¿Y quién es él?
Un sábado a la noche, si mal no lo recuerdo, el querido Toro mandó un mensaje que me generó sentimientos ambivalentes: por un lado, me sentí feliz; por el otro, temí. A estas alturas, todos querrán saber de qué hablaba “el mensaje”; pues bien, me anticipaba que el lunes a la noche Ricardo Arjona (el mismísimo Ricardo Arjona) estaría presente en el malaventurado programa de Susana Giménez. A buen entendedor, pocas palabras, pero quisiera decir por qué temía (¿o debería explicar mi felicidad?).
Todos sabemos –también tengo una cierta ambigüedad en mis sentimientos respecto de estas generalizaciones medio berretas- que “el living” de Susana, probablemente uno de los más famosos –qué tristeza-, no es muy amigable, sobre todo en la época de los programas de archivos. Es decir, las cosas más terribles se deben haber dicho allí (o en el programa de Rial, Canosa o Mirtha). Desde los comentarios más tontos y banales hasta aquéllos más fachos. Y mi temor es obvio (y justificado): imagínense, lectores, que su ídolo viviente, su semidios de la infancia (o desde la infancia) se presenta en el mismísimo infierno que fácilmente nos lleva a las tentaciones malditas del conservadurismo –o peor que eso-. Temí como nunca, y creo habérselo contestado así al querido Porthos. Temí que el techo cayera en mi cabeza, como los galos compañeros de Asterix. Temí que mi vida se fuese por la borda, y que una parte –nada despreciable- de mis ilusiones más genuinas o simplonas se derrumbasen, peor que aquel edificio de San Telmo. Una rajadura de ese tamaño en la imagen inmaculada de un dios mortal sería difícil de reparar. En seguida pensé qué podría reconfortarme en caso de que mi profecía se cumpliese. Y pensé en los dichos de Eduardo Galeano y de los dioses sucios. Pero en realidad no tenía por qué adelantarme a los hechos y al final no lo hice. El lunes a la noche simplemente me apoltroné en el sillón y escuché atentamente lo que el guatemalteco contó.
Susana es insoportable. Y además no es una buena entrevistadora. Es decir, si hay algo que el number one de los reportajes, id est Eduardo Aliverti (otro “Eduardo” para mi colección), nos enseñó es que uno debe estar informado respecto de la persona que entrevistamos. Por lo tanto, si Arjona sacó un nuevo disco (ver reseña en este mismo blog), lo mínimo que debemos saber es el nombre de los temas o inclusive haberlo escuchado aunque más no sea una vez. Pero Susana nunca lo hace, e incluso teniendo una hoja de ruta, no puede evitar equivocarse. Ricardo ya la conoce (¡él sabía datos no muy mencionados de Susana y no así ella!) y es, además de un caballero latino, muy simpático. De hecho, a nadie le importa la mujer rubia (que es lo que pasa a representar ante semejante dios de la canción romántica). Ni siquiera ese fondo que nos muestra Miami, o podríamos decir la cumbre máximo del menemismo berreta. Sólo lo vemos a Ricardo. Lo vemos cuando nos cuenta que nació en un pueblito pequeño, al igual que sus dos hermanas, y que su madre era fascista y su padre, un prototípico rojo. Pero él ya nos los dijo: lo que las ideologías dividen al hombre, el amor con sus hilos los une en su nombre. También lo vemos sólo a él, cuando canta casi al pasar algún que otro tema, como si fuese contingente o siguiese en esa maravillosa etapa en las que “hacía bares” o tocaba en las calles de Buenos Aires. Y como somos medio cholulos –otra generalización-, nos quedamos prendados de Ricardo cuando nos habla de esta ciudad, tan rara pero que seguimos queriendo (quizá, porque nos incita a la rebelión); ciudad que le desata y deja suelta toda su melancolía: ya no puede entrar a tomar un café en un bar mítico porteño, porque en seguida se le tiran encima. No es uno más, aunque así lo diga en su