Las penas y las vaquitas
Y sí, señores. En esta ciudad de pobres corazones las cosas no han cambiado tanto. Apenados, poco sorprendidos a esta altura del partido, recalculando, como un GPS, los dementores seguimos aquí, desde las sombras. Atentos a cualquier manifestación viviente de nuestra compleja realidad. Se murió Amy Winehouse; nos sumergimos entre globitos de colores llenos de nada; EEUU casi se va al default; seguimos viendo películas como Sol Rojo, un euro-western que se filmó en España, es hablado en francés pero simula ocurrir en EEUU y, además de Alain Delon y Charles Bronson, tiene a un samurai (¡!) como protagonista... Todo ocurre con una contemporaneidad apabullante. Se acabaron las “vacaciones” y volvimos al ruedo. En todos los sentidos.
La verdad es que hacer un análisis de por qué ganó Macri (parece ser bastante aceptada la hipótesis de la estabilidad de los oficialismos por bonanza coyuntural) es algo que abunda por estas horas. Basta ir a Página 12 para encontrar algunos análisis más complejos y pensados de lo que yo podría ofrecer. Sin duda, escribo por catársis, a dos días del domingo. No digo nefasto, porque hemos votado, pero por lo menos triste y un poco preocupante. Yo no sé si es voto odio o si es el aventón de cola que recibe el PRO en esta capital; sin duda, no fue un voto solidario (el estereotipo porteño tampoco lo avala). Y ahora, al lado de las pepas, del mate, de mi celular y el libro que está leyendo mi hermano (bendito Facundo), veo un volante de Fanny Mandelbaum, que quiere entrar en mi casa y convencerme de acompañarla en las primarias (¡pobre Fanny!). Se viene otra elección, dicen que dicen radicalmente diferente a la local reciente. Elección tanto más importante, aunque no quiero desmerecer la del distrito capital de este país. Ya vendrán los artículos comparando modelos, diciendo qué se pone en juego, en agosto y en octubre. Ya nos preguntaremos qué es lo que hace falta hacer. Por ejemplo, la micro-militancia del “vecino” que lleva adelante mi madre. Reparte papeles que ella misma escribe en la computadora e imprime, los tira casa por casa y habla con todos los vecinos, desmitificando la realidad “virtual” de los medios hegemónicos. Flor de trabajo, diríase. Y aquí, en este bunker personal y familiar del alejado y cada vez más flotante Villa Pueyrredón, estuvimos todos apenados. Así que nos fuimos a otro bunker personal y familiar, en Almagro, para compartir las penas, que son nuestras, aunque no las vaquitas, que no sólo se van por otra senda esta vez –como siempre- sino que además deben tener dueños que ahora siguen celebrando. Y qué cosa. Qué cosa que las penas y las vaquitas no vayan por la misma senda. Cuatro años más de retroceso en el tiempo, en las políticas (¿la del buen vecino?) de todo tipo, en la cultura, en la educación, en el discurso. La capital vanguardista, a la cola del continente. ¿Se nos ha cerrado la expresión boquiabierta para lo que es novedad? ¿Es este el pueblo que nos incita a la rebelión? No lo sé, pero qué ganas de cantarles nuestra novedad, latinoamericana y transformadora. Cuatro años para las ideas de los señores dueños de las vaquitas y creadores (pero no poseedores) de las penas. Para las ideas, las más nefastas, anche falsas, de una faceta de Sarmiento, traspolando el siglo XIX a nuestra América XXI; de una educación excluyente y exclusiva; de hospitales que están pintados por fuera y vacíos por dentro, descascarando la salud pública; de una economía que nos vuelve siempre dependientes, que mira a Europa y aplasta la capacidad productiva de nuestra gente. Cuando Macri ganó habló de política de “servicio”, no de “bien público”. Y sus militantes (¡!) aplaudieron. Cuatro años más de globos llenos de nada. Porque eso es el macrismo. Globos coloridos volando que al pincharse sólo dejan aire. Y sobre el aire no se puede construir.
La verdad es que hacer un análisis de por qué ganó Macri (parece ser bastante aceptada la hipótesis de la estabilidad de los oficialismos por bonanza coyuntural) es algo que abunda por estas horas. Basta ir a Página 12 para encontrar algunos análisis más complejos y pensados de lo que yo podría ofrecer. Sin duda, escribo por catársis, a dos días del domingo. No digo nefasto, porque hemos votado, pero por lo menos triste y un poco preocupante. Yo no sé si es voto odio o si es el aventón de cola que recibe el PRO en esta capital; sin duda, no fue un voto solidario (el estereotipo porteño tampoco lo avala). Y ahora, al lado de las pepas, del mate, de mi celular y el libro que está leyendo mi hermano (bendito Facundo), veo un volante de Fanny Mandelbaum, que quiere entrar en mi casa y convencerme de acompañarla en las primarias (¡pobre Fanny!). Se viene otra elección, dicen que dicen radicalmente diferente a la local reciente. Elección tanto más importante, aunque no quiero desmerecer la del distrito capital de este país. Ya vendrán los artículos comparando modelos, diciendo qué se pone en juego, en agosto y en octubre. Ya nos preguntaremos qué es lo que hace falta hacer. Por ejemplo, la micro-militancia del “vecino” que lleva adelante mi madre. Reparte papeles que ella misma escribe en la computadora e imprime, los tira casa por casa y habla con todos los vecinos, desmitificando la realidad “virtual” de los medios hegemónicos. Flor de trabajo, diríase. Y aquí, en este bunker personal y familiar del alejado y cada vez más flotante Villa Pueyrredón, estuvimos todos apenados. Así que nos fuimos a otro bunker personal y familiar, en Almagro, para compartir las penas, que son nuestras, aunque no las vaquitas, que no sólo se van por otra senda esta vez –como siempre- sino que además deben tener dueños que ahora siguen celebrando. Y qué cosa. Qué cosa que las penas y las vaquitas no vayan por la misma senda. Cuatro años más de retroceso en el tiempo, en las políticas (¿la del buen vecino?) de todo tipo, en la cultura, en la educación, en el discurso. La capital vanguardista, a la cola del continente. ¿Se nos ha cerrado la expresión boquiabierta para lo que es novedad? ¿Es este el pueblo que nos incita a la rebelión? No lo sé, pero qué ganas de cantarles nuestra novedad, latinoamericana y transformadora. Cuatro años para las ideas de los señores dueños de las vaquitas y creadores (pero no poseedores) de las penas. Para las ideas, las más nefastas, anche falsas, de una faceta de Sarmiento, traspolando el siglo XIX a nuestra América XXI; de una educación excluyente y exclusiva; de hospitales que están pintados por fuera y vacíos por dentro, descascarando la salud pública; de una economía que nos vuelve siempre dependientes, que mira a Europa y aplasta la capacidad productiva de nuestra gente. Cuando Macri ganó habló de política de “servicio”, no de “bien público”. Y sus militantes (¡!) aplaudieron. Cuatro años más de globos llenos de nada. Porque eso es el macrismo. Globos coloridos volando que al pincharse sólo dejan aire. Y sobre el aire no se puede construir.
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