Menos tu vientre
Yerma es una mujer joven, hermosa y llena de vida. O al menos así la vemos al principio de la obra. Vive con su esposo, un hombre enjuto llamado Juan que en realidad la ama, pero tal vez su amor, ese amor no alcance. Yerma quiere tener un hijo (ella viene de una casta muy fértil) pero su marido no está muy preocupado al respecto: él es un campesino, hombre de campo nomás, y quiere volver a su casa (donde también viven sus austeras y masculinas hermanas) y que su mujer lo aguarde con una sonrisa, sumisa, encerrada en el claustro del hogar. Pero Yerma tiene sangre en sus venas, tiene leche en sus pechos, aunque el vientre parece estar muerto. Sea Juan el del problema, ya no importa: porque ella está casada y es una mujer honrada que no dejará a su tieso marido a pesar de todo (o de nada). Yerma ve cómo las muchachas del pueblo van quedando preñadas. Todas ellas, sonrientes, aún niñas en muchos aspectos, correteando con sus panzas llenas de vida y ternura. Todas ellas, salvo Yerma. Y es que ese nombre. Tan linda, tan sola, tan incomprendida por Juan, que trabaja de sol a sol la tierra (a la que sí fertiliza). Yerma habla con hechiceras, señoras brujas de todos los pueblos de todos los tiempos, quiere correr libre con un niño, con esas manos que se van agostando por no tener la piel tersa de un bebé a la que acariciar. Toda esa sangre joven y enérgica se transformará al igual que su tibia leche en el más rancio de los venenos: todo su cuerpo de mujer que no puede ser madre aun queriéndolo se transformará en un sepulcro. No muere solamente el niño que no fue, sino que muere Yerma-mujer y Yerma-madre. Su destino truncado, lo que tendría que haber sido, jamás ocurre. Y Juan sólo se preocupa por su honra de hombre, mas no por la del padre o siquiera por la de esposo-amante. Cada vez hay más rumores, que ella anda de aquí para allá, que es una descarriada, que engaña a su marido, que no es una señora de su casa. Yerma contra el mandato sexista de un pueblo campestre, sin amor, sin sentimientos, vaciada de sí, pudriéndose. Al final, es una mujer sola, enloquecida de deseo pero sin poder jamás cumplirlo. Ni siquiera se anima a elegir la vida, la aventura que le ofrece Víctor, un hombre atrapante, viril, vital. Y ella, que piensa y piensa y quiere querer a su esposo pero no puede: el cuerpo ya no responde (¿acaso alguna vez lo hace?) a lo que su consciencia quiere dictarle. Y Yerma se nos va mucho antes de matar a su esposo y al niño que en realidad jamás habría sido.
Hace unos fines de semana fui al Teatro Cervantes. A un precio accesible, lo cual en mi caso suele distanciarme del teatro, pude ver Yerma, una versión de Suárez Marzal de aquella obra del maravilloso García Lorca que tanto me había impactado cuando estaba en el colegio todavía. Ese nombre, Yerma, tan potente y a su vez infértil. Me acuerdo de la tapa de mi ejemplar, color manteca, viejo, tan viejo, con una suerte de rama ocre, totalmente seca, tan oscura. Aquí la única oscuridad está en su vientre de mujer secada, que no seca; al revés del poema hecho canción. Yerma era Malena Solda, hermosa, contundente, enérgica. Corriendo descalza, con unos soleros livianos, por el escenario austero y minimal, absolutamente yermo. Sergio Surraco interpretó maravillosamente a Juan, el enjuto marido, y verdaderamente me vi sorprendida. Y obviamente aplaudo de pie a Pepe Monje en su rol de Víctor, que me hizo pensar en un gitano amador. Qué maravilla, volver al teatro, el Cervantes, tan hermoso, alcanzable. Entré en ese mundo de escenario y telones, un escenario desde el cual fui completamente movilizada e interpelada por la Yerma de Malena Solda, que dijo tantas cosas que no puedo hoy reproducir pero que sigo sintiendo en la mirada al horizonte que no era otra cosa que el mismo recinto, aunque también debió ser el campo. Movilizada, o mejor aún, moviéndome con la niña que corría, sus movimientos bruscos, sus correrías. Víctor caminaba seguro, ladeao, todo un hombre, de ésos que uno ve y sabe que en sus brazos encontraría refugio apasionado. Y Juan. Es tan extraño Juan. Por un lado, intenté odiarlo, pero no pude: el hombre es hijo de su época y un pueblo perdido en España no