disco 5to Piso. Es él. Y a veces, contaba, en ese ínterin en que la gente se preguntaba “¿es él?”, podía aprovechar esos minutos (camicaces de dios) para saborear el cafecito de nuestra ciudad cosmopolita. Lo mirábamos porque nos decía, con ese tono, ese acento maravilloso, sus aventuras de “animal nocturno” y su paso por México, su viaje por Estados Unidos con una marimba orchestra, su casamiento loco y fugaz en Las Vegas, la llegada de sus hijos, su sencillez. Fama de huraño, dice que tiene. ¿Cómo es posible? Lo que importa es que Ricardo Arjona salió ileso de ese maldito living. Y no sólo eso: salió victorioso. No pudo la artificialidad de Susana ni tampoco pudieron las palmeras de Miami opacar su divinidad humana, su humanidad divina. Que en realidad, poco tiene de otros mundos: es plenamente del más acá. Tan carismático como arriba del escenario, como lo oímos al cantar “Adiós, melancolía” o tomar la guitarra e improvisar, mientras nos habla de su primer auto lila o de su Harley. Y sin embargo, sigue siendo él, un tipo común que nos hace bien, porque es simple: un hombre bueno, si hay alguien bueno en este lugar. Pero no como las cosas simples que el tiempo devora: él sigue invicto. A veces me pongo a pensar que sigo queriéndolo o prefiriéndolo allí, en la mesita de luz, en el reproductor de música, en la tapa de un disco usando lentes oscuros. Y a veces pienso que quiero saber de él, hablar de cosas simples, escucharlo en una entrevista descontracturada. Él es mi infancia en la casa de mi abuela y es mis tardes de domingo mientras estudio o mis veranos mientras tomo mate bajo el ventilador, desmitificando la existencia. Es idealismo y realismo: el sueño que nos sirve para aferrarnos a la realidad.
Quizá para concluir debo decir que Ricardo Arjona es un tipo ideal, en todos los sentidos. Es el tipo desalmado con el que no obstante compartiríamos la vida porque es lo mejor (de lo peor que hemos conocido), es perfecto en su imperfección; es el tipo ideal porque es un amor de ideas, de las ideas, en las ideas: en su propia lírica; y es el tipo ideal del carisma que viene a decirle a Max Weber, después de tanto tiempo, que al menos uno de sus esquemas lógico-analíticos es empírico, es real, en tiempo y espacio, de carne y hueso. Es Ricardo Arjona. Nada más y nada menos.
Todos sabemos –también tengo una cierta ambigüedad en mis sentimientos respecto de estas generalizaciones medio berretas- que “el living” de Susana, probablemente uno de los más famosos –qué tristeza-, no es muy amigable, sobre todo en la época de los programas de archivos. Es decir, las cosas más terribles se deben haber dicho allí (o en el programa de Rial, Canosa o Mirtha). Desde los comentarios más tontos y banales hasta aquéllos más fachos. Y mi temor es obvio (y justificado): imagínense, lectores, que su ídolo viviente, su semidios de la infancia (o desde la infancia) se presenta en el mismísimo infierno que fácilmente nos lleva a las tentaciones malditas del conservadurismo –o peor que eso-. Temí como nunca, y creo habérselo contestado así al querido Porthos. Temí que el techo cayera en mi cabeza, como los galos compañeros de Asterix. Temí que mi vida se fuese por la borda, y que una parte –nada despreciable- de mis ilusiones más genuinas o simplonas se derrumbasen, peor que aquel edificio de San Telmo. Una rajadura de ese tamaño en la imagen inmaculada de un dios mortal sería difícil de reparar. En seguida pensé qué podría reconfortarme en caso de que mi profecía se cumpliese. Y pensé en los dichos de Eduardo Galeano y de los dioses sucios. Pero en realidad no tenía por qué adelantarme a los hechos y al final no lo hice. El lunes a la noche simplemente me apoltroné en el sillón y escuché atentamente lo que el guatemalteco contó.
