Dos mundos son

Todos conocemos la historia de Clark Kent. La clásica, al menos. Porque él mismo, el hombre de acero, es un clásico, originado en 1938, como el ave fénix de la moral americana. Y por alguna razón, Clark, Kal, Superman no muere. Pocas transformaciones sufrió en su carrera: en realidad, es un personaje bastante sencillo. Creo que ahí está el desafío que tuvieron que enfrentar Zack Snyder y  Christopher Nolan, y por supuesto el actor británico Henry Cavill -en su caso, desafío hasta corporal. Y llegamos finalmente a Man of Steel, hace unas semanas estrenada en Argentina y gran apuesta del tanque estadounidense (supongo que en más de un sentido). Sumerjámonos en ella.

  

Superman no es Batman. Tanto el director como los productores lo notaron. Y esa dificultad (porque hoy en día lo es) se ve en el cambio más notorio de la falta de kryptonita para debilitar al héroe (enmarcada ahora en las atmósferas incompatibles de Krypton y la Tierra) hasta en el traje sin calzón rojo, como bien remarcó Kairuz en su artículo formidable de Radar. El traje de Superman es mucho más sobrio y tiene más clase, aunque la capa no haya desaparecido. El título nos lo dice: no es el super hombre -creo que es la primera vez que veo tan cuestionada su humanidad y al mismo tiempo tan remarcadamente obvia, mérito de los equipos de Dirección y Producción, sin duda- es el hombre de acero. Dejamos esa superioridad que no recae en su humanidad sino en lo que tiene de kryptoniano: esa superioridad física que le da Krypton, es decir, su biología extraterrestre; pero a su vez su fortaleza, más humana que alienígena: su moral, mezcla rara entre la moral ortodoxa -no muy respetada en este mundo que ha perdido la fe- producto de su cultura (yanqui) impartida de alguna manera por su padre terrestre (el maravilloso Kevin Kostner) pero también por su padre -holograma- Jor-El (Russell Crowe). Ambos tan lejos y tan cerca. Porque el papá de este mundo es un granjero sencillo de Kansas y su padre extraterrestre es un científico aristocrático. Pero a su vez,  ambos tenían una visión clara respecto de su hijo: estaba predestinado a hacer algo grande. Y así lo vislumbra el científico al lanzarlo en esa nave super moderna y tecnologizada; y así lo vislumbra el campechano al verlo jugar con un trapo rojo cual capa en su espalda con el perro, mientras la ropa tendida por su madre (la bella Diane Lane) se secaba en el parque verde esperanza (como esa supuesta S que tiene el hombre de acero en el pecho). Todo pareciera mostrarnos el camino del diálogo entre esos mundos, como un Tarzán que se pregunta eternamente por qué lo distinto intimida desde el mismo momento en que se vislumbra como distinto. Clark, que en esta película oculta su identidad no sólo extraterrestre sino la de este-mundo, no es el periodista que con sólo ponerse lentes se vuelve irreconocible. Clark es un hombre mucho más conflictuado ante la imposibilidad de encajar, dado que no es de aquí ni es de allá y al final, es de todos lados. Será que debía cantar en su interior (quizá con música country) "porque me duele si me quedo, pero me muero si me voy" y a pesar de todo, tiene que elegir. Ese momento, como dice Borges, en que un hombre sabe de una vez y para siempre quién es. Y sin embargo, él no es un hombre. ¿O acaso...? ¿Cómo se vuelve posible el diálogo cuando sólo pensamos en la etiqueta terrícola-alien? Sin duda, los kryptonianos y nosotros no somos tan distintos. Al fin y al cabo, la mano que los crea es de aquí y más particularmente de ese país que se quiere convertir en el aquí-normal que es EEUU. Los kryptonianos sufren, luchan, se contradicen, se pelean, llevan, en fin, como nosotros, el infierno y el cielo dentro de ellos mismos. Kal es Clark, es ambos. Y el problema es cómo comunicar a aquellos que lo llaman por su nombre de Krypton y aquellos que lo llaman por su nombre americano. En realidad, la película no nos permite pensar esa comunicación como viable: sólo quedan los hombres. Krypton muere, como muere Zod, el malvado (aunque complejamente malvado) militar que sólo había nacido no por nacer, como Neruda, sino para defender a su gente. Y al morir su planeta y hasta la esperanza de planeta, él debe morir. Pero no quiere. No puede, al menos, hacerlo, sin antes vengarse. Sólo el militar, que aprende rápido pero quiere poco o quizá quiere mucho (y el que quiere demasiado no quiere nada, al fin de cuentas), fuerza a nuestro hombre de acero a cruzar esa línea, que en Batman no sería tan conflictiva. La línea del no matarás. Ante los ojos de Lois (interesante papel de Amy Adams, con esa mirada penetrante). El hombre de acero grita todo lo que tenía dentro de esos músculos antinaturales que lo vuelven irrompible: finalmente, abrazado a la mujer que lo salva, se ex-presa.Porque al fin de cuentas, sí somos rompibles, sólo que en otros niveles. Como en esa pelea con los nenes (los típicos bully que la cultura norteamericana no se encarga de problematizar aunque la expone todo el tiempo) en la que querían provocar al joven Clark, y él, siempre auto-consciente de su superioridad, se reprime de enfrentarlos para no lastimarlos. Ellos se van, porque el papá del chico andaba cerca, y entonces el granjero le pregunta si le habían hecho daño a lo que el niño responde que él sabe perfectamente que no pueden. 'No me refería a eso'. El daño como la procesión va por dentro. No hay una debilidad en la kryptonita: la piedra sólo saca a relucir la única debilidad que puede tener Clark, tan humana por cierto: la moral, el dolor, la sensibilidad. Como le dice la comandante malvada de Krypton: ésa es tu desventaja evolutiva. En ese punto, él ya no es sólo un alien. 


