Como un libro abierto
Bueno, el Toro confió en nosotros durante su ausencia, estos dementores errantes que toman mate y ven novelas colombianas y leen novelas chilenas y levantan niños obesos cerca del Abasto. No podemos defraudarla. Cuando se estaba yendo me mandó un mensaje: escribir sobre Abal Medina y su flamante cargo como secretario de Medios y Comunicación. Pero no puedo. No porque no me interese, sino porque no puedo escribir por encargo salvo que sienta ganas de hacerlo al mismo tiempo. Perdonáme, Toro, no soy como Tenembaum. Pero como no quiero que el blog quede suspendido en la incertidumbre de tu ida a Tucumán, y no puedo confiar en los dedos últimamente haraganes de la Tostadense (quisiera creer que es la atrofia que se siente después de levantar tantos nenes gordos), hoy voy a hablar de tres libros.
Papeles inesperados de Julio Cortázar. Nunca mejor puesto un título. El que espera un libro de cuentos debería sentarse. Tampoco es una novela. Yo diría que es como nuestro blog: un poco de todo, de todo lo mejor. Pensamientos, sentimientos, viajes, reflexiones, política, Latinoamérica, prólogos que pretenden no serlo, deseos, dictaduras, despedidas, recuerdos. Una obra recopilada a 25 años de su muerte, en una hermosa edición de Alfaguara. Me lo regalaron hace un año pero recién ahora me senté a leerlo, la vida, qué va a ser. Creo que puedo decir que conozco un poco más a Julio, hasta el punto de sentirme enamorada. Lo siento más humano, más cercano. Quizás éste fue el paso necesario y previo para ahora sentarme a leer Rayuela con otros lentes. A través de sus viajes y sus amistades creo que puedo decir que llegamos a él, más que si su propio espíritu apareciera en la tierra para contárnoslo todo. Es un libro para pensarnos, como latinos que somos; para pensar en los que no están, en los intelectuales, en las dictaduras de este continente envilecido por los hombres y subsanado por los hombres todos los días. Pienso cuando lo leo en la patria grande y profunda, la América Profunda. Julio no creía en el nacionalismo irracional que condujo a los peores fascismos y sus cómplices ocultos tras discursos amables y ambiguos. Como una sonrisa falsa. Un libro del exilio y una manera para sobrevivirlo. Esto de ser latinoamericano en cualquier lado, le guste o no a los demás, que ya no importan cuando así pueden ser catalogados, los demás. Muchos “Sócrates es un gato”, ampliado para libros. O por ahí podríamos crear otra categorización. Por ejemplo, muchos “Alan con-vos-sí-me-casaría Pauls”, como supo escribir una vez nuestro Toro de Minos.
Cometas en el cielo, de Khaled Hosseini. Ay, dios mío. Durante dos días afiebrados que me consumí leyéndolo, no estuve en mi casa, ni en mi sofá grande, tirada con mi dolor de espalda y sosteniendo el libro. Estuve en Kabul, un poco en Estados Unidos, un poco en Pakistán, un poco en todo Oriente. Estuve atenta a cada paso, cada pensamiento de Amir, un sunita, y de Hassan, un hazara. Estuve al borde de la desesperación cuando sus vidas de niños risueños acabaron en un segundo, el trágico y funesto azar no tan azaroso, como todos creemos, después de todo. Rogaba porque los talibanes no se les acercaran, ya grandes. Odiaba los sectarismos religiosos, las diferenciaciones étnicas, los chicos desnutridos, lo profesores que acababan mendigando e insultando a los soviéticos. Me compadecí del gran Baba y su cáncer, me enamoré de Amir y su Soraya, me conmocioné con la fe renacida en el joven sunita, corrí con los cometas en el cielo de Kabul. Antes de que todo pasara. Me quedo con la frase de Rahim Kan: hay una forma de volver a ser bueno. Es un libro color ocre, que es el color del que creo ver a Afganistán en mi mente, con esperanza y desesperación, como ha de ser la vida de los que sufren, con las estelas de la muerte que deja la guerra, en todos lados y en todos los tiempos. Lamento que la visión de Estados Unidos por parte del autor sea tan rosa y pura, pero al llegar a la última palabra de la página 378 no puedo culpar a Khaled, sólo puedo correr con él, aunque sea en esa Norteamérica, después de la caída de las Torres. No leí mucho de esta literatura, contemporánea y lejana. Pero lo poco que pudo llegar a mis manos me dejó maravillada y me dio mucho que pensar. No me alcanzan ni los “Sócrates es un gato” ni mucho menos los “Alan con-vos-sí-me-casaría Pauls”. Léanlo.
