I'm on a mission
No veo demasiada televisión española, y supongo que todo lo que nos llega a través de la pantalla de Canal 7 fue minuciosamente seleccionado: de ahí su calidad. Ya hemos pasado por gratas experiencias como la que hoy me abriga con su nombre, Bruno Sierra, el rostro de la ley, protagonizado por el gran Miguel Ángel Solá, un policial bastante trágico que se inmortalizó en su primer caso (el de la joven Patricia, asesinada por una prima loca). También nos hemos adentrado apasionadamente en las tres entregas de Amar en tiempos revueltos con sus relaciones amorosas históricamente imposibles, y no nos referimos sólo al trillado ricos-y-pobres-in-love, como podemos ver en cualquier culebrón latinoamericano (por ejemplo, en Dulce Amor); me refiero al rico y al pobre, al noble y al nuevo burgués, al comunista y al falangista, al productor de cine y la chica que quiere ir a la universidad, al militar y la liberal, al trabajador y la niña noble, al viejo chapado a la antigua y a la mujer emprendedora, a la casada y el amante inexperto: todas las antinomias juntas, a la sombra de la represión franquista, pero vistas desde el amor y las relaciones personales en la vida cotidiana, un gran punto de vista por cierto. Nos hemos reído con Los hombres de Paco, simpáticos policías que se mandan macana tras macana pero que en el fondo tienen conflictos existenciales y mucha ternura y mucha vida. En fin, nos hemos ido deleitando a cuentagotas con los programas españoles que se nos ha permitido ver en la TV abierta. Y parece que esta sana tendencia no ha llegado a su fin; tanto es así, que ahora paso las noches en casa, mirando Los Misterios de Laura.
Laura (María Pujalte) es una mujer de cuarenta años, con dos hijos-demonios de seis que encima son mellizos –Juan y Raúl del Pozo-, recientemente divorciada y con patitos de peluche junto a su placa de policía en la cartera. Laura es una mujer corriente que ama su trabajo y a sus niños, que cocina cuando llega a casa, que pone la tele bajita cuando los pequeños se han dormido, que tiene un ex marido que encima es su jefe y se acuesta con una hermosamente peligrosa inspectora –Laura Pamplona- (más joven, como siempre se teme), que quiere mucho a su simpática (y linda) vecina, Maite –Eva Santolaria-, que transpira la gota gorda para llegar a fin de mes. Laura es una mujer, con todas las letras, que usa polleras largas y camisas con botones pequeños, que no ha tenido muchas alegrías amorosas en los últimos tiempos, y que siente que los cuarenta le pesan un poquito. Pero ella nunca se olvida su sonrisa tan maternal y picarona al mismo tiempo, que le marca unos hoyitos en las comisuras, y que le hacen parecer una buena persona, de ésas a las que les contarías tus problemas en busca de algún tipo de consuelo sensato. Laura resuelve casos en la policía, apenas si empuña una pistola y casi nunca encuentra la placa cuando la necesita, perdida como andan todas las cosas en las carteras femeninas (sobre todo las ‘maxi-carteras’, como las llama Porthos). Laura es inteligente, perspicaz y muy astuta, por sobre todas las cosas. Uno nunca sabe si lo que habla con los sospechosos es de un interés genuino o una estrategia disfrazada. Ella reconstruye las tramas de los crímenes y siempre halla al asesino, en un arranque de imaginación y asociación de todas esas pistas que andan dando vuelta por allí. Y los casos, como pasa en todas las series, desde CSI hasta Dr. House, se entremezclan con la vida de los protagonistas. Todo parece apuntar siempre a la vida de cada uno de esos policías, que ocultan sus propias miserias y tensiones, aunque también sus alegrías, sus relaciones, sus deseos más íntimos. Por ejemplo, esa tensión entre Jacobo –Fernando Guillén Cuervo- (el ex) y Martín –Oriol Tarrasón- (el que nunca pudo ser). Jacobo no es un mal tipo, es tan sólo un tipo. El hombre quiere a la esposa, pero también le gusta la amante (con la que se pasa menos tiempo de lo que uno