Es redondita y jugosa, lo mismo que una naranja
Es noche cerrada el pelo, pero no es tucumana. Es Nigella.
Nigella Lawson, conocida para sus fans (entre los que me incluyo) como Nigella. Nigella es la más linda de todas las inglesitas, es cocinera y es lo mejor que te pasó en la vida. Para los que disfrutamos comer más de lo que disfrutamos cocinar, la televisión es un suplicio. Con contadas excepciones, los programas de cocina normalmente son un vómito de datos sobre cantidades, medidas y propiedades de la comida, en los que la comida se hace rápido (porque el tiempo televisivo es tirano) para quedar ahí, en un estudio frío y vacío, sin que nadie le hinque el diente. No sólo no es tentadora la comida que muestran, sino también generan el desquicio absoluto del espectador, lo estresan con órdenes y no le ponen ni una pizca de placer. Si uno no disfruta cocinar, la tortura se amplifica. Los cocineros agreden, hacen de la cocina un templo pero desprecian la comida, siempre juran y perjuran que lo que hacen es fácil y barato, pero nadie tiene ni cincuenta horas para cocinar, ni quinientas manos para lavar platos y ollas ni tres mil especias para condimentar unas papas rústicas (?) sobre colchón de hierbas. Sumemos a eso la nueva obsesión de los comedores new age: la salud. Ya no sirve comer rico, ahora todo debe estar subordinado a la salud. Y salud no significa ser feliz, significa comer cosas de difícil cocción, de poco sabor, con tantas reglas para no aumentar de peso ni antes ni después ni durante que comer resulta más tedioso que aprender a jugar al chinchón.
Pero ella no es así. Ella es un beso de desayuno, con un poco de jengibre, canela y leche caliente y dulce. Ella hizo que yo cocinara una pavlova, y disfrutara tanto el proceso de cocinarla como el de comerlo. Ella es voluptuosa y rubenesca, con un poco de matrona cuando cocina sopas y con bastante de inglesita pícara cuando se chupa los dedos envuelta en una bata de seda. También es una madre, con escotes cerrados y nudillos grandes, pero que nunca deja de ser una mujer y por eso se muerde los labios cada vez que abre una botella de vino. Ella tiene esa voz, así tan suave como el chocolate, con esas risitas nerviosas y esos pómulos esculpidos tan pero tan barrocos que pareciera que Rafael Correa se convirtió en mujer. Ella es como una película porno, sólo que el clímax llega cuando saca el pollo del horno. Ella te deja entrar a su cocina, te muestra sus cuchillos y sus secretos y, claro, nunca te mentiría. A ella siempre le gustó comer, y no era para venderte el programa, le gusta tanto comer que en su nuevo programa del pasado 2010 pasó de ser una mujer pulposa a ser el monumento al exceso. Ella te hace una torta con cuatro tipos de chocolate distintos, se chupa los dedos para no desperdiciar nada y cuando la ves de perfil, entendés que en ella el chocolate se hace carne, no como en todas las desquiciadas que junto con la comida vomitaron las ganas de vivir. Ella es un english muffin, una decadence cake, un té con limón y también un poquito de tequila con sal. Ella es Nigella, y por enseñarme que se ama con el estómago, le dedico este artículo.
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