Tropel de viejas novedades

Ese momento del domingo a la tarde, cuando ya leíste el cuento de Dorfman que te propone Página|12; cuando ya te tomaste el aletargado vaso de cerveza que aún estaba frío, de milagro; cuando ya fuiste al supermercado, justo antes de comerte la picada dominguera, símbolo de las pocas ganas de cocinar como dios manda que atacan siempre en el primer día de la semana (o el último, quién sabe); cuando tenés que elegir un nuevo libro para leer porque el que le regalaste a tu vieja para el cumpleaños la semana anterior ya te lo devoraste; cuando no hay nadie conectado en ninguna red social (otro evento extraño en el mundo hiperconectado en que vivimos: el domingo es aún intocable); cuando estás entre ver otro capítulo de alguna serie que dejaste olvidada en alguna temporada remota o mirar una película que ya viste ochenta veces pero que igual te convoca a sentarte esas dos horas frente a la pantalla, con el mate y algo dulce para picar. Ese momento del domingo. Es el único en el que se puede volver a la vida o irse definitivamente hasta el lunes que nos obliga a revivir, irónicamente. Ese momento del domingo en que decido volver al blog,quizá como metáfora de lo que vendrá: el lunes que me llama a la rutina de una vez y para siempre, esto es, hasta diciembre (sí, para siempre). El eterno retorno. La pregunta de siempre que nace ante la angustia de la página en blanco: qué escribo. ¿Vale la excusa de sentarse a escribir por escribir? ¿Se puede escribir por otro motivos? Qué bárbaro. Lees el diario del domingo y te sentís periodista. Tenés tela para cortar pero también sentís que ya está cortada y lo único que podés hacer es entregarle esos retazos a los buitres que van caminando por calle Avellaneda cuando todos los locales cierran. Buitres que tal vez puedan después igualmente hacer un lindo vestido. Espero hoy yo ser como esos buitres, que en realidad se parecen a garzas. 

Retazos I

No sé cuándo se escribe la primera novela. Supongo que los escritores que saben que son escritores porque siempre lo han sido de alguna u otra manera lo hacen más temprano que tarde. Pero cuando uno es periodista quizá el tiempo sea un poco más lento y se tome lo suyo. Tal vez uno necesite vivir mucho para que la realidad, material diario de trabajo para todo periodista, le permita a uno hacer una ficción. Qué redundancia. Y así llega la primera novela de Carlos Ulanovsky, viejo lobo de mar si lo hay. Nunca bailes en dos bodas a la vez, nos dice la hermosa tapa que le dedicó la editorial Planeta. Una historia rara, original, con algún sabor a la pochoclera The Wedding Planner con J.Lo a la cabeza. Pero en el fondo, sin tener nada que ver. Daniel organiza eventos (a los que odia llamar eventos, porque así es que muere el verdadero espíritu de la fiesta) y es un músico amante del buen jazz. Mónica se está por casar con Pablo, en una ceremonia repleta de todo lo que uno asocia al judaísmo, fundamentalmente, nombres como Miriam y Sara y también la comida. Sobre todo la comida. Pero Daniel de repente rompe con todo de una manera extraña. Y el relato (muy bien llevado, por cierto) se vuelve un poco trágico, la comedia absurda que le da paso a ese no sé qué existencial que lleva a los cuarentones conformistas a salirse del cuadro para volver rápidamente pero sin olvidar que alguna vez lograron huir, de alguna manera. Y la novia, Mónica, que no se entiende muy bien qué persigue pero que tampoco disfruta de quedarse simplemente en escena, como una Julia Roberts que huye de la boda, aunque el motivo sea otro (y si me pongo weberiana, entonces esas acciones son irremediablemente distintas, aunque ni tanto porque aparentemente son poco racionales). La consternación de los invitados, el miedo al qué dirán de los padres, el desconcierto y la rabia del novio engañado, en fin, un desfile de emociones que, aunque sólo duran seis horas de esa fiesta particular, servirán para volver y adentrarse en la historia de cada uno de los personajes. Extraño sabor, de rápida lectura. Definitivamente me gustó la idea, y creo que eso no es poco hoy en día. Y también me gusto la prosa, con lo cual es más que una aceptable lectura para sumergirse y darle la bienvenida a Carlos al mundo de la novela escrita. 



