Siempre hay un regreso
Hace mucho que nadie escribe por aquí. Después de todo, hay que tener tiempo para sentarse frente a la hoja en blanco. Tiempo y algo que decir. La última entrada, del 13 de julio, nos deja en deuda con la audiencia. Pero a su vez nos deja miles de temas posibles de abordar. Es decir, en prácticamente dos meses, pueden pasar muchas cosas. Desde el primer beso entre Guillermo y Pedro en Farsantes, hasta que el Partido Obrero vuelva a tener el Centro de Estudiantes de Filosofía y Letras, entre otros. Pueden pasar cosas buenas, como que ya hayas conseguido una buena batería para el auto, como malas, enterarse de noticias tristes sobre personas que en realidad son de otro tiempo. Pero como dice Ricardo Darín en El Secreto de sus Ojos, no fue otra vida, es ésta. Y así andamos, en dos meses, llenos de problemas y alegrías. A veces, como ayer, llueve todo el día. Y después, cuando menos te lo esperas, sale el sol. A mí me gusta la lluvia, pero no cuando arruina planes. Y el sol de este domingo sólo nos refriega en la cara lo que pudo haber sido. Pero basta de intervenciones cerradas que nadie entiende. Hoy vuelvo porque tengo ganas de re-habitar este blog (un amigo una vez me dijo que escribir es un modo de habitar). Así que haré un recorrido por estos meses.
Lo primero que se me viene a la cabeza es lo que pasó ayer. ¿Quién dijo que hay que empezar por el principio? Ayer a la noche fui a ver Operación Masacre con dos amigos muy queridos. Fue todo un acto, inesperado, pero para mí disfrutable. La política no es sólo una discusión en el Congreso. Es también lo que vuelve posible que sea política del INCAA, y por tanto estatal, recuperar y poner en valor una película que el Tigre Cedrón había filmado clandestinamente entre el 70 y el 72. Y que ahora la sala llena del Gaumont, recientemente recuperado, la exponga repleta y de forma gratuita. Aunque hayamos tenido que estar sentados en el suelo (para mí, detalle menor). Siempre me gustaron los exabruptos colectivos. Hay una emoción distinta. No sé, como que uno deja de sentirse el hombre y comienza a pertenecer. Nada más estimulante, por cierto. Después salís, caminás por la calle, comés pizza aceitosa y ves unas lauchas en la parada del bondi, frente a la plaza del Congreso. Que estaba ahí, pero esta vez el acto política y el resultado de se vieron en el cine. No hay manera para mí de negar que los hilos del poder no se centralizan en un solo sitio. Y también que la política tiene formas cambiantes, sus momentos, su vocabulario y peso específico. Una noche presentada por la bella voz de Gabriela Radice, y el mensaje emocionado de mi mamá, que escuchaba el programa de radio en casa transmitido desde la misma alfombra que yo pisaba.
Qué es lo segundo, me pregunto. Dos meses desde el 13 de julio. El viaje a La Plata. Pienso en las fotos que sacamos, en las personas que conocimos, en la plaza a mediodía, en rico y abundante, en los bailes y "La quiero a morir", en las personas que coinciden. Porque fui al cine con dos amigos que también estuvieron aquella noche. Pienso en cómo uno toma esa decisión rara de subirse al tren que sale de Constitución, corriendo, con calzas azules o pollera o bolsos gigantes o una botella o maquillaje. Y filmamos. Salimos de la oscuridad de ese primer vagón. Caminamos, nos sentimos medio ajenas, pero dispuestas a la aventura. Y al salir de la estación, el taxi que mágicamente nos esperaba, pasando lentamente. Y llegar, saludar, poner música, conocer. Un cuarto piso, calles numeradas. Y caminar al día siguiente. Volver a casa al límite del cansancio y ver que el tren de Suárez no funciona. Querer volar. En estos dos meses, hemos fiesteado con gente nueva. Hecho que me fascina. Personas con las que no coincidís pero igual bailás. Maravilloso. Qué mejor que conocerse inmersos en el ritmo. Como diría Arjona, baila conmigo, tan sólo baila conmigo.
