Y es hora de que me dé cuenta
Un día, el Toro pidió que le diéramos emociones simples. Y estos últimos días me he dedicado, no sola, a eso. Porque de vez en cuando todos queremos ese momento de frivolidad. No hace falta parecer inteligente incluso en la peluquería, como le dice Valeria Bertucelli a su madre intelectual (la brillante Norma Aleandro) en la bella película de Burman, La suerte en tus manos. Y es que es así, uno necesita ese momento de liberación, de volver a lo simple, de no pensar de más cuando se encuentra solo. Porque ya nos lo dijo Jorge Drexler, no hay que dejar pasar las horas. Y menos en pensamientos que nos tiran para abajo y nos dejan peor que Alejandro Lerner cuando se sentía para el culo. Cuando uno está down, o está en blue (cuando no entra ni un rayito de luz, querido Fito), hay que ponerse en acción. Y moverse. Porque lo que no se mueve no se mejora. Claro que hay muchos métodos de moverse. Estos dementores, que tanto bien le hacen a la blogosfera con sus aventuras, opiniones y verdades, estuvieron experimentando.
He tenido momentos oscuros en mi vida (amén de que soy un dementor) y lo cierto es que este verano se ha abierto la caja de Pandora. Pero no hay que pensar que lo que salió fue algo malvado, tenebroso o incluso irreversible. Hemos dejado salir una parte de nosotras que habíamos olvidado o que incluso ignorábamos. Este año, que encima recién comienza, nos ha recibido de una manera muy especial (más allá del viaje relatado en este espacio a MDQ). Pues este año nos hemos puesto más lindas que nunca, contra todos los prejuicios que tenemos, y atravesando miedos, como diría Alejandro. Porque quiero que sepa esta audiencia querida que suena "Volver a empezar" mientras tipeo estas torpes palabras. Pero les decía, nos hemos vestido para matar (mujeres fatales al rojo vivo), nos hemos maquillado, hemos sido artífices de increíbles fashion emergencies en los que han participado muchas personas (agradecimiento personal a L. A., alias 'Tuti'), nos hemos comprado ropa más osada de lo que usualmente vestimos y hemos salido a la calle, dejando atrás el agujero interior. Un año con cambios y muchísimas nuevas ideas, lugares y rostros que nos circundan los viernes a la noche. Descubrimos la fiesta en América, como diría Chayanne (allá por los ochenta), y es difícil volver a atrás, amén de que no queremos tampoco convertirnos en "tipos fríos y aburridos" como los que describe el cantante de Maná. Hemos bailado canciones sensuales, hemos cantado canciones sensuales, nos hemos puesto botas y también nos las hemos quitado en medio de la calle, nos hemos embriagado y hemos hablado en inglés con sujetos que creíamos locales pero en realidad venían del otro lado del charco. Y la pregunta que a todo esto surge es '¿está mal?'. Es decir, después de años de adolescencia madura y centrada, años de no salir más que a la casa de otro dementor a ver series británicas y comer brownies con colorante verde, años de escapar a los ebrios ñoños que no saben distinguir el límite en su propio cuerpo, nos hemos encontrado no ya en conversaciones donde se impone siempre un pedazo de razón; todo lo contrario. ¿Está bien, querido lector? ¿Es así? ¿Estamos en plena regresión? ¿O recuperando años perdidos? Parece tonto, pero no lo es. Son preguntas que nos asaltan en momentos críticos (por ejemplo, el inicio de cursada en la facultad, que nos vuelve a la vida responsable y adulta durante diez meses). ¿Es esta etapa sólo un momento o vino para quedarse? ¿Qué nos depara el futuro a nuestros jóvenes 22 años (aunque a Aramis le falten unos meses)? ¿Yo qué soy? ¿Qué lugar ocupo hoy? ¿Puedo congeniar una vida responsable con fines de semana a todo dar? ¿O volveremos a los cajones vacíos, a las sábanas frías y dejaremos para siempre al puestito del Rastro?
Son preguntas difíciles y absurdas para responder un domingo a la tarde (ese difícil momento del día, por cierto), y más aún cuando River perdió. Pero lo cierto es que no puedo dejar de preguntármelo. Por otro lado, ésta es la única manera que puedo pensar de ser un poco más parecida a lo que desde muy niña quise ser: una chica Almódovar. Y todos sabemos que ellas son un poco listas y un poquitín bobas. ¿Será posible que eso me suceda? Pues como dice el personaje de este gran director español una mujer auténtica es aquella que se parece a lo que quiere ser. Y no importa lo que esto conlleve. ¿Será que quiero ser esa chica con botas y jeans grises ajustados que sale a la noche con los ojos pintados de verde y negro? ¿Quiero dejar atrás la timidez que me impide ir a comprar pantalones al cuerpo en otro lugar que no sea el deprimente supermercado Walmart? ¿Quiero poder salir en mi carro el viernes a la noche, poner la primera y no parar de levantar? ¿Podremos empezar una vida nueva?
Nuestros horóscopos nos lo habían vaticinado de alguna manera. Y si el Papa ahora es argentino, supongo que nosotras podemos darnos estos lujos y divertirnos. Sólo faltaría que Feinmann fuera, finalmente, el diez de Boca. Y para cerrar, quiero dejarles una canción que a mí me ayudó en momentos de mi vida escabrosos. Una canción que puede darnos ánimos para comenzar las azkabaneras cursadas en la facultad y la vida laboral. Una canción para despertar a esa parte de nosotros que todavía no ha muerto. Y que parece estar más viva que nunca.
Les dejo la letra, para que la canten a viva voz.
Sueño con quitarle a la vida ese tono gris que se parece a la muerte. Voy y me meto a la ducha para ver si el jabón me lava la mala suerte. Quiero olvidarme de todo, quiero cambiarme hasta el nombre. No hay razón de ser el testigo de que mi vida pase sin que pase de nada. Quiero olvidarme de todo lo que dejó una huella que me dejó marcado. No hay un mal que dure cien años ni hay idiota que lo soporte. No tengo siete vidas como un gato y es hora de que me dé cuenta. Que no estoy solo, que hay alguien esperando por mí, en cualquier sitio, con cosas nuevas para ofrecer con mil locuras, dispuestas todas a realizar lo irrealizable; que tengo mucha vida por delante. Trato de pegarle un borrón a todo lo que en su tiempo me robó una sonrisa. Quiero recuperar el ritmo y ya no acelerarme con estúpidas prisas. No hay mal que dure cien años, ni hay idiota que lo soporte. Salgo caminando a la calle y me tomo un taxi con destino a lo incierto. Dejo que la vida sorprenda a ese trozo de mí que todavía no ha muerto. Le faltaré el respeto al destino, le sacaré la lengua al pasado. No tengo siete vidas como un gato, y es hora de que me dé cuenta. Que no estoy solo que hay alguien esperando por mí, en cualquier sitio, con cosas nuevas para ofrecer con mil locuras, dispuestas todas a realizar lo irrealizable; que tengo mucha vida por delante. |
te amo
ResponderEliminarno había visto nunca que habías respondido!!
ResponderEliminarsólo resta decir que es mutuo, nena.
HND se pone tierno.