Retazos II

El verano es un poco así: libros que no podemos leer en otros momentos, películas que no habíamos visto y que adeudábamos, viajes que vuelven en las miles de fotos que compartimos en Facebook. Ese sabor del verano. Por ejemplo, yo me fui a Viedma (y espero que nadie más me pregunte si es porque tengo familia allá, que por cierto no tengo) y descubrí un hermoso mar y una hermosa playa, 30 km al sur de la capital rionegrina. Una playa de esas gigantes, que parecen imposibles de pensar en la costa atlántica de Buenos Aires y que cuando las vemos en películas que se filman en el sur argentino nos resultan tan frías que bañarse es casi una quimera. Una playa inhóspita con piedras bellas que el mar devuelve y se vuelve a llevar. Una playa que da contra un acantilado de más de trece millones de años en donde hacen sus extraños y multiplicados nidos los loros barranqueros que vuelan por el pueblo cuando cae la noche. Una playa donde uno puede tomar sol y andar en cuatrimotor y caminar largas horas hasta llegar a la desembocadura del río en el mar, en ese ambiente raro que es el río salado del salobre. Eso también fue mi verano, aunque no haya fotos en Facebook. Y también incluyó lo que siempre viene: esos cuentos de Chandler que te debías y nunca llegabas a leer. Esa película que te pasa el micro y que (aunque te sorprenda) no resulta tan mala (como es la de Puenzo, Wakolda). Esa calma que tan bien expresa Jorge Drexler cuando canta "La edad del cielo". Pero no hay ni que esperar un segundo para volver al ritmo de siempre porque es la única manera de vivir en Buenos Aires, donde no hay playa ni mar que nos envuelva en el silencio salado del oleaje, donde no hay que caminar lentamente porque si no la turba nos devora. Buenos Aires me acostumbró a todas esas cosas maravillosas (parafraseando el bolero) que las personas del Interior (de la  Argentina Profunda, como dice la presi) odian, aún sin conocer ni comprender del todo -como es el vaivén de calle Florida un día laboral). Pero cuando volvés del sur del sur te das cuenta que tenés que estar  un poco loco para amar a esta ciudad de pobres corazones. Loca ella y loca yo, me resuena el tango. Irme a Viedma fue ese paráte que siempre tengo: la agonía de la prisa, cantaría Silvio Rodríguez. Y la vuelta es tan sólo un regreso al ritmo que mueve mis pasos y que siempre los ha movido. Es la distancia que nos da el ánimo para volver. Cuando queremos volver, claro está. Y es que sigo siendo de esas personas que jamás se fueron pensando que no había un regreso. 
Y el verano también nos deja esos planes que trazamos y no terminamos, como canta Ismael Serrano. "Voy a leer libros para la facultad incluso sin cursar". "Voy a hacer dos veces por día esos ejercicios que me recomendó el traumatólogo para la espalda". "Voy a ir al cine todos los días sin dejar que me venza la fiaca del verano". No funciona y nunca lo hará. Aunque hay otros proyectos que sí se hacen, y con eso nos sentimos satisfechos, porque todos sabemos que el verano no es el momento para tener una vida ajetreada. 

Retazos III

Con este último fragmento, pienso que el vestido puede quedar terminado. Qué manera de volver, llena de palabras. Las que no escribo en estos meses en los que prefiero leerlas. Los policiales de verano que tanto me gustan (y esas ganas de volver a ver Burn Notice o Dexter). Las polleras de colores y el calzado abierto. La ojota santa de cada día. Vacaciones hasta de las actividades que hacemos por placer. Todo necesita un corte, aunque sea breve. Necesitamos extrañar ciertas cosas, parece, sin perderlas, pero para aunque sea renovar el interés. Como cuando pasa tanto tiempo después de ver todas las temporadas de Sex and the City una y otra vez y de repente tenés que volver. Como cuando otra vez se aproxima la ceremonia de los Oscars y uno recuerda escenas épicas, como cuando Drexler (al que no habían dejado cantar su canción "Al otro lado del río", ganadora del galardón e interpretada horriblemente por mi bienamado Antonio Banderas) subió a la tarima y, en vez de dar un típico agradecimiento, canturreó con su hermosa voz uruguaya unos breves versos que dieron de qué hablar (siempre los latinos hacemos eso). El 3 de marzo vuelve la alfombra roja. Y uno se atraganta leyendo todas las películas que serán partícipes de tal evento (¿será una fiesta para Daniel, el personaje de Ulanovsky?). Leer los títulos, los nominados, y que le agarren a uno esas ganas de que se estrene Dallas buyers club y salir a verla corriendo al cine antes de que la rutina nos engulla. Esa manera de darse cuenta que de repente sí tenemos una favorita, aunque no sea la de la academia (sin duda El lobo de Wall Street). Esas ganas de ver vestidos y decepcionarse una y otra vez de los diseñadores más caros del mundo y las actrices más bellas y talentosas (o casi). Eso es parte aún del verano, marca indeleble de su agonía quizá. Como un cuadro metafórico hecho a medida. Así se vuelve al blog y quizá a otras cosas que no son mencionadas aquí pero que deambulan la mente de toda ave migratoria que vuelve. Porque es como canta Serrano, en esa bella versión con la negra Sosa, "todos saben que las aves migratorias / siempre encuentran el camino de regreso". Y un poco este escrito es eso. Mi regreso a todo, al mismo tiempo, como siempre. Porque Buenos Aires me impulsa a eso, porque ser joven me lo demanda y porque así es mi patrón cultural, del cual no puedo escapar ni aún proponiéndomelo. Leer el diario y sentirse periodista o escritor. Qué barbaridad. 

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