Hija de la fortuna, de Isabel Allende. No creo poder desmitificar las habladurías del mundo intelectual. Isabel Allende se lee fácil y eso es cierto. Como se lee fácilmente una novela de Gabo o un cuento de Rulfo. Yo creo, no sé si en secreto, que es Latinoamérica la que nos envuelve. Es como una fiebre. Después pienso que en realidad es todo lo que llamamos el Tercer Mundo. Quizás con alguna distinción, por pertenencia, convicción, historia y sentimiento. Por infancia e ideales, todo entremezclado. Novela de época, situada en la fiebre del oro, mediados del siglo XIX, con el hallazgo de dicho metal en California, recientemente quitada a los mexicanos, cuenta la historia de muchos personajes. Principalmente de Eliza Sommers. Chilena, de Valparaíso, ilegítima y bastarda, como pareció siempre ser este continente y todas sus gentes, Eliza es intrépida y a su vez fresca, espontánea, decidida. Es valiente, como suelen ser las mujeres de Isabel. Se enamora de un revolucionario, Joaquín Andieta, que luego será conocido en Estados Unidos como Joaquín Murieta. Si algún lector, como yo, es amante del Zorro y vio, por una de esas casualidades de la vida bien conocidas como “canal 11”, La máscara del Zorro, con Antonio Banderas y Catherine Zeta Jones, podrá recordar el verdadero nombre del que después será llamado Alejandro de la Vega, jugando con la historia relatada en los capítulos cincuentones con Guy Williams por canal 13, invirtiendo roles y añadiendo polvo, crueldad y muerte. Murieta es el apellido de los hermanos forajidos de California, junto con Jack-Tres-Dedos, capturados (en realidad, sólo dos de ellos) por el Capitán Love, maquiavélico y repugnante, como todo villano, en épocas de colonia enmascarada, como nuestro héroe. En esta novela, sin mencionar al Zorro ni mucho menos, los indicios quedan en el aire, puesto que a buen entendedor, pocas palabras. Devorada con rapidez y voracidad, Hija de la fortuna es ideal para el verano. No sé si a nuestros lectores les gustarán las novelas históricas, a mí me encantan, pero esta es un muy buen ejemplar de aquéllas. Parece que hay una suerte de continuación, que también me ha sido recomendada. No lo sé, yo tan sólo leo lo que hallo entre mis libros heredados y misteriosos. Pero puedo asegurar que fueron dos días en los que mi mente estuvo en otros pagos, con otras gentes, pobres y malolientes, llenas de pestes y miserias. Varios “Alan con-vos-sí-me-casaría Pauls”.
Bueno, señores, se acabó lo que se daba. Aquí termina esta recomendación de lecturas calurosas, de diversas épocas y aromas. En la variedad está el gusto, dicen. Toro, espero que halles esos colores y personajes en el Tucumán querido, jardín de la República. Y un saludo a Abal Medina de todos los dementores veraniegos.
Papeles inesperados de Julio Cortázar. Nunca mejor puesto un título. El que espera un libro de cuentos debería sentarse. Tampoco es una novela. Yo diría que es como nuestro blog: un poco de todo, de todo lo mejor. Pensamientos, sentimientos, viajes, reflexiones, política, Latinoamérica, prólogos que pretenden no serlo, deseos, dictaduras, despedidas, recuerdos. Una obra recopilada a 25 años de su muerte, en una hermosa edición de Alfaguara. Me lo regalaron hace un año pero recién ahora me senté a leerlo, la vida, qué va a ser. Creo que puedo decir que conozco un poco más a Julio, hasta el punto de sentirme enamorada. Lo siento más humano, más cercano. Quizás éste fue el paso necesario y previo para ahora sentarme a leer Rayuela con otros lentes. A través de sus viajes y sus amistades creo que puedo decir que llegamos a él, más que si su propio espíritu apareciera en la tierra para contárnoslo todo. Es un libro para pensarnos, como latinos que somos; para pensar en los que no están, en los intelectuales, en las dictaduras de este continente envilecido por los hombres y subsanado por los hombres todos los días. Pienso cuando lo leo en la patria grande y profunda, la América Profunda. Julio no creía en el nacionalismo irracional que condujo a los peores fascismos y sus cómplices ocultos tras discursos amables y ambiguos. Como una sonrisa falsa. Un libro del exilio y una manera para sobrevivirlo. Esto de ser latinoamericano en cualquier lado, le guste o no a los demás, que ya no importan cuando así pueden ser catalogados, los demás. Muchos “Sócrates es un gato”, ampliado para libros. O por ahí podríamos crear otra categorización. Por ejemplo, muchos “Alan con-vos-sí-me-casaría Pauls”, como supo escribir una vez nuestro Toro de Minos.
