Abierto a 45 en soledad
Y volvieron. Pero no los lentos. Tampoco volvieron con la frente marchita, no aún. Aunque quizá sea una de las últimas veces que veamos a la generación dorada en acción. Qué lujo, me repito para mí, haber podido verlos jugar tantas veces. Qué lindo es ver a Delfino (en todos los sentidos), a Scola, Nocioni, Oberto, Prigioni y el Manu, siempre el Manu, eternizado en aquel encuentro que me hizo transpirar la camiseta sentada en un sillón; aquella final con Serbia-Montenegro, venganza dulce (¿justicia?) de aquel otro encuentro en que no era Serbia sino Yugoslavia, perdiendo por un punto. Y esta Generación lo subsanó, nos devolvió la gloria. Segundo cero, Manu corre la cancha a la velocidad de la luz y arroja la pelota, sin poder frenarse siquiera. 82-81. Segundo cero. El árbitro da el OK, lloran los serbios. Manu no se ve: quedó en el piso, bajo los otros jugadores y el equipo técnico argentino que no sabían cómo hacer para abrazarlo o tocarlo, aunque sea un pie, un dedo, un lóbulo. Y hoy...