Corazón valiente
"Y es que te quiero tanto, tanto, que hasta me provoca llanto". Eso canta Gilda mientras me siento ante la hoja en blanco, una vez más. En este día gris, frente a esos capítulos por leer, sin ganas, de Las reglas del método sociológico y un mate salvador, sólo puede liberarme una santa.
Gilda es el nombre artístico. El nombre de la película en la que Rita Hayworth se llamaba así. Pero en realidad se llamaba Miriam Alejandra y su apellido, el del virrey: Bianchi. Nació en 1961 y murió en 1996, en ese accidente en la ruta 12, camino a Chajarí. Murieron con ella, en ese colectivo chocado por ese camión, su mamá, su hija mayor (tenía dos hijos), el chofer y varios músicos de la banda. Y en la muerte de Gilda, la mujer y artista, nació Santa Gilda. El pueblo bien sabe: la fe sin religión. Y así ocurre que National Geographic la incluye dentro de los santos populares argentinos, junto con el Gauchito Gil, y se hacen programas en un canal internacional, pero también en los locales. El fanatismo tiene muchas caras y formas. Así me encontré con el blog, absolutamente desinteresado y hecho a todo pulmón, llamado AG: Adorable Gilda. No sin algo de siniestro (no lo juzgo: el dolor, después de todo, también tiene diferentes caras y formas), en cada fecha clave, por lo menos hasta hace unos años, recordaba a Gilda -cumpleaños, aniversario de muerte, día del maestro o día de la madre. Se publican saludos por el comienzo del año o su final, como si Gilda pudiera transmitirlos, aún desde este mundo. Ese es el amor virtual de este siglo que ya nació sin ella, que no la conoce más que por videos o la pista que todos coreamos en el boliche.
Gilda había comenzado los estudios para ser maestra, pero su padre muere cuando ella es aún muy joven y tiene que salir a trabajar. Se casa, es madre, reprime los sueños (de cantar), como la Francesa de Los Puentes de Madison. Pero acá no hay Clint Eastwood: hay un concurso, un llamado en busca de vocalistas para un grupo tropical, hasta ahora siempre masculinos. Y Miriam, porque aún era Miriam, gana. El futuro marido, músico de la banda, la convence de lanzarse como solista. Y Gilda, porque ahora ya es Gilda, le gana a las discográficas. Y sobre todo, lo más importante, gana el corazón de las miles de personas que la adoran (y lo digo en presente). Porque es como dice Calle 13: mi disquera no es Sony, mi disquera es la gente. Y así nace una estrella, que tiene un santuario en el lugar del accidente y flores siempre vivas en Chacarita.
Símbolo de la fe, de la canción tropical noventosa, de la mujer que quiso y pudo, de la que se fue muy temprano ("only the good die young")...su foto en el pin que compré en un encuentro regional de mujeres. Santa Gilda, o sólo Gilda, alguna vez Miriam Alejandra, madre, artista, supongo que soñadora. "Yo por ti volveré", me canta ahora, siendo ya poco más de las once de la mañana y no pudiendo alejarme más de Durkheim, que nunca pudo abordar este fenómeno, ni siquiera en sus formas elementales. Gilda me pide una última cosa, mientras cierro este breve artículo amoroso: "No me olvides". Y creo que eso es sencillamente imposible.
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