Cometas en el cielo, de Khaled Hosseini. Ay, dios mío. Durante dos días afiebrados que me consumí leyéndolo, no estuve en mi casa, ni en mi sofá grande, tirada con mi dolor de espalda y sosteniendo el libro. Estuve en Kabul, un poco en Estados Unidos, un poco en Pakistán, un poco en todo Oriente. Estuve atenta a cada paso, cada pensamiento de Amir, un sunita, y de Hassan, un hazara. Estuve al borde de la desesperación cuando sus vidas de niños risueños acabaron en un segundo, el trágico y funesto azar no tan azaroso, como todos creemos, después de todo. Rogaba porque los talibanes no se les acercaran, ya grandes. Odiaba los sectarismos religiosos, las diferenciaciones étnicas, los chicos desnutridos, lo profesores que acababan mendigando e insultando a los soviéticos. Me compadecí del gran Baba y su cáncer, me enamoré de Amir y su Soraya, me conmocioné con la fe renacida en el joven sunita, corrí con los cometas en el cielo de Kabul. Antes de que todo pasara. Me quedo con la frase de Rahim Kan: hay una forma de volver a ser bueno. Es un libro color ocre, que es el color del que creo ver a Afganistán en mi mente, con esperanza y desesperación, como ha de ser la vida de los que sufren, con las estelas de la muerte que deja la guerra, en todos lados y en todos los tiempos. Lamento que la visión de Estados Unidos por parte del autor sea tan rosa y pura, pero al llegar a la última palabra de la página 378 no puedo culpar a Khaled, sólo puedo correr con él, aunque sea en esa Norteamérica, después de la caída de las Torres. No leí mucho de esta literatura, contemporánea y lejana. Pero lo poco que pudo llegar a mis manos me dejó maravillada y me dio mucho que pensar. No me alcanzan ni los “Sócrates es un gato” ni mucho menos los “Alan con-vos-sí-me-casaría Pauls”. Léanlo.
Hija de la fortuna, de Isabel Allende. No creo poder desmitificar las habladurías del mundo intelectual. Isabel Allende se lee fácil y eso es cierto. Como se lee fácilmente una novela de Gabo o un cuento de Rulfo. Yo creo, no sé si en secreto, que es Latinoamérica la que nos envuelve. Es como una fiebre. Después pienso que en realidad es todo lo que llamamos el Tercer Mundo. Quizás con alguna distinción, por pertenencia, convicción, historia y sentimiento. Por infancia e ideales, todo entremezclado. Novela de época, situada en la fiebre del oro, mediados del siglo XIX, con el hallazgo de dicho metal en California, recientemente quitada a los mexicanos, cuenta la historia de muchos personajes. Principalmente de Eliza Sommers. Chilena, de Valparaíso, ilegítima y bastarda, como pareció siempre ser este continente y todas sus gentes, Eliza es intrépida y a su vez fresca, espontánea, decidida. Es valiente, como suelen ser las mujeres de Isabel. Se enamora de un revolucionario, Joaquín Andieta, que luego será conocido en Estados Unidos como Joaquín Murieta. Si algún lector, como yo, es amante del Zorro y vio, por una de esas casualidades de la vida bien conocidas como “canal 11”, La máscara del Zorro, con Antonio Banderas y Catherine Zeta Jones, podrá recordar el verdadero nombre del que después será llamado Alejandro de la Vega, jugando con la historia relatada en los capítulos cincuentones con Guy Williams por canal 13, invirtiendo roles y añadiendo polvo, crueldad y muerte. Murieta es el apellido de los hermanos forajidos de California, junto con Jack-Tres-Dedos, capturados (en realidad, sólo dos de ellos) por el Capitán Love, maquiavélico y repugnante, como todo villano, en épocas de colonia enmascarada, como nuestro héroe. En esta novela, sin mencionar al Zorro ni mucho menos, los indicios quedan en el aire, puesto que a buen entendedor, pocas palabras. Devorada con rapidez y voracidad, Hija de la fortuna es ideal para el verano. No sé si a nuestros lectores les gustarán las novelas históricas, a mí me encantan, pero esta es un muy buen ejemplar de aquéllas. Parece que hay una suerte de continuación, que también me ha sido recomendada. No lo sé, yo tan sólo leo lo que hallo entre mis libros heredados y misteriosos. Pero puedo asegurar que fueron dos días en los que mi mente estuvo en otros pagos, con otras gentes, pobres y malolientes, llenas de pestes y miserias. Varios “Alan con-vos-sí-me-casaría Pauls”.
Bueno, señores, se acabó lo que se daba. Aquí termina esta recomendación de lecturas calurosas, de diversas épocas y aromas. En la variedad está el gusto, dicen. Toro, espero que halles esos colores y personajes en el Tucumán querido, jardín de la República. Y un saludo a Abal Medina de todos los dementores veraniegos.
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