Juliana, qué mala eres
Querida J.: Hoy te escribo por esta vía, en este blog que no conocés, porque no me dejás otra opción. El primer día que te vi tenías puestos jeans, una musculosa rosa y encima una camisita blanca. El pelo suelto y despeinado y un pañuelo atado como vincha. Te acomodabas los anteojos con ansiedad y en un momento de la clase nos miramos con simpatía.
Nunca más me miraste así.
Las primeras clases pasaste horas mirándome con curiosidad y cuando te enteraste dónde milito, hasta te animaste a hacerme un comentario para dejar en claro con quién estabas. Ese día fue mágico. Yo le mandaba mensajes a G. quejándome de las gorileadas que estaba escuchando y vos me miraste y no te importó el pasillo que nos separaba, me susurraste en voz alta (todavía me sorprende tu habilidad) que eso que estaba pasando era un pijazo. Yo no reaccioné a tiempo y perdí una oportunidad única. ¿Fue eso lo que te hizo enojar? Desde entonces traté de hablarte mil veces, en la clase y en el colectivo. Porque también eso compartimos, todas las semanas salimos de nuestras dos horas de clase compartidas, nos tomamos el mismo colectivo y nos bajamos en la misma parada. Yo me bajo ahí, a media cuadra de la unidad básica, y te dejo sin saber bien adónde vas. Estás convirtiendo mi vida en una canción de Leonardo Favio, J., yo ya no aguanto más. Estoy empezando a pensar que ni siquiera voy a poder cantar "fuiste mía un cuatrimestre" porque ahora me esquivás todos los días.
¿Te acordás que una vez te pregunté la consigna del trabajo práctico? Yo ya la sabía, J., te pregunté porque hacía calor, afuera todavía brillaba el sol y vos estabas sentada justito atrás mío. Te pregunté la consigna y la anoté rápido en el cuaderno mientras vos me dictabas, y después traté de hacerte un chiste y vos te reíste como si nos conociéramos de toda la vida. ¿Y después qué pasó? Ese mismo día, no te subiste al bondi conmigo. Y la clase siguiente, cuando quise saludarte con un beso levantaste la mano y mataste cualquier posibilidad de diálogo como si yo fuera un portero denso o un vendedor ambulante. ¿Te hice algo, J.? ¿No ves que estoy desesperada? Quiero un ratito de tu atención nomás. Te escribo acá y hasta te cambio el nombre, porque tengo la esperanza de que un día me vas a hablar y nos vamos a enamorar y yo te voy a mostrar el blog. Y no quiero que te reconozcas en esta carta de desconsuelo. No te creas que no me doy cuenta de lo que te pasa conmigo, cuando yo estoy tomando apuntes siento cómo me mirás del otro lado del pasillo, veo cómo me sonreís cuando yo trato de hablarte y te hacés la difícil. Es un ratito, J., un ratito nomás. Charláme un poco, ¿querés? O ignoráme del todo y no me ilusiones más. Esta semana tengo otra morocha que me acompaña, J., quizás para el sábado ya no te necesite.
Don't look back in anger
ResponderEliminarI heard she'd say