Hay una lágrima sobre el teléfono (pero de sudor)

La verdad, no pensaba escribir nada más hasta dentro de unos días. Pero mi viaje en colectivo ayer a la tardecita fue un sainete que creo que merece un espacio en este maravilloso blog.

Arde Buenos Aires, hace calor hasta cuando llueve y hay viento. 110, ramal 2. Un viaje desde Villa Pueyrredón hasta Paternal que no debería tomar más de 40 minutos en hora pico, 18 hs, jueves 23 de diciembre. Llegando a Nazca y San Martín donde está la bendita barrera, caos de tránsito. Pero no cualquier embotellamiento; uno digno de informe especial de TN, como le dije a Porthos. Porque, de hecho, era tan cómica la situación que le tuve que enviar un mensaje de texto de urgencia. Cuestión que el viaje duró casi una hora y media. Y, como dice Árbol, la gente se inquieta cuando está quieta. Y empieza a levantarse de sus asientos, asoma sus cabezas por las ventanillas (desde las cuales no se veía absolutamente nada salvo por los miles de autos atascados en el tráfico). Un chofer del 110 ramal 1 queda al mismo nivel que el Bondi en el que estaba yo y los conductores empiezan a charlar risueñamente, cagándose de risa, hablando del paro de los ferroviarios y de la ausencia de la metropolitana organizando el tráfico. Porque de hecho se había cortado la luz como por tres cuadras y no funcionaban los semáforos, por lo cual cada conductor estaba librado a sus dotes automovilísticas para poder salir de la columna metálica. Era como un río, nada místico, de automóviles. Y si hasta ahora el panorama era más para llorar que para reírse (la gente empezaba a dejar en masa los colectivos y optaba por caminar), un hombre salvó la tarde o complementó este cuadro nada bucólico, que incluía a una vieja y una embarazada quejándose del calor porteño.
El hombre en cuestión, de mediana edad, con rulos, muy sudado (como todos, en realidad), de baja estatura y con una musculosa color bordó, empezó a los gritos en el colectivo “¿y dónde está la metropolitana? Tienen como diez mil efectivos y no están, ¿dónde están que no están acá para arreglar esto?”. A todo esto, una señora de la misma edad se le suma a las críticas. Yo, que estaba escuchando con mis audífonos a Jorge Drexler, pensé que era necesario escuchar ciertas conversaciones y puse stop. Lo bien que hice. El hombre siguió despotricando “no, claro, la metropolitana no sirve para nada, tanto hinchó…pero es como Macri, que no sirve para nada, tampoco”. Comentario en sintonía con el del chofer (“y la metropolitana, bien, gracias”). Pero esto no fue lo mejor. El sujeto de la chomba bordó, cada vez más transpirado, saca su teléfono y se pone hablar. Y, como era de suponer, habló a los gritos, haciendo a todo el colectivo la audiencia de su radionovela. Hete aquí la conversación (aunque sólo escuché lo que decía el anti-macrista):

“Hola, ¿ya está listo?...Y no, yo estoy en el colectivo (el hombre mira su reloj) porque no andan los semáforos y hay un quilombo bárbaro acá…pero supongo que en cuanto se descongestione acá, en la barrera de Nazca, llegaré enseguida. Pero decíle que, en cuanto llegue, salimos, que esté listo, que ya llego…¿cómo que hierve?....pero, ¿tiene fiebre?....¿lo llevaste al médico ya?...y bueno, esperá que cuando llegue lo llevamos al Coto con aire acondicionado…¿cómo a los dos?...¿vos estás con los dos bebés? Ahora, (nombre de mujer, pongamos Carolina) ¿Carolina te los dejó a los dos?...pero ¿qué hacemos con los dos bebés?...pero un rato sí, ahora yo después me voy, ¿qué hacemos?....pero se los voy a tener que dejar a su madre, ¿ella habló?...no, bueno, pero ¿qué hacemos con los dos bebés nosotros?....bueno, bueno, ahí se movió el colectivo, chau”.

Tres segundos después, le vuelve a sonar el celular.

“Hola, Carolina…sí, ya sé que le dejaste a los bebés, pero ¿qué vamos a hacer nosotros con los dos?...pero se los voy a tener que dejar a tu madre, ¿vos hablaste con tu madre?...¿pero puede?....no, un rato podemos, pero ¿después qué hacemos?...pero…está bien, está bien, chau.”

A mí me agarró un ataque de risa. Lo de Coto y el aire me mató. Mensaje a Porthos inmediatamente. La verdad, un viaje de locos. Y yo llegando tarde a una reunión en la que conocía a pocas personas, en la casa de una mujer para mí desconocida (¡y no llevé nada para comer! Ni siquiera sugus confitados). El hombre anti-macrista me salvó la tarde, en medio de bocinazos. Y quería destacarlo. No sé si al leer suene cómico, pero en el momento fue un oasis en el desierto. ¡Qué lindo es mi país!

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