El Gran Ignacio
Los psicoanalistas siempre se remiten a la niñez para entender situaciones presentes. Parece ser que nuestra infancia nos marca para el resto de la vida. No es raro, entonces, que aquellos que nos acompañaron en nuestros tiernos años nunca dejen de estar y retornen eternamente a hacernos nuevamente compañía. Por eso hoy, en esta humilde entrega, quiero homenajear a un hombre que estuvo conmigo desde muy pequeña y con quien comparto una pasión que, como bien dice Pablo Sandoval (el personaje de Francella en El Secreto de sus Ojos), es lo único que una persona no puede cambiar.
Ignacio Copani es un hombre sencillo, por lo que el espectador aprecia al verlo en un programa de tele, al oír una entrevista o al leer las letras de sus canciones. Ignacio Copani es sincero: sus letras -más de 1200 canciones- reflejan lo que él piensa, desde la bronca más sentida hasta la devoción más profunda hacia un equipo de fútbol. Me crié escuchando su disco de 1989 Ya vendrán tiempos mejores que me enseñó que no hay que cruzar los brazos ("venga la mano, venga la historia, que la vamos a cambiar"). Desde muy chica yo sabía que veníamos de un país que mucho más que un país, allá por fines de los ochenta y ya entrando en pleno menemismo, parecía un barco saqueado. Ignacio me enseñó a desconfiar de ciertos personajes mediocres que en nuestra cotidianeidad más inocente se volvían recurrentes, como ser el actor de reacia mirada que trabaja en telenovelas tan bien ambientadas como una palmera en el Canadá; o en los políticos que se llenaban la boca de propuestas cuando a la gente le faltaba el pan (otros tiempos de la política latinoamericana que poco a poco vamos a dejar atrás). Me enseñó a desconfiar de los periodistas de chimentos y a envolver las papas con sus editoriales. Pasaba horas cantando "La canción del amor más nuevo", que era una de las más eróticas que oía yo en aquellos años -y estoy hablando de apenas siete u ocho-, que decía "si tu amor me falta, otro amor me invento; le pongo tu cara, tu color, tu pelo y lo pongo en marcha para andar sin frenos". También supe conocer la tristeza con él: canciones como "Pobre papá" me partían el alma (la historia de un hombre frustrado porque todos sus sueños se caían a pedazos, pero finalmente su hijo lograba pescar la luna); o "Todo me sale mal" (incluso esta canción), que era la depresión más visceral que hubiera conocido hasta ese momento. Recuerdo cantar con mi hermano la famosa "Yo soy capaz de cualquier cosa por un dólar" (por un dólar empujaría a la vía al viejito que esperaba la llegada del tranvía, y ahí estallábamos de risa) o reírnos cuando pronunciaba graciosamente "iunaitidsteits". Mi vida quizá no habría sido la misma sin él, sin este cantautor que nos dio a los millonarios la posibilidad de poder decir "vuelan las banderas del Monumental, se viene River, se viene la alegría". Pues sí, sus letras representaron momentos de un país latinoamericano en ruinas (al menos cuando yo era chiquita) pero que nunca dejó de pensar que podía levantar cabeza. Aunque todo se atara con alambre. Y ni hablar de los estereotipos de garcas que el Copani nos supo explicar a los purretes que lo seguíamos (como el rebelde-sin-igual-soy-tan-distinto-a-los-demás que no es más que un pobre infeliz, hijo de papá, con influencias en la Federal) o de los chupetines y acuarelas, canción que también ha logrado enternecer a Porthos. Pues si alguien quiere entender un poco más quién es este dementor que les habla, no puede evitar remitirse a este cantautor argentino, que posteriormente (muy modernizado) nos enseñó que el amor virtual también existe pero que nunca puede ser más que el tiempo compartido con una persona ("por pasar las horas con mi putadora me perdí tu amor"). Yo quiero hoy, desde este blog, darle un abrazo fraterno (entre gallinas no hay cornadas) al Gran Ignacio -que no ocupa un espacio en mi mp3 sino que sigue siendo eso, el Gran Ignacio-. Yo quiero homenajearlo por ser sincero y comprometido, por darnos canciones graciosas (como la gran "Cuánta mina que tengo") pero también por hacernos ver más allá de nuestros egoístas horizontes (como ocurre al oír "Te pusiste a pensar"). Gracias, Ignacio Copani; gracias por todos estos años y espero que sean aún más. Gracias por hablar en serio. Gracias por ayudarnos a estar empapados en espuma, con la caña en un costado y el anzuelo, con su luna.
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