Mentíme que me gusta

La televisión es un medio extremo. Al menos, así se me presenta. Hay años en los que sólo hay realities, imposibles de evadir, durante todo el día, todos los días. Por ejemplo, los programas satélites de Showmatch, que nos atacan hasta en los fines de semana. A veces, hay horarios en los que no podemos más que ver noticieros. Todos los canales de aire forman una suerte de sinfonía en la que vemos qué ocurre con la investigación de Candela, con los indignados de Wall Street o con el nuevo film sobre Justin Bieber. También denotan diferencias, claro está: Visión 7 y El Noticiero del Trece no son la misma cosa, distingamos la paja del trigo. Y este año, FICCIONES. Hay para tirar al techo (no las tiren todas juntas, porque han de morir aplastados por la cantidad). Yo siempre he sido una acérrima defensora de la presencia de ficciones televisivas. Y ahora, me doy cuenta de que de tanta oferta, estoy overwhelmed. Me siento avasallada, y pienso en la fantástica Ana Belén diciendo “no me atosiguéis”. Es decir, no puedo siquiera recordar el nombre de todos los personajes porque en menos de dos semanas, se han lanzado al ruedo varios proyectos. Sin embargo, haciendo un esfuerzo (y ni tanto, quizá), este dementor atosigado dará algunos lineamientos para que la querida y fiel audiencia –a la que últimamente hemos maltratado con nuestra ausencia- pueda bucear sin pegarse contra icebergs por este océano ficcional que nos ofrece nuestra TV.

El INCAA está apostando fuerte a producciones nacionales, como siempre, que no necesariamente se midan por el “minuto a minuto” de esta nueva vara deificada que es el rating; algunas más convencionales, otras más dementes. Canal 9 ofrece quizá el ejemplo más esclarecedor. Podemos ver tres ficciones nuevas, estrenadas prácticamente la misma semana. Todos son unitarios (la nueva vedette, porque hoy en día sólo Pol-ka hace tiras o Flor Peña con su propia productora, Mar de Fueguitos). Tenemos Televisión por la inclusión, que sigue la línea de Televisión por la identidad y que ayer mostró un capítulo sobre los miedos a la marginalidad en relación a las familias que “se instalan” en terrenos de “gente bien” que se asusta y teme por su integridad. El capítulo lo protagonizaron Selva Alemann y Elenora Wexler, entre otros cuyos nombres no recuerdo ahora. Vi a Villaruel en Bendita y la verdad es que es un tipo al que he pasado a respetar, porque sus últimas producciones han logrado entremezclar líneas tradicionales de la ficción televisiva argentina con temas que a veces son difíciles de tratar de manera que todos podamos acceder a los mismos conceptos, de igual forma. Ya ha logrado algunas producciones interesantes (¡que además eran exitosas!) como Montecristo o Vidas Robadas, que trataban los derechos humanos desde dos perspectivas diversas: los desparecidos y el robo de bebés durante la última dictadura; y la trata de mujeres. Con Caín y Abel quiso enfrentar el problema de la violencia de género, pero el dios rating lo fulminó con un rayo, cual si fuese Zeus, y el programa fue levantado antes de tiempo (entristeciendo a mi abuela, fiel seguidora). Luego de Televisión por la identidad, contraataca con esta nueva serie de unitarios ya pautados que muestran un poco ese miedo que la clase media o media-alta suele sentir por lo diverso, pero no por cualquier otredad, sino por aquella que le muestra lo que no quiere ver porque teme no sólo lo que puede hacer “el otro”, sino el hecho de pensar que alguna vez podría ser parecido a uno mismo. La gente como uno versus los otros que no son como uno (y esperamos que nunca lo sean porque eso nos rebaja, jamás podemos pensar que ellos crecen, si es que ser “como uno” es crecer).
Pero el INCAA no se queda atrás: vuelve con más unitarios, como una metralleta de ficción. Los viernes, también por Canal 9, tenemos a Aluvión, puesta de Francis Estrada (director de una película que recomiendo, llamada El viaje de Avelino) y con la mano del genial Daniel Santoro. Aluvión intenta desmitificar o mostrar en todo caso los mitos alrededor del peronismo. Pero no cualquier mito, sino los más terribles y que a veces nos parecen difíciles de creer (como la empleada peronista que quiere comerse al hijo de los patrones conchetos y gorilas). Sin duda, ningún gran canal les habría dado lugar, porque es una ficción extraña (¿porque es peronista?) y que seguramente molesta y reanima miedos en los corazones que odian al populismo (o que le temen desde siempre). Aquí vemos la importancia de que existan recursos que el mercado jamás asignaría porque no serían rentables los productos; un escape, digamos, a la lógica general –aunque esperemos que ya no la única- de las industrias culturales.
Finalmente, por ese mismo canal, encontramos Decisiones de Vida. También son una serie de unitarios que abarcan “cuestiones sociales” desde la lógica de la ficción. Sin duda, aquellos televidentes que solían frecuentar Canal 9 hace unos años recordarán la serie Decisiones que era de México y que, sin salir de las normas mexicanas de los culebrones, las actuaciones y los conflictos típicos de las novelas, las abordaba desde una perspectiva un poco más realista, aunque siempre exuberante y, como eran unitarios, en menos de 60 minutos. Bueno, esta serie nacional tiene algo de eso, sólo que los problemas son un poco más graves (como fue el caso del primer capítulo “Dos Viejitos” con la excelente Lidia Catalano). Por ejemplo, cómo repercute lo que ocurrió en la dictadura en nuestra vida presente y qué se puede hacer hoy; o cómo puede una hija decirle a unos padres que parecen del siglo III a.C. para muchos de nosotros “papá, me casé con una mujer y espero un hijo que técnicamente es de mi mejor amigo gay que me donó el esperma”. La vida misma, como quien diría.

Este es un primer pantallazo, querida audiencia. Todavía no hablé de Los Sónicos, por Canal 9 también, aunque de tinte diferente, puesto que es una comedia (con grandes actores) o de Historias de la Primera Vez, en Canal 2 y también creo que es un proyecto del INCAA –interesante, debo decir-. Sin duda, siempre contamos con Pol-ka y sus series más clásicas (recomiendo, de cualquier manera, Herederos de una Venganza) o la locura a la que no acabo de acostumbrarme que es Sr. y Sra. Camas, en la televisión pública. También están las comedias light, como Cuando me sonreís o Los Únicos. Este año, año de ficciones, ha puesto toda su carne al asador. Espero que podamos hacerle frente, como corresponde, y demostrar que la ficción es bienvenida en esta tele de programas de chimentos, debates berretas en muchos casos y realities que ya saben a cliché y fastidio. Lo que me resulta interesante es que el INCAA haya querido también aventurarse por esta jungla caótica pero que en el fondo, para quien sabe darle un orden, puede resultar entrañable y unificar cosas que desde otros puntos de vista parecen agua y aceite. Esta es nuestra televisión, o al menos, una de sus caras. Veamos si estas mentiras que parecen verdades (y verdades que se vuelven ficticias por un rato) logran atrapar al dormido público argentino, o parte de él. Y que sea un puntapié para ir mejorando no sólo la calidad de filmación, sino la misma trama y los guiones de muchas de estas series que hoy en día parecen un poco forzadas. Apostemos a las verdades de mentirita, a las mentiras verdaderas y, citando el maravilloso programa de documentales que tiene Diego Brodersen por Canal 7, apostemos a nuestras nuevas ficciones de lo real.

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