supondría); el hombre quiere a los hijos pero a veces parece que necesitara alejarse de la casa. El tipo es tierno, pero no alcanza sólo con eso. Y menos si encima después te pinta una escena de celos o te miente o se olvida de la cita con la directora del nuevo colegio de los chicos. Porque parece que es de ésos que se dan cuenta de lo que tienen recién al perderlo. Y Martín, que parece más joven que Laura, es un bombón a toda costa. Hombre con estilo, inteligente, divertido, generoso, un poco picaflor, pero con una sonrisa que derretiría el hielo de las copas (como canta otro español). Martín, que no sabemos qué tan consciente es de su obvio amor por Laura, anda por la vida, ligando chicas como quien elige gustos de helado en la heladería. Los mellizos lo aman, porque es muy buena persona, y por momentos lo vemos capaz de sentar cabeza, pero por otro lado no sabemos si Laura alguna vez se anime a darle cabida, pues parece un poco inmaduro y, a los cuarenta, Laura no quiere pasársela bien sino estar bien. Jacobo, Martín y Laura salieron juntos de la academia, lo cual vuelve al triángulo una experiencia un poco complicada. Veremos si esta mujer, que a veces se posterga en pos de ser una buena madre y una buena policía, le da cabida a sus sentimientos: todo sería más fácil y cómodo si volviera con Jacobo, pero siempre el sospechoso más obvio no es más que un señuelo.
La serie no muestra a la policía como institución, en eso se parece a Los Hombres de Paco, sino que es más bien un espacio en el cual se dan relaciones amorosas y amistades que parecieran no tener más sitio que aquél. Es decir, no estamos mirando a La Policía española, ni siquiera son casos sencillos o un simple punguista; estamos mirando a los policías, a los inspectores y cómo conviven con sus vidas, con la renta, con los hijos, con las amantes. Pareciera que nadie pudiese tirar la primera piedra y la máxima housiana se volviese verdadera: todos mienten. Los casos son clásicos, intrincados, nunca son lo que parecen, siempre hace falta un momento de iluminación de Laura para resolverlos, siendo ella la pieza fundamental para desenredar las madejas, dejando de lado las nuevas técnicas de la policía científica o la psicología criminal de las nuevas generaciones (que la amante del ex encarnaría a la perfección). En realidad, lo innovador es que el personaje-genio que resuelve los casos no sea un ser solitario y huraño sino más bien una persona común, con problemas que otras mujeres de cuarenta años podrían tener, con una casa pequeña, con chicos que no se van a la cama, con problemas de inseguridad respecto de ella misma, con un marido infiel, en fin. Tal vez, parezca medio naïf pero en realidad tenemos que pensar en el foco del programa: Laura y sus misterios, no la policía como ente que resuelve o crea crímenes. No nos interesa el cuerpo policial español: son roles necesarios para esta mujer que puede con los delitos pero no con sus problemas de corazón. Eso promete y eso ofrece, con buenas actuaciones, con roles claros y ese hermoso acento de la Mater España que me sigue atrayendo como lo ha hecho siempre. Por eso mismo, seguiremos yendo a teatros a resolver el crimen de una actriz famosa y odiada por todos; seguiremos mirando a un ajedrecista asesino, que no tiene sangre en las venas; seguiremos defendiendo a los amantes desconsolados que deambulan por la ciudad como muertos vivos; seguiremos encarcelando a policías rencorosos que asesinan a los hombres que se acuestan con sus esposas; seguiremos quemando la cocina cuando los mellizos intenten romperse los dientes para que venga el Ratón Pérez. Seguiremos con Laura y su sonrisa, su vida amorosa sin norte y sus casos apasionantes, que parecen resolverse a lo Sherlock Holmes. Sólo que a este Sherlock no lo ha escrito Doyle ni es hombre ni fuma pipa: tiene falda y un Watson terriblemente sensual que lo acompaña a sol y sombra. Y tiene, también, muchos misterios.
Comentarios
Publicar un comentario