Las flores negras del dolor
Yo no puedo decir nada. Hoy es un día demasiado triste. Fuerza es lo que nos debe quedar. Un día negro para HND y para nuestro país. Pero como dijo Estela de Carlotto, esperemos transformar esto en una fuerza monumental. Una fuerza para la victoria. Pero ahora, sólo dolor. Démonos un instante, como el junco que se dobla, pero siempre sigue en pie, porque a veces los heraldos negros se vuelven reales. Y es porque estamos vivos que podemos sentirnos tristes esas veces. Y es por las flores blancas del amor que nos ha brindado Néstor y este proyecto que hoy tenemos estas flores negras, porque su amor será retribuido con nuestra lealtad y compañerismo, quizá más que nunca; flores negras y blancas que son de Latinoamérica y no sólo nacionales (aunque siempre populares). Hoy estoy triste y sólo quiero citar a César Vallejo, que es lo que siento en este momento. Mañana volvemos al ruedo, a las flores blancas. Mañana.
Hay golpes en la vida, tan fuertes…¡yo no sé!
Golpes como el odio de Dios; como si ante ellos,
La resaca de todo lo sufrido
Se empozara en el alma…¡yo no sé!
Son pocos; pero son…abren zanjas oscuras
En el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas;
O los heraldos negros que nos manda la muerte.
Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
De alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
De algún pan que en la puerta del horno se nos quema.
Y el hambre. Pobre…¡pobre! Vuelve los ojos, como
Cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
Vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
Se empoza, como charco de culpa, en la mirada
Hay golpes en la vida, tan fuertes…¡yo no sé!
Golpes como el odio de Dios; como si ante ellos,
La resaca de todo lo sufrido
Se empozara en el alma…¡yo no sé!
Son pocos; pero son…abren zanjas oscuras
En el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas;
O los heraldos negros que nos manda la muerte.
Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
De alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
De algún pan que en la puerta del horno se nos quema.
Y el hambre. Pobre…¡pobre! Vuelve los ojos, como
Cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
Vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
Se empoza, como charco de culpa, en la mirada
Hay golpes en la vida, tan fuertes…¡yo no sé!
Néstor con Perón, el Pueblo con Cristina
ResponderEliminarEvo ya lo dijo: Sudamérica quedó huérfana.
ResponderEliminarmas allá de toda tristeza inexpresable por este medio quiero compartir una bronca. esto fue publicado el jueves en le diario Perfil:
ResponderEliminarhttp://www.perfil.com/contenidos/2010/10/28/noticia_0046.html
chicos, dejense de mirar el pupo un rato, dale?
De paso que estoy, yo también quiero citar. esto lo leí el martes, y me pareció muy hermoso.
ResponderEliminar" -Escuche -dijo Granger, cogiéndole por un brazo y andando a su lado, mientras apartaba los arbustos para dejarle pasar-. Cuando era niño, mi abuelo murió. Era escultor. También era un hombre muy bueno, tenía mucho amor que dar al mundo, y ayudó a eliminar la miseria en nuestra ciudad; y construía juguetes para nosotros, y se dedicó a mil actividades durante su vida; siempre tenía las manos ocupadas. Y cuando murió, de pronto me di cuenta de que no lloraba por él, sino por las cosas que hacía. Lloraba porque nunca más volvería hacerlas, nunca más volvería a labrar otro pedazo do madera y no nos ayudaría a criar pichones en el patio ni tocaría el violín como él sabía hacerlo, ni nos contaría chistes. Formaba parte de nosotros, y cuando murió todas las actividades se interrumpieron, y nadie era capaz de hacerlas como él. Era individualista. Era un hombre importante. Nunca me he sobrepuesto a su muerte. A menudo, pienso en las tallas maravillosas que nunca han cobrado forma a causa de su muerte. Cuántos chistes faltan al mundo, y cuántos pichones no sido tocados por sus manos. Configuró el mundo, hizo cosas en su beneficio. La noche en que falleció, el mundo sufrió una pérdida de diez millones de buenas acciones.
(...)
-Cuando muere, todo el mundo debe dejar algo detrás, decía mi abuelo. Un hijo, un libro, un cuadro, una casa, una pared levantada o un par de zapatos. O un jardín plantado. Algo que tu mano tocará de un modo especial, de modo que tu alma tenga algún sitio a donde ir cuando tú mueras, y cuando la gente mire ese árbol, o esa flor, que tú plantaste, tú estarás allí. «No importa lo que hagas -decía-, en tanto que cambies algo respecto a como era antes de tocarlo, convirtiéndolo en algo que sea como tú después de que separes de ellos tus manos. La diferencia entre el hombre que se limita a cortar el césped y un auténtico jardinero está en el tacto. El cortador de césped igual podría no haber estado allí, el jardinero estará allí para siempre.»
(...)
»Cuando en la oscuridad olvidamos lo cerca que estamos del vacío -decía mi abuelo- algún día se presentará y se apoderará de nosotros, porque habremos olvidado lo terrible y real que puede ser.» ¿Se da cuenta? -Granger se volvió hacia Montag-. El abuelo lleva muchos años muerto, pero si me levantara el cráneo, ¡por Dios!, en las circunvoluciones de mi cerebro encontraría las claras huellas de sus dedos. Él me tocó. Como he dicho antes, era escultor. «Detesto a un romano llamado Statu Quo», me dijo. «Llena tus ojos de ilusión -decía-. Vive como si fueras a morir dentro de diez segundos. Ve al mundo. Es más fantástico que, cualquier sueño real o imaginario. No pidas garantías, no pidas seguridad. Nunca ha existido algo así. Y, si existiera, estaría emparentado con el gran perezoso que cuelga boca abajo de un árbol, y todos y cada uno de los días, empleando la vida en dormir. Al diablo con esto -dijo-, sacude el árbol y haz que el gran perezoso caiga sobre su trasero.» "
- Ray Bradbury, Fahrenheit 451