Te quiero virtual
En esta nueva era cibernética de mi vida, todo parece ser monotemático. Todo lo que ocurre se ve perfectamente acompañado por algún fenómeno informático, para bien o para mal. Y tanto es así que ayer a la tarde, maravillosamente soleada, y luego de haber rendido un parcial de Psicología General, sólo una posibilidad se me presentó como viable: ver una película. Pero no cualquier película, no. Tenía que ser una de ésas que te ponen de buen humor hasta en el día más negro; de ésas con las que te reís y te enternecés; de ésas en las que terminás hablándole a la pantalla aunque parezcas la persona más tonta del mundo. Entonces me senté en mi cuarto, con mi mate, mi termo de River y mis alfajores de mousse Jorgito a ver la gran película gran, introducida en mi vida por JEW: Tienes un e-mail. O, si nos ponemos angloparlantes, You've got mail.
Kathleen es una mujer joven, llena de vida y alegría en el corazón, que tiene una librería para niños hermosísima en la aún más bella Nueva York, herencia de su encantadora madre. Está de novia con un hombre intelectual y narcisista que no la valora todo cuanto debiera y que sólo se preocupa por sus adjetivos grandilocuentes a la hora de sentarse a escribir una nota para un diario local. Kathleen es la mujer más inocente y emotiva del mundo entero, o al menos eso pareciera, y no puede afrontar la violencia porque ella no es así y no puede serlo ni aún cuando lo logra.
Joe Fox (F-O-X) es un hombre de negocios, con mucha plata y un padre que tuvo miles de esposas más jóvenes que él. Joe anda por ahí con su tía de doce años y un hermano de nueve, por poner una edad aproximada, y es más simpático que el estereotipo de millonario de negocios que imaginamos usualmente. Su pareja es una egoísta poco agraciada que habla todo el tiempo y de la que todos queremos escapar constantemente. Joe abre una cadena de Foxstore que es como un Ateneo o Jenny de aquí y que arrasa con las ventas de librerías como The shop around the corner, de la frágil y romántica Kathleen. La tienda pequeña y artesanal, erigida con amor y respeto por los niños y su literatura, tiene todas las de perder ante este gigante comercial que sólo vende libros porque puede ser rentable pero que podría vender tornillos si así lo necesitase. Ante este panorama antinómico y totalmente contradictorio, la única salida que habrá será el amor. Pero no es tan lineal como que se conocen y se aman. Cada uno llega a la vida del otro cuando tanto Joe como Kathleen estaban manteniendo una relación y se estaban conociendo con ¡un desconocido en Internet! Por supuesto, lectores, eran ellos mismos. Pero no lo sabían y hasta parecía imposible que esa idea pasara por la mente de estos amantes distanciados, que antes de verse en verdad, se habían cruzado por las calles llenas de árboles y los puestos de la feria callejera sin verse, sin sentirse, tan ciegos que pasaron inadvertidos el uno para el otro. Hasta que Joe descubre la verdad, en realidad, dos verdades: por un lado, quién es su misteriosa amiga cibernética; por otro lado, que no es una amiga, que al igual que Harry, esta mujer viene a ser la nueva Sally, aquella mujer con la que se casaría en cuanto pudiese, a la que querría tener siempre cerca para que le llenase el corazón de alegría. Joe se enamoró de su enemiga y lo mismo le ocurre a Kathleen, aunque ella lo sabe recién al final, que es también una manera de aprender. Y uno, observador romántico y desprevenido, desde el comienzo ama a esa pareja despareja y bella, que anda en busca del otro exacto que lo complemente para compartir así mucho más que palabras virtuales (si sabremos de eso, queridos lectores).
Meg Ryan y Tom Hanks son la opción perfecta de un sábado a la tarde (que recibe así a la estación de los enamorados), antecedido por un examen y seguido del manos a la obra que nunca falta en época de parciales. Meg y Tom nos mostraron que los opuestos no siempre son tan opuestos y que el Padrino puede cubrir todas las preguntas existenciales del hombre. Nos enseñaron que el capital también sucumbe ante el amor, nunca obsoleto, siempre tan necesario (¿qué sabían Lenin y Lincoln del amor?). Que las margaritas enternecen a ciertas bellas damas y que los hombres también sufren por amores imposibles. Que las palabras en un correo electrónico pueden ser tan maravillosas como un ramo de flores. Nos enseñaron a querer, a enamorarnos, a creer en el destino y a saber que nuestra alma gemela podría haber compartido un bondi con nosotros y que podría haber sido inadvertida por nosotros. Meg y Tom, en Nueva York, son dos personas que se enamoran, que se odian en algún momento pero que se desarman en las palabras que tan dubitativamente envían en cada correo. Tenemos un e-mail, por una noche, por una tarde o por esas dos horas de film. Somos creyentes del amor y de los finales felices y decidimos que nadie puede quitarnos esa esperanza, que tantos otros personajes de Hollywood tienen, de encontrar ese complemento al alma. Estamos esperando el verbo que nos revitalice, que nos devuelva el alma al cuerpo o nos quite por completo la respiración. Y que cuando el hombre o la mujer special-one se nos presente, podamos al fin decirle 'deseaba con todas las fuerzas de mi alma que fueras tú'.
Meg Ryan y Tom Hanks son la opción perfecta de un sábado a la tarde (que recibe así a la estación de los enamorados), antecedido por un examen y seguido del manos a la obra que nunca falta en época de parciales. Meg y Tom nos mostraron que los opuestos no siempre son tan opuestos y que el Padrino puede cubrir todas las preguntas existenciales del hombre. Nos enseñaron que el capital también sucumbe ante el amor, nunca obsoleto, siempre tan necesario (¿qué sabían Lenin y Lincoln del amor?). Que las margaritas enternecen a ciertas bellas damas y que los hombres también sufren por amores imposibles. Que las palabras en un correo electrónico pueden ser tan maravillosas como un ramo de flores. Nos enseñaron a querer, a enamorarnos, a creer en el destino y a saber que nuestra alma gemela podría haber compartido un bondi con nosotros y que podría haber sido inadvertida por nosotros. Meg y Tom, en Nueva York, son dos personas que se enamoran, que se odian en algún momento pero que se desarman en las palabras que tan dubitativamente envían en cada correo. Tenemos un e-mail, por una noche, por una tarde o por esas dos horas de film. Somos creyentes del amor y de los finales felices y decidimos que nadie puede quitarnos esa esperanza, que tantos otros personajes de Hollywood tienen, de encontrar ese complemento al alma. Estamos esperando el verbo que nos revitalice, que nos devuelva el alma al cuerpo o nos quite por completo la respiración. Y que cuando el hombre o la mujer special-one se nos presente, podamos al fin decirle 'deseaba con todas las fuerzas de mi alma que fueras tú'.
Tenés que ver sí o sí "The shop around the corner". Dicen las malas lenguas (y las buenas) que es una influencia fuerte en la película.
ResponderEliminaranotado, Lola. Gracias.
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