del dios uruguayo, hasta lo habríamos hecho en “Guitarra y vos”. Porque definitivamente, Jorge, hay tantas cosas, yo sólo preciso dos: mi guitarra y vos, y puedo prescindir de la guitarra. Daría mi reino por una noche como la de anoche. Y para colmo, es un hombre sensual. Vestido de traje bien al cuerpo, corbata roja finita y zapatillas blancas, con su guitarra roja y negra, con su pelo corto y esa voz prístina que no requiere arreglos para ser perfecta. Creo que es el único adjetivo que le hace justicia: PERFECTO. Más de uno podría haber muerto ayer de amor. ¡Cuando cantó “Todo se transforma”! O “Sea”. Creo que hasta en “Disneylandia” lo amamos. “Soledad”, “Tres mil millones”, “Transporte”, “Una canción me trajo hasta aquí”, “Polvo de estrellas”, “Se va, se va, se fue”, “Al otro lado del río” (a capella). Dios. No hay nada en mi cuerpo que no haya hecho vibrar. Palmear, moverse, chasquear los dedos. Amamos verdaderamente la trama, más que el desenlace. Y cerró con una del negro Rada, “Ayer te vi”. Cómo habríamos candombeado hasta las tres de la mañana, en ese Gran Rex repleto, en ese “tiranosaurio rex”, como dijo él, con sus fauces intimidantes y monumentales. Y es que no queríamos dormir, nos queríamos comer el mundo, estar a solas con él en cada segundo. Unas mujeres (transeúntes organizadas, quizá) le gritaron a coro “Jorge, dame bola” y él dijo “desde acá, toda la bola del mundo”. En septiembre se cumplen diez años desde la primera vez que vino a Argentina. Espero le hayamos dado un buen regalo de aniversario. Porque además, es tan perfecto que nació el día de la primavera. Y la maceta en frente se llenó de brotes.
Destino final
Después de habernos dejado caer hacia el destino durante horas, colgados como computadoras, y habiendo comprobado que no se puede separar amor y deseo, me pregunto “¿qué tendrá de real esta locura, quién nos asegura que esto es normal? No me importa contarte que ya perdí la mesura, que ya colgué mi armadura en tu portal”. Esta fusión es el destino final que todos desearíamos. Quisiera que este éxtasis lo compartieran todos los habitantes de esta tierra.
Gracias, Jorge Drexler, por ser perfecto. Y es para ti que está escrito este artículo.
Advertencia
Este artículo nace de la emoción de lo que vivimos anoche. No presenta ningún orden cronológico (no puedo en este momento ser científica), es el libre fluir de mi amor hacia Jorge Drexler, de mi éxtasis al escuchar sus canciones, es todo lo bueno que me puede pasar diacrónicamente tratando de respetar el orden lineal de las palabras. Les regalaría mi sensación para que se dieran cuenta, para que el relato fuera fidedigno. No lo es, es querer expresar lo que va por dentro sin ser Alan Pauls. Quizá, Toro, es como lo que te hace sentir el modelo en una noche de frío. No me pidan peras, soy un olmo. Es una patada de Chuck Norris.
¡Qué noche, Teté!
18 de septiembre. Hubo varios impactos. Uno, conocí al francotirador. Sí. Dos, JORGE DREXLER + GRAN REX + AMAR LA TRAMA. Es eso, más que nunca en este universo, en este mundo abisal. Es decir, la noche en que respiramos el olor sensual (sí, el olor sensual) del hombre perfecto, porque de hecho existe y lo vi con estos ojitos y lo olí con esta nariz y me empapé en su piel con esta imaginación. Compartí el mismo espacio, pisé el mismo suelo, deambulé por el mismo edificio que el hombre que supo cantar “Té para tres” con Lisandro Aristimuño, para Gustavo.
