Voy cantando esta canción

Y así sin más, un día, entró sin pedirnos la llave. Porthos introdujo una semilla que Jesús María y Cosquín fueron haciendo crecer. Hasta que finalmente en un viaje al sur del Sur lo quise querer. Y así llegamos un 10 de mayo al Luna Park para verlo y escucharlo y gritarle como todas las demás chicas que estaban ahí, incluyendo la pareja punk. Hoy, después de haber andado tanto, vamos a hablar a la querida audiencia de Abel Pintos.



Cantó desde muy pequeño en los festivales varios que tiene nuestro país a lo largo y a lo ancho. Según él mismo dijo, cuando llegó a la gran Buenos Aires, una persona supo tenderle la mano y darle la generosidad de aunque sea oír su cassette hecho todo a pulmón, como sabría decir otro gran cantautor de estos pagos. Así, el viernes que pasó. Abel -que estaba absolutamente sensual con esa camisa negra y sus pantalones color mostaza- hizo una introducción larguísima para presentar finalmente a este benefactor: Raúl Lavié. Con Porthos nos miramos como diciendo "¿Y Gieco?". Pero creo que todo eso pasó al olvido cuando a dúo cantaron el maravilloso tango "Nada" y Porthos y yo lo gritamos, prácticamente, abrazadas. 
Después de ese momento emotivo, Abel, que abrió su show con una muestra de fotos de él y grabaciones de diferentes etapas de su carrera musical. invitó a León, como no podía ser, con quien cantó dos canciones, luego de que el santafesino le entregara el disco Platino y una torta de cumpleaños una vez pasadas las doce de la noche. Pero sin duda el único protagonista fue este joven hombre, tan bello y tan sensible (y con esos movimientos medio yoicos que nos desorientan a los más occidentales), que con sus canciones nos hace apreciar mejor un lago patagónico un día nublado. 





Abel, que llegó hace poco a mi vida y me dijo "yo sé que te tengo que seguir, pero no sé la dirección", nos ha hecho vivir una noche maravillosa. Primero, el Luna, con todo lo que implica. Cuando entré, después de tantos años, pensé que se veía como los sports hall de la NBA en EEUU. Segundo, las familias, los nenes, las mujeres en bandadas, las parejas, las que se cuelan de la fila 12 a la 14 y hacen quilombo con el acomodador, la gente que vende los posters, fotos, llaveros, almohadones con la cara del artista, el Panchuli de en frente. Todo, ese ambiente, esa atmósfera que nos invita a desplazarnos a otra dimensión. Y tercero, todo él. Tan bonito, tan moreno, tan gitano como es. ¿Cómo no querer que  se lleve nuestras vidas en esos brazos, con la camisa arremangada? ¿Cómo no sonreír de complicidad cuando la turba femenina le gritó 'a ver a ver, cómo mueve la colita'? Todo Abel, todas sus canciones, hasta su cursilería mística que sé que Porthos tolera menos que yo. Abel, con esa compenetración al cantar, se juega la voz en cada tema y se reinventa, como los posmodernos. Abel  y su revolución, su sueño dorado y su llave. Nos ha dicho, nos ha implorado que no lo olvidáramos, moviéndose por el escenario, recordando el pasado, presentando a sus músicos, casi llorando (lo dudamos en un momento). El tiempo de alejarse lo lastima una vez más, que tendremos que esperar hasta otra gira o quizá otro disco. Pero podremos esperar, detenernos a mirar algún espejo, porque en el reflejo quizá esté. Este hombre que define al recital como un encuentro nos dice de cantar toda la vida y nosotros sólo podemos seguirlo en la aventura. Así que primero que nada le agradezco a Porthos, que propuso esa noche, allá hace lejos. Y en segundo lugar, le dedico este abrazo afectuoso a Abel Pintos. Gracias al cielo te llevo junto a mí. 


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