Se questo è un uomo
“[..] ya mi propio cuerpo no es mío: tengo el vientre hinchado y las extremidades rígidas, la cara hinchada por la mañana y hundida por la noche; algunos de nosotros trae la piel amarilla, otros gris: cuando no nos vemos durante tres o cuatro días nos reconocemos con dificultad.”
En el año 2007 conocí a Primo Levi. Todos sabíamos, a esas alturas, lo que había significado para un país como Italia el fascismo y las guerras mundiales. Pero podíamos comprenderlo desde una perspectiva macro, es decir, así como un europeo puede estudiar en líneas generales las dictaduras latinoamericanas y, como espero, compadecerse y hasta estremecerse. Pero en qué momento, uno puede preguntarse, ese padecimiento deja de ser algo epidérmico y comienza a “calar los huesos”, como el frío cuando se combina con la humedad. El umbral, ese límite que una vez cruzado se vuelve irreversible, quizá se encuentre en los testimonios de los propios sobrevivientes. Muchos lo habrán notado al leer aunque más no sean fragmentos del informe Nunca Más, por citar un harto conocido (y siempre útil) ejemplo. Y aquí el punto de contacto con el título de este humilde artículo: Si esto es un hombre, parte de la trilogía de Auschwitz de Primo Levi, nos lleva a un nivel de compenetración con la vida de (no sólo) los italianos que estuvieron durante tanto tiempo (y cuando digo “tanto” no me refiero sólo al transcurso de los días sino a la espesura de esa “vivencia”, si eso era vivir) en el tristemente –inconmensurablemente triste- célebre campo de aniquilación. Pero en mi caso creo que hasta llegó más allá que nuestros propios relatos del horror. Porque Primo Levi le imprime algo más, que excede los informes jurídicos, que en este caso, sin embargo, y contradiciendo su costumbre, no pueden conservar la frialdad. Primo Levi es un testimonio que se ha repensado a sí mismo, es un sobreviviente que analiza esa experiencia, casi como si no fuera la de él. El primer adjetivo que pensé cuando iba por el primer capítulo fue “parsimonioso”. Y uno no entiende cómo, después de haber hecho carne el horror que degrada a los hombres a la condición anti-humana, Primo puede relatar de esa manera los hechos y los sentimientos. Y con esto no quiero decir que sea frío. Quiero decir que el autor nos envuelve en el horror de una manera tan certera y eficaz que nos parece ver los rostros lívidos de los miserables que son llevados a ese infierno nazi que tantas películas y libros han tratado de reconfigurar para entender (lo que nos parece inentendible). Pero a su vez, mientras nos trasporta hacia allí, él no está y está al mismo tiempo. Porque es un texto que confunde dos momentos de vida: cuando Levi está en el campo –y percibimos el enojo, la rabia, la incertidumbre; y el momento en el que piensa su ser-en-el-campo-sin-ser.
Cuando leo a Primo Levi, no leo un testimonio más, desgarrador como todos. Leo la filosofía que se esconde en los refugiados, a partir de una mente y una pluma sin igual como es la de este autor nacido en Turín en 1919. Es la reflexión que le permitió seguir vivo, aunque no triunfó al final: se quitó la vida en 1987. Es la intención de que todos los seres humanos sepamos qué significa, cuál es el costo horroroso, de dejar de ser un hombre. Y que eso, que parece ciencia ficción, es posible porque, de hecho, ya ha ocurrido. El hombre lobo del hombre nunca ha parecido tan verídico, casi literal. Pero hay un error en la premisa: el otro deja de ser un hombre. El hombre lobo del no-hombre, porque ya no puede ni siquiera pensarse a sí mismo como tal. Quizá es difícil sentir en toda su completitud esta sensación, esta indignidad. Los que creemos tener una vida digna de hombre y mujer libres nos sentimos a salvo. Nos sentimos lejos. Y Primo Levi nos devuelve la historia de los que no-ganan, de los que no ganaron nunca. Y que se han repetido en tantos, cientos de lugares, en tantas épocas y culturas. La parsimonia filosófica y reflexiva del miedo, del hambre, de la tristeza suprema. Si esto es un hombre es la pregunta (con respuesta) que nos da cuenta de los artificios en los que vivimos, que amamos tanto, que necesitamos hasta en su más mínimo detalle, el que no importa cotidianamente y se vuelve el bien más valorado cuando se pierde esta condición de humanidad, que nos parece tan inherente, diaria. Tan humana, que sólo otros hombres nos la pueden arrancar (porque ya ni siquiera es un despojo, manera sutil y elegante de hablar). Un libro que nos hace temblar, que no nos deja llorar, al menos, no todavía en mi caso, pero que hace algo peor: nos deja un nudo en la garganta. Como reza el tango: las lágrimas trenzadas se niegan a brotar y no tengo el consuelo de poder llorar. A Primo Levi le prohibieron todo sentir, como si los dementores popularizados en la saga de Harry Potter fuesen reales; como si fuesen hombres. Queda feo decir “chupar el alma”. Pero acaso, ¿hay algo que nos refleje de una manera tan radical lo que ocurre en el campo? La vida en un campo de exterminio (qué oxímoron) permite que los que volvemos a casa todos los días y tenemos la sonrisa de nuestras familias y un plato en la mesa veamos y sintamos la relatividad de las cosas, hasta de lo que llamamos “natural” o “normal”. Los cristales están en todas partes. Y sin duda, cuando nos los arrancan, nos duele muchísimo. Primo Levi cuenta lo que es dejar de ser un hombre, porque definitivamente le han arrancado la vida.
Para terminar, sin haber logrado hacerle justicia al maravilloso volumen que se abre ante mis ojos en este instante fecundo, quisiera citar el comienzo del libro, esa ¿poesía? que es plegaria, desesperada y esperanzada al mismo tiempo, lo cual es de por sí la inventiva incomparable del autor.
Si esto es un hombre
Los que vivís seguros
En vuestras casas caldeadas
Los que os encontráis, al volver por la tarde,
La comida caliente y los rostros amigos:
Considerad si es un hombre
Quien trabaja en el fango
Quien no conoce la paz
Quien lucha por la mitad de un panecillo
Quien muere por un sí o por un no.
Considerad si es una mujer
Quien no tienen cabellos ni nombre
Ni fuerzas para recordarlo
Vacía la mirada y frío el regazo
Como una rana invernal.
Pensad que esto ha sucedido:
Os encomiendo estas palabras.
Grabadlas en vuestros corazones
Al estar en casa, al ir por la calle,
Al acostaros, al levantaros;
Repetídselas a vuestros hijos.
O que vuestra casa se derrumbe,
La enfermedad os imposibilite,
Vuestros descendientes os vuelvan el rostro.
Si esto es un hombre (1958), de Primo Levi. Un intento, quizá, de recuperar el nombre que le han quitado; la fuerza que le han absorbido; el deseo de vida que le han aplacado; la condición de hombre que le han arrancado y, por sobre todas las cosas, las memorias para convencerse de que ha terminado ese horror no porque él lo relate sino porque ese relato forma parte de nuestra historia presente, de aquí para siempre, como una premisa que sólo pide una cosa: que no olvidemos que la esencia humana no es esencial. Que todo hombre puede dejar de ser hombre, con el gesto violento de otro hombre. Es la reflexión del horror encomendada a nosotros, hombres-y-mujeres-siendo, por un hombre que una vez fue forzado a no-ser y logró volver para protegernos, advertirnos, recordarnos: nombrarnos y así volver a ser.
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