Fiesta de la Democracia

Comicios. ¡Qué lindo se siente cuando uno puede elegir! Y no sólo eso, sino que además se pueden presentar todas las fuerzas (ahora pasando por las PASO primero) y por otra parte podemos elegir todos. Hoy no fue un domingo exaltado (tampoco lo fue la campaña post-primarias, sobre todo cuando todos buscaban garantizarse bancas legislativas, ante la inminencia de la reelección presidencial). Algún dato de color, que nos brinda la radio pública, pero no mucho más (como la presidenta de mesa de una escuela, que cuando fue al baño, ¡se llevó la urna! –eso es tomarse el trabajo en serio). Ahora, para los que no tenemos cable (ni el transformador para la TV digital abierta aún), nos queda tan sólo un destino televisivo: los cinco canales siguiendo el minuto a minuto de las elecciones. Se imaginará la audiencia en qué canal está clavado el televisor hogareño del dementor que les habla. Sin duda, en paralelo, seguimos a Cavallero en la radio. En este momento, habla Bartolotta por la TV pública, pero los cronistas varían, en bunkers estratégicos, para que no nos perdamos nada (coberturas para elegir, diríase, pero ni tanto, señores). Militantes en la calle, en los centros claves de cada fuerza política, las banderas, los dedos en V, la alegría oficialista (que ya no parece ser la mierda oficialista, y si lo somos, con orgullo). Elecciones, querida audiencia. Qué increíble es pensar que hay parte de este futuro inmediato que estará siendo decidido hoy, a través de la política, la decisión popular, sin duda, y más allá de gustos personales, maravillosa. Lamento que la gente se queje porque deba “tolerar” campañas electorales (sí, todos sabemos que la de Alfonsín es patética; que la del Alberto parece un chiste protagonizado por el Grinch vestido de blanco; que la del FIT es una mezcla rara entre la ficción, la comedia y la creatividad –en comparación con las aburridas campañas universitarias de la misma fuerza-; que la de Patricia Bullrich oscila entre la bajeza y la incomprensión; que la de Duhalde ya nos da penita), porque tiene que votar más de una vez en pocos meses. Lo lamento, en referencia a lo que dice Bruchstein, pero la verdad es que el día de hoy es una fiesta, como lo fue el día de las primarias, como lo fue (pese al resultado) el día de elecciones en esta ciudad maldita, y como lo fue en todo el país, todo el año. Mi mamá siempre dice que si no hay votos, se vienen las botas. Pero no sólo me lo dice a mí, sino que se lo dice a la chica de la librería que se queja, al diariero que se queja, al zapatero que se queja, al bicicletero –que ya no se queja más-, en fin, esos agentes comerciantes, que no están mal ahora pero que arrastran el peso de los años, de las decepciones, de los procesos que ya los han agotado. Este blog está hecho por gente joven, nacida, por suerte y gracias a la historia de los pueblos en todos los niveles pero siempre pensado desde este continente latinoamericano que aún lucha –y cómo- por cerrar las venas abiertas, en democracia. Nacimos con memoria y combativos. Y me duele pensar que hay quien se queja porque debe ir a votar. Es quejarse de poder elegir, de tener la libertad de elegir y de hacer valer nuestras convicciones. Qué contradictoria es la vida de los hombres. Y qué quejosa parece ser esta sociedad argentina –aunque no debería generalizar. Pero no puedo ser injusta: hay mucha gente celebrando ese sobre azul en la urna. Y sin duda, HND celebra esta fiesta de la democracia y la extiende a la blogosfera, que se expande hacia continentes donde ahora no la están pasando nada bien, ya sea porque la crisis internacional deja muy en claro las contradicciones sociales (como ocurre en EEUU: los manifestantes en la calle, los financieros en los balcones tomando champagne); ya sea porque la OTAN puede matar a un funcionario –sea quien sea- sin juicio justo y sin tener que rendir cuentas ni por la ilegalidad de dicho acto ni por la falta de humanidad que representa. Y nosotros, en esta Latinoamérica y hoy en esta Argentina, celebramos la democracia. Qué contradictoria es la vida de los hombres. Y qué lindo es poder elegir nuestro propio destino como pueblo; destino que no está escrito en piedra (y por eso es contradictorio): un destino redefinido cotidianamente y hoy, en medio de una cotidianeidad que es sinónimo de fuerza, y no cualquier fuerza, sino la fuerza de la alegría.



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