puede escapar tampoco de ese destino. Juan la quiere, pero ese querer es dañino (que hay tragos que son amargos, hasta los del mejor vino). Intenté pensarlo como el mandato del Hombre contra la Mujer, pero no pude; Juan la quiso querer y hasta la quiso, tal vez, seguramente. Pero un espíritu libre y deseoso, ávido de vida, no puede ser amado por un amor claustral, de clausura, de convento reacio, tan hirsuto, tan espinoso. De la rosa que supo ser Yerma, con ese nombre mentiroso, nos quedaron las espinas tan sólo y la profecía realizada de su sequía anunciada. Y la muerte, siempre presente, también nos quedó, en una actuación prodigiosa inmortalizada en ese mecerse enloquecido y frenético de Malena, que no tendrá pena de bandoneón, pero sí muchas penas o una muy grande que es casi lo mismo. Juan era un hombre de su tiempo; pero Yerma en su íntimo y más vigoroso deseo, ¿no era acaso una mujer de su época? Me resulta extraño pensar que el destino que la atrapaba (de ser madre y esposa) no desentonaba con su tiempo, con su mandato de mujer de campo. Sin embargo, es el no-cumplimiento lo que la libera de esas cadenas, para mal tal vez, lo que le permite pensarse como mujer que sufre y que desea. Es un tanto paradójico, al fin, que el mandato del hombre y el de la mujer, incuestionados al principio, terminen acarreando la tragedia. Porque jamás se cuestiona que el vientre de mujer sea cuna o que una mujer pueda ser más que el metonímico vientre; sólo a Juan no le importa, el mismo Juan que no puede escapar al hombre de campo, pero sí al de padre de familia.
Qué difícil es ver teatro cuando no se está del todo acostumbrado. A mí me gusta leer teatro, pero no sé si es así porque siempre me ha gustado o porque fue aquello a lo que pude acceder desde siempre ante el impedimento material de asistir al teatro. El lenguaje teatral me resulta escabroso, dificultoso, a veces inaccesible. Pero cuando llego finalmente a la meca, cualquiera sea ésta, no puedo salir: lo que se transmite en una sala teatral, en una obra, con los actores frente a uno, jamás puede ni podrá compararse con el cine o la televisión (mis lenguajes). La lógica teatral, la emocionalidad teatral son únicas, diferentes, más humanas quizá, más solitarias también. Casi como la vida, hasta un poco más vívida que la que nos muestra la pantalla. Qué difícil es entrar en el ritmo del teatro y olvidarse de que lo que uno ve no es un escenario y un telón, con su escenografía y sus actores que han memorizado sus líneas e intentan dar vida a los personajes. Qué difícil me resulta distinguir el buen teatro del que no lo es tanto. Yo me dejo llevar e ingreso casi ciegamente en la historia que se presenta ante mis ojos, que hasta podría tocar si quisiera. Pero ese domingo en el Cervantes yo no era nadie porque yo diría que hasta por momentos (los más logrados) no estuve en el teatro. Estaba Yerma con Juan, y las viejas que andaban buscando niñas para sus hijos o dando consejos paganos a almas liminales y desesperadas. Ese domingo no era domingo ni era Buenos Aires ni hacía frío. No hubo una butaca ni una audiencia. Por momentos, todo el aire lo llenaba el deseo y la locura que se iba gestando en la mujer que supo ser y luego despareció (me doy cuenta de que usé la palabra gestando, y me parece tan cruel). Por un momento, todo fue ese deseo y la injusticia inexplicable del amor extremo, del odio, y como siempre, de la muerte: lo que acaba preñando a Yerma y Juan, el fruto de tan amargo amor. Y todo esto me hace suponer que ese domingo (porque al final lo era) pude ver personajes con vida y actores que dieron vida a esos personajes. Ese domingo, supongo, pude distinguir, entrever, sentir el buen teatro.
Crítica: 41/2 “Sócrates es un gato” (el medio que falta es por los momentos en que volví a ser espectadora para pensar, yo, mujer, lo que Yerma decía y pensar lo bien que actuaban Malena Solda, Sergio Surraco, Pepe Monje y la genial y periférica Tina Serrano, así que en realidad es como si estuviera).
para seguir a tono con la etiqueta: escuché la crítica de quiroga y me agarraron muchas ganas de ir. este fue el empujón que faltaba.
ResponderEliminary otro pequeño detalle: sergio surraco es HOT.