Azul blues azul
¿Por qué es que estamos jodidos si hay aire pa' respirar? Eso es lo que se pregunta Arjona en el tercer corte de su ya clásico disco Santopecado. En realidad, la vida es más que ser una ensarta de moléculas, un sube y baja de la sangre o un armazón de calcio con articulación. Entonces, nos pasan cosas, más difíciles, más sencillas, algo bobas, algo complejas. Somos plena incertidumbre, como nuestro patrono siempre nos advirtió. Nuestros movimientos son inescrutables. Y así como de la nada uno tiene un lindo día cuando nada lo prometía, en un segundo el mundo se viene abajo, como vaticinó con mucho tino mi amigo JEW. Para esos momentos en que pinta el bajón, y perdón por la coloquialidad de esta frase, existe sólo un camino que nos aproxima un poco más a la vuelta-en-sí. Porque en realidad, ¿quién quiere escuchar canciones alegres cuando está blue? ¿Quién quiere oír canciones que hablen de cosas simples del amor cuando está deprimido? ¿Quién siquiera puede soportar la mera idea de oír un video en joda cuando la barbilla le llega al piso y aunque intente la sonrisa no le sale natural? Nadie. Entonces, este dementor que sólo intenta acercarse un poco más a la verdad de la milanesa decidió explorar el mundo bajón. Porque es eso: Mundo Bajón. Quien les habla no suele transitarlo demasiado. Y no es por hablar de más, en realidad suelo enojarme u ortivarme y hasta ser antipática. Pero lo que se dice 'bajón' es poco común en mí. Ahora, eso sí: cuando llego a ese submundo humano que parece tan común incluso en estos tiempos (veloces como Cadillac sin freno), agárrate, Catalina. Y por eso esta investigación profunda sólo parte de una premisa básica. Queridos lectores, hoy estoy de bajón.
Muchas vueltas pueden darse en el mundo de la melancolía. Como dice Carlos Barragán, desarmar una pelopincho es un acto melancólico. Sin remedio, tal vez. Pero ese momento en el que estamos a unos centímetros de tocar fondo (sin tocarlo; porque una vez que uno llegó, todo es más fácil, ya que, como dice Ricardo, cuando estés en el fondo de los fondos, no tendrás otro camino que no sea el de subir), ese momento en que no entra ni un rayito de luz, ese momento fecundo pero de una manera triste, ese momento sólo nos permite abrirle las puertas a un hombre. El único capaz de decirnos lo que queremos oír; de entender lo que nos ocurre; de poder acompañarnos a estar solos, como tan bien describe Arjona. El hombre de quien hablo no es otro, no podría ser otro, que Alejandro Lerner.
Alejandro Lerner es el hombre al que he arribado en el bajón más espantoso que me ha atacado en estos tiempos. El bajón que aún no se va y me trae a este sacro espacio catártico que la blogosfera me brinda. Alejandro es un hombre sencillo, que sabe lo que es tocar en sol menor, pero que también sabe (y por eso pide a gritos) tocar en sol mayor. Y uno siempre quiere volver a eso, no al castillo de ilusiones, sino a un amanecer cualquiera, a las cosas simples, a la cartelera de algún cine continuado. Alejandro sabe que después del amor no hay otro amor, y por eso, para los sin-remedio-para-melancólicos, Alejandro es el único gladiador, el único héroe que no es héroe sino que es fiel acompañante. En la miseria, Alejandro se nos une, y en la soledad ya no estamos solos o estamos solos al cuadrado. Entonces nos ponemos a cantar o ni siquiera, porque estamos de bajón, con este hombre simple, simpático, auténtico quizá. Y decimos lo único que cabe ser dicho: porque, nena, hoy estoy de bajón. Y por eso, amén de generar un suicidio en masa, que no veo por qué habría de ser así (a mí el bajón mañana a la mañana ya se me fue), les regalo lo único que en este momento podría ayudar a los corazones solitarios. No para que se alegren o reconforten, sino para que lleguen finalmente al pozo y recién ahí den el coletazo que les permita salir.
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