18 de septiembre. Exactamente 9 meses después del recital de Arjona. Si esto no es un orden cósmico del universo, ¿qué es, qué es? Sentados en Pullman, fila 9, asiento 21 en mi caso. Cuatro humanos en el camino, llegados con el tiempo justo y el corazón en la mano. Era inimaginable que la perfección fuese a materializarse durante unas horas en esta capital federal. Drexler iba de a poquito ocupando el espacio de su propio abrazo hueco: no es el músculo que piensa, es el eco que se vuelve real. Efectivamente, debió ser una noche eterna.
Cantó tantas canciones hermosas. No podría enumerar todas. Desde “Noctiluca” (a ver, un hombre que le canta a los protozoos dinoflagelados) hasta “Cerca del mar” (la mejor versión de su vida, donde además dijo “una rastafari del barrio Caballito”). Aviso, aquel que no ame a Drexler no va a poder entender la mística creada ayer, cual partido de fútbol en el Monumental pa los millonarios. Pero lo voy a intentar. Todavía me dura un efecto residual de la euforia, saltando y bailando en el asiento, lamentando no haber tenido una bolsa bordada a lo Borat para raptar al cantautor y llevárnoslo lejos. Creo que, usurpando términos peronistas del Toro, “Potro” le cuadraba perfecto, además de genio. El exabrupto colectivo que se generó anoche fue increíble. Cuando cantó “Las transeúntes”, casi muero. Es decir, cada canción que cantaba la disfrutaba orgásmicamente pero a su vez, sabía perfectamente que la perfección iba llegando sigilosamente a su final, que todo concluye al fin, mientras nos toque pulsar. Fue una noche de maravillosas sorpresas, como dice Silvio. En un momento dado, Jorge dijo “esta canción (“Aquiles por su talón es Aquiles”) se la dedico en el disco a Paulino Mosca, pero hoy se la dedico a Mr Kevin Johansen, que está entre el público”, con lo cual, todo el mundo comenzó a gritar “que suba, que suba” y Kevin, desde las profundidades, emergió y cantó, de manera improvisada (“esto no pasa en un acto serio”) “La edad del cielo” con el amor de nuestras vidas. Fue mágico. Fue narcótico, a lo Chichi Peralta. No somos más que gota de luz, una estrella fugaz, una chispa tan sólo en la edad del cielo. No somos lo que quisiéramos ser, sólo un breve latir en un silencio antiguo con la edad del cielo. Fue hermoso. Sinceramente, hermoso.
Marimboys
Porque además, non solum Jorge es perfecto (hasta en sus imperfecciones que son 1.63 en total) sed etiam su banda lo es. En plena crisis europea, él conforma una banda de nueve integrantes de diversos lugares (ya sea Argentina o Bilbao) y sale lo maravilloso que es ese último disco que vino a presentar (“porque ustedes me trajeron”), Amar la trama. Increíble banda, de verdad. Uno de los instrumentos, la marimba, daba un toque especial a todos los temas, incluso a la versión candombera de “Aquellos tiempos”, a seis manos. Y la fiesta que fue “Frontera” es difícil de explicar, porque sólo puede sentirse. Uno salía elevado, con ganas de canalizar esa energía en la quema de la legislatura o el hecho de patear tachos.