Susana es insoportable. Y además no es una buena entrevistadora. Es decir, si hay algo que el number one de los reportajes, id est Eduardo Aliverti (otro “Eduardo” para mi colección), nos enseñó es que uno debe estar informado respecto de la persona que entrevistamos. Por lo tanto, si Arjona sacó un nuevo disco (ver reseña en este mismo blog), lo mínimo que debemos saber es el nombre de los temas o inclusive haberlo escuchado aunque más no sea una vez. Pero Susana nunca lo hace, e incluso teniendo una hoja de ruta, no puede evitar equivocarse. Ricardo ya la conoce (¡él sabía datos no muy mencionados de Susana y no así ella!) y es, además de un caballero latino, muy simpático. De hecho, a nadie le importa la mujer rubia (que es lo que pasa a representar ante semejante dios de la canción romántica). Ni siquiera ese fondo que nos muestra Miami, o podríamos decir la cumbre máximo del menemismo berreta. Sólo lo vemos a Ricardo. Lo vemos cuando nos cuenta que nació en un pueblito pequeño, al igual que sus dos hermanas, y que su madre era fascista y su padre, un prototípico rojo. Pero él ya nos los dijo: lo que las ideologías dividen al hombre, el amor con sus hilos los une en su nombre. También lo vemos sólo a él, cuando canta casi al pasar algún que otro tema, como si fuese contingente o siguiese en esa maravillosa etapa en las que “hacía bares” o tocaba en las calles de Buenos Aires. Y como somos medio cholulos –otra generalización-, nos quedamos prendados de Ricardo cuando nos habla de esta ciudad, tan rara pero que seguimos queriendo (quizá, porque nos incita a la rebelión); ciudad que le desata y deja suelta toda su melancolía: ya no puede entrar a tomar un café en un bar mítico porteño, porque en seguida se le tiran encima. No es uno más, aunque así lo diga en su disco 5to Piso. Es él. Y a veces, contaba, en ese ínterin en que la gente se preguntaba “¿es él?”, podía aprovechar esos minutos (camicaces de dios) para saborear el cafecito de nuestra ciudad cosmopolita. Lo mirábamos porque nos decía, con ese tono, ese acento maravilloso, sus aventuras de “animal nocturno” y su paso por México, su viaje por Estados Unidos con una marimba orchestra, su casamiento loco y fugaz en Las Vegas, la llegada de sus hijos, su sencillez. Fama de huraño, dice que tiene. ¿Cómo es posible? Lo que importa es que Ricardo Arjona salió ileso de ese maldito living. Y no sólo eso: salió victorioso. No pudo la artificialidad de Susana ni tampoco pudieron las palmeras de Miami opacar su divinidad humana, su humanidad divina. Que en realidad, poco tiene de otros mundos: es plenamente del más acá. Tan carismático como arriba del escenario, como lo oímos al cantar “Adiós, melancolía” o tomar la guitarra e improvisar, mientras nos habla de su primer auto lila o de su Harley. Y sin embargo, sigue siendo él, un tipo común que nos hace bien, porque es simple: un hombre bueno, si hay alguien bueno en este lugar. Pero no como las cosas simples que el tiempo devora: él sigue invicto. A veces me pongo a pensar que sigo queriéndolo o prefiriéndolo allí, en la mesita de luz, en el reproductor de música, en la tapa de un disco usando lentes oscuros. Y a veces pienso que quiero saber de él, hablar de cosas simples, escucharlo en una entrevista descontracturada. Él es mi infancia en la casa de mi abuela y es mis tardes de domingo mientras estudio o mis veranos mientras tomo mate bajo el ventilador, desmitificando la existencia. Es idealismo y realismo: el sueño que nos sirve para aferrarnos a la realidad.
Quizá para concluir debo decir que Ricardo Arjona es un tipo ideal, en todos los sentidos. Es el tipo desalmado con el que no obstante compartiríamos la vida porque es lo mejor (de lo peor que hemos conocido), es perfecto en su imperfección; es el tipo ideal porque es un amor de ideas, de las ideas, en las ideas: en su propia lírica; y es el tipo ideal del carisma que viene a decirle a Max Weber, después de tanto tiempo, que al menos uno de sus esquemas lógico-analíticos es empírico, es real, en tiempo y espacio, de carne y hueso. Es Ricardo Arjona. Nada más y nada menos.
¿quién es ese hombre QUE TE MIRA Y TE DESNUDA?
ResponderEliminardiría algo más pero ya lo dije todo por mensajito :)