Dos meses que me habilitan para conocer películas de amor nuevas. Como The Proposal. Algo curioso me pasó con esta historia. No le tenía mucha fe, pero algo me hizo quedar. Sandra Bullock y Ryan Reynolds no me generaban esa sensación de 'wow, qué pareja' pero pese a eso, morí de risa toda la película. Me reí, en realidad, de aquello que me identificaba y era de alguna manera mostrado como vergonzoso. Era como si me estuviese riendo de mí, en parte. Pero eran ellos dos los que estaban viviendo esa historia imposiblemente inverosímil en Alaska, con ese pseudo lobezno blanco y esa abuela de 99 años maravillosa que uno quiere tener siempre cerca. Era inverosímil que en tres días se enamoraran perdidamente, que un beso marcara la vida de ambos, un baile en el bosque o caerse del bote. La intensidad más que la cantidad. Como si los tiempos del amor a veces fueran distintos a los del resto de los procesos de la vida de los hombres. Mi mamá entró a mi cuarto, como a las 2 de la mañana o más tarde aun, porque yo no paraba de morir a carcajadas. El amor no tiene que ser un sufrimiento constante, parece.
Pero no fue ni el único cine ni la única película con la que morí de risa. Con otro amigo querido fui a ver la última de Almodóvar, Los Amantes Pasajeros. Me encantó. Éramos mi amigo y yo, solos en el Premier de Corrientes a las dos de la tarde. Un audio horroroso y una mosca que se posaba en el lente. Todo eso le debe haber sumado algún tipo de sazón a la velada. Y abajo, tres empleados. Nadie más in da house. La historia no tenía una trama elaborada o compleja. Pero este film lo que nos dio fue esa suma de personajes que sólo Pedro puede retratar y sólo con mi amigo JEW podíamos apreciar. El baile, la coreografía maravillosa de los tres azafatos muertos de amor y sensuales al ritmo de 'I'm so excited' fue una escena de otro planeta. Estar encerrados en un avión con una falla que no se sabe cómo o cuándo aterrizará sin llegar nunca a destino es de por sí una experiencia religiosa. Dormir a la clase turista y drogarse en la VIP para acabar todos encamados, con quien se pudiera también lo es, aunque un poco menos licenciosa. Una medium que se comunica al más allá tocándole el pene a los hombres, un piloto que no sabe si es hetero o bi u homo. Un hombre de negocios al borde de la desgracia que habla con su hija, ahora dominatrix, a la que no veía desde hace dos años. Norma, que sólo habla de su único talento: dominar. Y un hombre mujeriego que salva del suicidio a una ex a quien le destrozó el corazón. Todos juntos, más las historias de cabotaje que no se cuentan o ya se saben. Me reí, me liberé. No me importa la crítica de los críticos. No esta vez. Yo, si pudiera, le agradecería el humor a Pedro.
Dos meses. Compré muchos esmaltes, cambié el eje de mi tesis, me compré un vestido hippie, filmé a personas que jugaban un juego de la silla poco convencional. Se frustraron planes, me enojé mucho y hasta estuve triste. Conocí canciones nuevas de Ismael Serrano y recordé por qué lo amaba tanto. Volví a leer a Marx, ayudé a mi hermano a comprar un amplificador. Dos meses. Y nadie escribió nada. Elecciones, las primarias. Difícil hacer un comentario. Cristina y el discurso en que criticó a los jueces, maravillosa como siempre. Un sábado de lluvia en que volví a escuchar a Eduardo Rinesi y Mariana Moyano. Volver al poema de Coleridge que nos invita a pensar qué pasaría si soñásemos con una flor que arrancamos en el paraíso y al despertarnos la tuviésemos en la mano. What then? Dos meses y estas torpes palabras que no les hacen justicia. Será que no me sale escribir cuando me pasan tantas cosas. O sí, pero esas cosas tal vez no nos cambien tanto. Después de todo, yo sé, como Ismael, que siempre habrá otros que ocupen nuestro lugar, y continúen nuestros planes inconclusos, volviéndolos propios. Dos meses, y mucha agua bajo el puente. Es bueno volver o mejor aún, es bueno saber que siempre habrá algo que nos recordará el camino de regreso.
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