Kal es el puente entre dos mundos que parecen incompatibles pese a ser tan parecidos. El villano es villano aquí y en todos lados; los que son buenos, quizá, es algo más difícil de discernir. Lois Lane tiene mucho que ver y es así que ella, mujer decidida, independiente, arrasadora e intrépida, logra dejarse conmover ante el hombre de acero -qué picardía. Lois lo conoce en esa investigación que va a cubrir para The Planet a Canadá y en la que se descubre una nave extraterrestre que hace más de 20.000 años que estaba enterrada en los hielos del norte. Clark la activa y descubre que es Kal, y descubre de dónde viene (para saber finalmente hacia dónde ir). Lois lo sigue, reconstruye su niñez a partir de ir recopilando los mitos urbanos que dejó a modo de estela este misterioso hombre (más misterioso quizá por el hecho de no serlo del todo). Y al final, querido corazón, Clark/Kal elige ser Clark, elige poner su voto de confianza en la humanidad, siempre tan incipiente e inexperta pero tan pedante por momentos. Después de todo, Krypton ya tuvo su oportunidad. Después de todo, él también es un poco hombre, tanto así como Lois es mujer. Y ustedes saben, querída audiencia, que when a man loves a woman...huelgan las palabras. Y debe ser por eso que se besan, en medio de una Metrópolis absolutamente destrozada, incluso en el nombre del bien


Quizá el mérito de la película sea esta búsqueda implacable de saber de dónde venimos, y volver ese proceso mismo la aventura. Porque al fin de cuentas, no hay peor enemigo que nosotros mismos. Un Superman que quizá buscó esa duplicidad que sabe tener Batman, pero no ya a un nivel meramente psicológico sino que la introspección en este caso es mundial, de hecho, galáctica. "Un ser dos mundos son". Y aquí, en el caso de este Clark sensible que salva siempre a quien deba ser salvado (porque es un must-do), también lo guía el corazón, que decide por él. Tantas voces, tantos linajes, todo encerrado en ese cuerpo anabolizado, ese cuerpo que resalta y protege. Parece que finalmente decide el Clark hombre, que tiene más sentido del humor que otros Superman engominados, y le dice al general que va a buscar el satélite roto en el medio de la ruta: nací en Kansas, no hay nada más americano que eso. El mundo de los hombres, el mundo del sueño del norte, se queda aquí, sigue vigente, con un líder mestizo pero que ha decidido. "Este hombre no es nuestro enemigo". Y recién al final, aunque no lo digan así, recién al final, cuando el hombre de acero refuerza su humanidad como nunca jamás lo había hecho (luego de haber negado tanto), se vuelve Superman. Y ahí empieza la clásica historia en que Clark se va a Metrópolis y efectivamente se vuelve periodista. Llega, lo presentan a los compañeros, con esos lentes tan característicos, y la saluda a Lois, que se alegra y se sorprende al verlo tan cerca (aunque de ella en realidad no podría haber estado lejos). Y el resto, el resto ya lo sabemos todos. 


Comentarios

Entradas populares de este blog

Periodismo independiente. Periodismo de investigación. ¿Dónde tenés la custodia?

No será el mago de Oz, PERO…

Otro eslabón del pedigrí