Welcome to Miami
En las vacaciones siempre se frustran los planes gigantescos que hacemos como desahogo. Pero lo cierto es que también surgen cosas nuevas y lo emergente siempre se nos torna inevitable. Por eso mismo, hoy sólo me limitaré a contar lo que la providencia ha hecho por mí. Le dedico este artículo a mi salvador JEW.
Toda fiesta de cumpleaños, pasada una cierta edad, puede regalarnos ciertas sorpresas. El sábado 7 de enero, la noche me trajo ciertas sorpresas: se presentó ante mí la maravillosa colección de DVDs de una serie que yo solía ver las madrugadas de domingo en Canal 11 (¡doblada al castellano, qué estómago!), Burn Notice, burdamente traducida al español como Operación Miami. En realidad, no sé si es muy conocida (si Porthos no la conoce quiere decir que no lo es en realidad para el resto de los mortales tampoco) y quizá eso se deba a que la transmitían por USA Network. Y sus actores no son los más famosos de Hollywood tampoco. Pero yo tengo una adicción a esta serie (como la tuve con todas las series yanquis y hasta británicas) que no puede explicarse y que simplemente me ha apartado de casi todos mis planes semanales de verano. ¡Me he comprado anteojos de sol porque todo el mundo en Miami los usa! Veamos de qué se trata.
Michael Westen (el actor que a estas alturas me parece el más sexy de la tierra, Jeffrey Donovan) solía ser un espía internacional que amaba su trabajo y a su país, como buen americano. Pero un día, en medio de una archi-peligrosa misión, lo despiden, así como así, sin indemnización ni Rolex dorado ni nada parecido a una palmada amistosa en el hombro, como le diría después un agente maldito del FBI, el Detective Bly. Michael está a merced de quienes lo despidieron, lo cual es un absoluto misterio. Golpeado, sin un peso, sin nada parecido a una vida de ciudadano común (¿cómo tenerla?), aparece en su hogar: Miami. Pero no sólo es su ciudad natal (¿puede Miami ser hogareña?), todo su pasado, del cual parece querer desprenderse, se le presenta de sopetón ante su cara. Su madre, la genial Sharon Gless, es una vieja fumadora de la ciudad de refugiados y marginales latinos, que usa aros “a lo Miami” y que no sabe demasiado de la vida de su hijo mayor. Nate, el hermano medio bobo que se mete en problemas pero que también sabe estar cuando Mike más lo necesita y que al final, más allá de que siempre anda mangueando unos pesos, nos termina cayendo bien. Y si uno piensa que la familia (in)feliz es lo peor (digamos que Mike y Nate tenían un padre abusivo que los golpeaba y por eso Michael acaba yéndose como espía desde muy jovencito), aparece otra parte de su pasado, no tan pasado a estas alturas: Sam y Fiona.
Sam Axe (Bruce Campbell) es un ex agente compañero de Mike en algunos países de Europa Oriental y en Asia. Cuando se encuentran en Miami, Sam tiene panza y toma mucha cerveza y cualquier bebida alcohólica, usa camisas con palmeras y un collar ajustado al cuello color dorado. Pero eso no es todo: también le pasa informes al FBI sobre los movimientos de Mike. Digamos que el hecho de que lo hayan despedido no es un detalle menor: todo espía tiene enemigos con ganas de vengarse. Mike no sabe quién le arruinó la vida inventando que él presentaba una amenaza para la seguridad nacional pero lo que sabe es que lo quieren vivo por algo que deberá averiguar. Sam, en todo este embrollo, acaba acercándose a lo que realmente definiríamos como “amigo” y le consigue contactos en el FBI y algunas otras oficinas de seguridad nacional (hay muchas en EEUU, como dice Sam, casi más que Starbucks). Y como nunca puede faltar el elemento romántico, aparece la ex novia, Fiona Glennale (Gabrielle Anwar), una ex agente del IRA, por lo tanto, irlandesa con un poquito de acento y un poquito de rencor: Mike la dejó una noche y nunca más se volvieron a ver. Sin embargo, donde hubo fuego cenizas quedan y aquí se ve que hubo mucho fuego. Finalmente, la relación se vuelve un poco tierna, aunque ninguno de los dos es un osito de peluche precisamente. Ella es una loca de los explosivos y le encanta disparar; él es una máxima borgeana: la forma de su destino, su propia circunstancia. Trabajar de espía es ser espía. Y eso parece no poder borrarse nunca. La diferencia es que Mike descubre en este corrupto Miami que hay otra vida, pero no sabe qué es lo que quiere. Toda la serie es una búsqueda. Primero, a simple vista, del despido (burn notice). Pero en realidad va un poco más allá, y acaba siendo una búsqueda subjetiva, con humor, patadas y conciencia táctica. Hay un poco de esta serie en Los Simuladores, ya que Mike tiene que ganarse la vida mientras es un don nadie y resuelve problemas de gente buena que se ve envuelta en terribles redes de narcotráficos o punteros políticos refugiados que se comportan como pandilleros. Acaba siendo un justiciero, acaba ayudando a las personas, quizá a una escala menor a la que a él le gustaría (en el fondo es un filántropo) pero en alguna escala, por lo menos. Y entre estos simpáticos personajes, muy aventureros y apasionados (ésa es la palabra), se me gasta la vida, como diría cierto guatemalteco. Carrie nos dice que la vida es lo que pasa mientras esperamos una mesa para comer en Manhattan. También es lo que pasa, digo, mientras esperamos saber por qué lo despidieron pero por sobre todas las cosas, qué hará Michael Westen con ese pasado que le choca de frente y se vuelve su presente. La eterna pregunta por el futuro. Pero en esto, Mike es como la vida misma de cada uno de nosotros: mientras no resolvamos nuestros conflictos pasados, “you are not going anywhere”. Lo dicen los boleros: no va para ningún lado quien no sabe dónde está.
