Chofer, chofer, apure ese motor

Y como lo prometido es deuda, podemos contar lo que significa, lectores, sacar la licencia de conducir.
 
 
Primero, tenemos que buscar con quién aprender, sobre todo cuando no tenés ningún pariente que maneje ni siquiera un monopatín. Ahí empieza ya un recorrido por academias ('autoescuelas') y la decisión final de escoger alguna que nos parezca menos empobrecedora que otra (porque es saladita la cuestión). Por supuesto, viene el mambo del instructor. Fabián ('el colorado') fue el que me tocó en suerte, y después de 15 clases de tensión al volante, debo decir que hasta lo voy a extrañar. Cantaba canciones del rock nacional o de Sabina mientras yo trataba de no matarnos. Nunca me puteó ni nada, pero era todo un personaje, aunque creo que todos los instructores lo son. Norber, el de mi hermano, por ejemplo, en su juventud tuvo una banda de trash sinfónico (???). EL Masi de Darth Vader casi ni le hablaba y ni siquiera la defendió cuando la insultaron machistamente en la calle. Después están los bananas con anteojos, como uno de la academia cuyo nombre no recuerdo pero tiene cara de llamarse Brian (sí, a ese nivel, querida audiencia). Pero Fabián (salvo por ese comentario contra 'esta gente' que no era otra gente más que los bolivianos, manchando así su historial de buena conducta) era buena onda. Como dije, al final, uno no sabe si lo aprecia porque lo aprecia o porque llegó a buen puerto o porque aprender a manejar significa compartir un cubículo 2x2 con un extraño. Jamás olvidaré cuando me dijo que no veía la hora de ganarse el Quini y mandar todo a la mierda.
 
Una vez que uno va aprendiendo, terminan esas 15 clases y, para los que no sabíamos ni lo que eran las balizas, la verdad es que nos parece que no sabemos una mierda, que no vamos a pasar y que ni ahí estamos listos para conducir en la calle solos, sin el tipo del doble comando al lado cual ángel guardián. Pero la pista está ahí y la fecha es precisa, no hay cambios y no hay escapatoria. Así que, como manejo de nervios que somos, nos vamos nomás a Roca. Primero, el teórico. Una boludez a cuatro manos, en verdad. Lástima que tengamos que esperar CUATRO HORAS para hacerlo. Sí, señores, entre que comienza el trámite, pagamos, hacemos el psicofísico que es una mentira de los medios y rendimos, pasan cuatro horas. Increíble pero real. Lo más cómico es que después de ese lapso allá por los pagos de Lugano, uno cobra cierta familiaridad con el entorno, con los empleados y hasta con los que están ahí con vos, haciendo la cola, puteando al igual que lo hacés vos, pensando que se tienen que ir a laburar, que cuatro horas es una locura para lo que el trámite implica, etc. Yo estaba en la cola para el examen auditivo (que es el tercero) y ya conocía a todos los que me rodeaban. Había tres gordos para renovar registro. A dos los perdimos en el camino y al otro lo tuve a la par casi todo el tiempo. El tipo era tachero y daba clases de moral, agradeciéndole a la vida por haber tenido 'al mejor viejo del mundo', aunque a veces le daba y todo (pero cómo aprendió, caray). El tachero que devuelve el Blackberrie que se deja el pasajero en el auto, el tachero que le enseña valores a sus hijos, el tachero que zafó una vez de que le robaran por no usar el cinturón de seguridad, el tachero que se ríe porque 'hasta un sacerdote saca el registro', lo cual era ciertamente cómico. Era el tachero que seducía a la vida. Delante, un viejo sordo y decrépito que rememoraba aquellos tiempos en que estos trámites no existían siquiera y se coimeaba directamente al instructor. Lo gracioso es que él le estaba relatando su experiencia a una chica delante mío (una psicóloga que odiaba la corrupción y cuyos principios iban en contra de la coima) y cuando ella se fue al baño, el tipo me siguió hablando a mí, hasta que la mina volvió y él se dio cuenta de su error. Después estaba el bananín de veinte años que se cree que sabe todo porque juega al fútbol los domingos. Un banana a manivela, de verdad, que decía que en la calle todos manejaban pésimo, etc. Un personaje totalmente chato. Y en medio de tanta variedad y tanto circo, había un hombre verdaderamente hermoso, con una camisa con estilo y colorida y una mirada seria pero sumamente inspiradora. Tanto así, que mientras esperábamos para entrar a uno de los salones del psicofísico, se me vino a la mente la idea perfecta para un trabajo, cuya hipótesis venía tratando de elaborar hace dos semanas y que se me vino de pronto, estando parada detrás de este bombón que supe se llamaba Mariano, cuando el flaco de Impresión de Legajos (puesto seis) lo llamó para darle el formulario final. Además de sexy, miraba de lejos la cómica situación de nuestros compañeros como yo hacía y leía un libro de Osvaldo Soriano. Y así fue pasando el tiempo. Hice las pruebas (la psicológica fue genial: una gorda vieja y malhumorada nos ladró las consignas del test y un flaco deprimido me preguntó a que me dedicaba, si tenía una enfermedad grave, si fumaba o si había ido a tratamiento psicológico; dije que no a todo y su respuesta inexpresiva fue 'puesto cinco, físico') y finalmente, luego de pagar los debido, me fui a rendir. Cinco minutos duró el examen, en las computadoras. Seguí mi camino sin mirar atrás (adiós, Mariano) y me fui pensando que en sólo tres días estaría dando el práctico (y aún no sabía estacionar).
 
El jueves fue otro mundo. Ya había hecho los trámites, ya había viajado por primera vez a Lugano 1y 2 más de una hora en el bondi (cómo dormí a la vuelta no tiene nombre), en fin, ya tenía el reconocimiento hecho. Pero no sabía dónde estaba la pista de examen práctico. Mi hermano y yo nos aventuramos y cuando estábamos por entrar a preguntar, vemos salir al papá de Darth Vader. Sin pensarlo mucho, lo encaro y juntos nos vamos a la pista, donde se decidiría la verdad. Darth Vader y yo, super nerviosas, observábamos la situación. Había instructores de Driver's en la pista y también estaban los particulares, a los que me pareció que trataban peor. Fueron pasando los turnos y llegamos nosotros. Para hacerlo breve, aprobamos los tres. Pero lo cierto es que tenías que ser ciego para no pasar, porque todo lo hacía el que te evaluaba (se notaba taaaaanto que apretaba los pedales del doble comando). Y encima me tocó un hombre que vivía a cinco cuadras de mi casa y me aprobó, seguramente, por ser vecinos y por el entongue, claro está, porque yo nunca había conducido tan mal en mi vida, lo juro por el Diego. Ya más relajada, me fui a retirar mi P de principiante, a toda honra, y mi carnet de conducir. Puedo decir que soy una nueva persona.
 
 
Después de tanto periplo, entonces, sólo me queda practicar con mi auto de verdad, al cual nunca conduje, y prepararme para narrar nuevas aventuras a nuestros lectores porque seguro llegarán sobre ruedas. Señores, denle la bienvenida a los nuevos pisteros de la blogosfera y que se cuide la L. Lohan esa porque la nueva versión de Herbie ya tiene protagonistas.
 
 


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