De hecho, me cuesta llevar un hilo en este relato porque me viene a la mente todo lo sucedido de golpe, paradigmáticamente, como diría Saussure, en un click, como diría Drexler. Dios mío, por un momento fuimos parte del aire que lo tocaba. Comenzó con los temas del último disco, pero después, la confusión de pasado y presente primó en el espectáculo. Quiero que sepan que improvisó temas para decir cosas como “no palmeen en esta canción” o “focalicemos en la parte vocal”. Y después en el momento mágico previo a Noctiluca, dijo lo siguiente (parafraseando):
“veo que gran parte de la audiencia tiene cierta afición por la tecnología. Ya sea para mandar mensajes que hablen bien del cantante o para decir ‘me estoy aburriendo, voy para allí’. Y lo que podría ser una distracción para el artista no lo es porque cuando usan los teléfonos se les ilumina la cara y los conozco un poco más. Así que, apaguemos las luces acá, y abran los celulares así los veo. Ajá, bigote en la cuarta fila…bueno esto viene muy bien porque ahora voy a tocar Noctiluca, un protozoo dinoflagelado que vive en el mar y brilla, como ustedes acá. Así que dejen prendidos los celulares mientras yo canto…sí, ya sé que pagaste la entrada para verme…”
Genial. Fue tan simpático. Y todos en el teatro palmeábamos absolutamente todas las canciones. Creo que sin la advertencia del dios uruguayo, hasta lo habríamos hecho en “Guitarra y vos”. Porque definitivamente, Jorge, hay tantas cosas, yo sólo preciso dos: mi guitarra y vos, y puedo prescindir de la guitarra. Daría mi reino por una noche como la de anoche. Y para colmo, es un hombre sensual. Vestido de traje bien al cuerpo, corbata roja finita y zapatillas blancas, con su guitarra roja y negra, con su pelo corto y esa voz prístina que no requiere arreglos para ser perfecta. Creo que es el único adjetivo que le hace justicia: PERFECTO. Más de uno podría haber muerto ayer de amor. ¡Cuando cantó “Todo se transforma”! O “Sea”. Creo que hasta en “Disneylandia” lo amamos. “Soledad”, “Tres mil millones”, “Transporte”, “Una canción me trajo hasta aquí”, “Polvo de estrellas”, “Se va, se va, se fue”, “Al otro lado del río” (a capella). Dios. No hay nada en mi cuerpo que no haya hecho vibrar. Palmear, moverse, chasquear los dedos. Amamos verdaderamente la trama, más que el desenlace. Y cerró con una del negro Rada, “Ayer te vi”. Cómo habríamos candombeado hasta las tres de la mañana, en ese Gran Rex repleto, en ese “tiranosaurio rex”, como dijo él, con sus fauces intimidantes y monumentales. Y es que no queríamos dormir, nos queríamos comer el mundo, estar a solas con él en cada segundo. Unas mujeres (transeúntes organizadas, quizá) le gritaron a coro “Jorge, dame bola” y él dijo “desde acá, toda la bola del mundo”. En septiembre se cumplen diez años desde la primera vez que vino a Argentina. Espero le hayamos dado un buen regalo de aniversario. Porque además, es tan perfecto que nació el día de la primavera. Y la maceta en frente se llenó de brotes.
Destino final
Después de habernos dejado caer hacia el destino durante horas, colgados como computadoras, y habiendo comprobado que no se puede separar amor y deseo, me pregunto “¿qué tendrá de real esta locura, quién nos asegura que esto es normal? No me importa contarte que ya perdí la mesura, que ya colgué mi armadura en tu portal”. Esta fusión es el destino final que todos desearíamos. Quisiera que este éxtasis lo compartieran todos los habitantes de esta tierra.
Gracias, Jorge Drexler, por ser perfecto. Y es para ti que está escrito este artículo.
no puedo ni empezar a pensar en el amor que siento por este hombre. y una palabra más bastaría para arruinar un artículo que le hace demasiada justicia a la noche inmejorable que presenciamos ayer.
ResponderEliminarjorge, sólo quiero empapar mi cara en tu piel
lamento informar que nunca en mi vida escuché una canción entera de drexler. pero si es como lo que me hace sentir el modelo en una noche fría, DIOS NOS LIBRE.
ResponderEliminarCumpas: FELIZ DÍA DEL JUBILADO
ResponderEliminarAGUANTE LA SEGURIDAD SOCIAL
vendrás tarde o temprano hasta mí, Jorge, yo soy tu mar y tú vas río abajo
ResponderEliminarporque somosd de hierro cuando él es un imán
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