Toda fiesta de cumpleaños, pasada una cierta edad, puede regalarnos ciertas sorpresas. El sábado 7 de enero, la noche me trajo ciertas sorpresas: se presentó ante mí la maravillosa colección de DVDs de una serie que yo solía ver las madrugadas de domingo en Canal 11 (¡doblada al castellano, qué estómago!), Burn Notice, burdamente traducida al español como Operación Miami. En realidad, no sé si es muy conocida (si Porthos no la conoce quiere decir que no lo es en realidad para el resto de los mortales tampoco) y quizá eso se deba a que la transmitían por USA Network. Y sus actores no son los más famosos de Hollywood tampoco. Pero yo tengo una adicción a esta serie (como la tuve con todas las series yanquis y hasta británicas) que no puede explicarse y que simplemente me ha apartado de casi todos mis planes semanales de verano. ¡Me he comprado anteojos de sol porque todo el mundo en Miami los usa! Veamos de qué se trata.
Michael Westen (el actor que a estas alturas me parece el más sexy de la tierra, Jeffrey Donovan) solía ser un espía internacional que amaba su trabajo y a su país, como buen americano. Pero un día, en medio de una archi-peligrosa misión, lo despiden, así como así, sin indemnización ni Rolex dorado ni nada parecido a una palmada amistosa en el hombro, como le diría después un agente maldito del FBI, el Detective Bly. Michael está a merced de quienes lo despidieron, lo cual es un absoluto misterio. Golpeado, sin un peso, sin nada parecido a una vida de ciudadano común (¿cómo tenerla?), aparece en su hogar: Miami. Pero no sólo es su ciudad natal (¿puede Miami ser hogareña?), todo su pasado, del cual parece querer desprenderse, se le presenta de sopetón ante su cara. Su madre, la genial Sharon Gless, es una vieja fumadora de la ciudad de refugiados y marginales latinos, que usa aros “a lo Miami” y que no sabe demasiado de la vida de su hijo mayor. Nate, el hermano medio bobo que se mete en problemas pero que también sabe estar cuando Mike más lo necesita y que al final, más allá de que siempre anda mangueando unos pesos, nos termina cayendo bien. Y si uno piensa que la familia (in)feliz es lo peor (digamos que Mike y Nate tenían un padre abusivo que los golpeaba y por eso Michael acaba yéndose como espía desde muy jovencito), aparece otra parte de su pasado, no tan pasado a estas alturas: Sam y Fiona.
Sam Axe (Bruce Campbell) es un ex agente compañero de Mike en algunos países de Europa Oriental y en Asia. Cuando se encuentran en Miami, Sam tiene panza y toma mucha cerveza y cualquier bebida alcohólica, usa camisas con palmeras y un collar ajustado al cuello color dorado. Pero eso no es todo: también le pasa informes al FBI sobre los movimientos de Mike. Digamos que el hecho de que lo hayan despedido no es un detalle menor: todo espía tiene enemigos con ganas de vengarse. Mike no sabe quién le arruinó la vida inventando que él presentaba una amenaza para la seguridad nacional pero lo que sabe es que lo quieren vivo por algo que deberá averiguar. Sam, en todo este embrollo, acaba acercándose a lo que realmente definiríamos como “amigo” y le consigue contactos en el FBI y algunas otras oficinas de seguridad nacional (hay muchas en EEUU, como dice Sam, casi más que Starbucks). Y como nunca puede faltar el elemento romántico, aparece la ex novia, Fiona Glennale (Gabrielle Anwar), una ex agente del IRA, por lo tanto, irlandesa con un poquito de acento y un poquito de rencor: Mike la dejó una noche y nunca más se volvieron a ver. Sin embargo, donde hubo fuego cenizas quedan y aquí se ve que hubo mucho fuego. Finalmente, la relación se vuelve un poco tierna, aunque ninguno de los dos es un osito de peluche precisamente. Ella es una loca de los explosivos y le encanta disparar; él es una máxima borgeana: la forma de su destino, su propia circunstancia. Trabajar de espía es ser espía. Y eso parece no poder borrarse nunca. La diferencia es que Mike descubre en este corrupto Miami que hay otra vida, pero no sabe qué es lo que quiere. Toda la serie es una búsqueda. Primero, a simple vista, del despido (burn notice). Pero en realidad va un poco más allá, y acaba siendo una búsqueda subjetiva, con humor, patadas y conciencia táctica. Hay un poco de esta serie en Los Simuladores, ya que Mike tiene que ganarse la vida mientras es un don nadie y resuelve problemas de gente buena que se ve envuelta en terribles redes de narcotráficos o punteros políticos refugiados que se comportan como pandilleros. Acaba siendo un justiciero, acaba ayudando a las personas, quizá a una escala menor a la que a él le gustaría (en el fondo es un filántropo) pero en alguna escala, por lo menos. Y entre estos simpáticos personajes, muy aventureros y apasionados (ésa es la palabra), se me gasta la vida, como diría cierto guatemalteco. Carrie nos dice que la vida es lo que pasa mientras esperamos una mesa para comer en Manhattan. También es lo que pasa, digo, mientras esperamos saber por qué lo despidieron pero por sobre todas las cosas, qué hará Michael Westen con ese pasado que le choca de frente y se vuelve su presente. La eterna pregunta por el futuro. Pero en esto, Mike es como la vida misma de cada uno de nosotros: mientras no resolvamos nuestros conflictos pasados, “you are not going anywhere”. Lo dicen los boleros: no va para ningún lado quien no sabe dónde está.

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