Even with my dark side
Las parejas de detectives no son una novedad. Así como Sherlock Holmes tiene a su Watson; así como Walker tiene a Tribet; así como Starky trabaja con Hutch; o incluso en la versión local (y más atípica) de Díaz y el doctor Silverstein en la película de Damián Szifrón, Tiempo de Valientes, siempre hay parejas: dos cabezas piensan más que una y en general uno suele ser la cabeza y el otro el cuerpo que acompaña esa mente ágil, despierta, a veces retorcida. Pues hoy entonces les vengo a hablar de otra pareja de detectives, ambos de la policía estatal. Uno, un detective con todas las letras: lo que se espera de un buen policía. Listo, trabajador, honesto (al menos en su trabajo). El otro es la oveja negra, brillante pero oscuro, solitario, con una mente que así como se despierta ante estímulos que los demás no percibimos, se pasa al otro lado (efecto de la droga y de una historia dura) y tiene visiones que los demás ni siquiera queremos percibir. Estoy hablando de la serie que acabó el domingo (su exitosa primera temporada de ocho capítulos). Estoy hablando de True Detective.
Marty (el tosco y maravilloso Woody Harrelson -hace un gesto con la boca tan especial y único) es un detective modelo. Linda familia, con dos bellas niñas, hermosa casa, bella esposa (la delicada Michelle Monaghan), auto propio y encima cuenta con la estima de sus compañeros y su jefe. 1995, Louisiana. No es poco. Rust (el nuevo amor de mi vida desde Dallas Buyers Club, Matthew McCounaghey) es un paria, un hombre que, como canta cierto guatemalteco, no vale por lo que tiene sino por lo que ha perdido. Rust tenía una esposa y una hija, y quizá hasta pudiera haber llegado a ser aún más modelo que su compañero, porque de hecho es absolutamente brillante, pero la vida es cruel. El destino no le hizo ningún guiño favorable y en un santiamén perdió a su niña y se desmoronó su matrimonio. Marty dice que la familia es el corral moral, una suerte de dique de contención que todo hombre debe tener. Rust perdió el chaleco de fuerza y quedó a merced de narcóticos, infiltrado en carteles durante cuatro años. Su mente, drogada hasta más no poder, siguió siendo brillante, pero oscura. Nihilista, pesimista incluso, absolutamente impredecible y un poco creepy, Rust es el mejor Holmes que la sociedad americana de Louisiana podía tener. El caballero oscuro que su propia Gotham City creó. Un watchman, si no podemos hablar acá de héroes. Marty, como Watson, es su compás moral pero de una manera menos victoriana. Él tampoco puede lanzar la primera piedra: engaña a su esposa, es alcohólico, en fin, un americano que se dejó confundir por el American dream y acabó como todos, siguiendo el American way. Un hombre que se va desviando de la senda luminosa y otro que está volviendo de a poco (porque mal que mal, la llegada de Rust a homicidios es un regreso a la luz). Así se encuentran, yendo en caminos opuestos. El encuentro los mantiene vivos. Lástima que ese encounter se dé justo con un caso tan perverso y atroz como el de Dora Lange, una joven prostituta asesinada de una manera poco convencional, envuelta en símbolos rituales y ultrajes. El caso, 1995. Igual que en la película argentina El secreto de sus ojos, una causa que no muere nunca. Y el año 2012 los reúne ante la sospecha de otra pareja de detectives que se encuentra con una muerte con patrones similares. Y como el eterno retorno, todo pasa siempre una y otra vez. Y Marty y Rust deberán desoxidarse para llegar a la verdad. Como una vocación que nunca muere, una pasión y hasta una deuda. Desempolvar los secretos propios (porque no sólo se comparte el trabajo) y tratar de resistirlos para poder seguir con una ardua investigación que los llevará por aún más oscuros caminos. No por nada el slogan de la serie es 'Touch darkness and darkness touches you back'. La pregunta es quién en todo este juego comienza acercándose a la oscuridad; quién es Thomas el Oscuro en esta historia.
Una pareja que se empareja. Un caso que se replica en miles, dando finalmente con un caso de asesinato serial. Patrones difusos en costas olvidadas de los Estados Unidos. Viejas tramas de poder local, personas intocables, dos policías que siguen solos, cuando la fuerza les da la espalda. Sospechas que recaen sobre aquellos que buscan sospechosos. Y en esa repetición de muertes y desapariciones, los roles que a cada quien le toca. Marty y Rust quedaron del lado de la luz, incluso estando rodeados de oscuridad (o incluso llevándola dentro). Una serie que arrasó en HBO y nos mantuvo en vilo, como buen policial. Guiños literarios, guiños filosóficos, guiños incluso matemáticos. Las pistas que los televidentes, nuevos detectives por momentos, tienen que seguir para llegar a captar el esplendor. Grandes actuaciones, momentos reflexivos que la televisión argentina a veces no suele prometer siquiera y que hasta parecen asustar a los propios creadores de la pantalla local. Ocho capítulos y no veremos más a esta dupla. Porque vendrán otros, como dice Rust, y ocurrirá lo mismo. Otros que cumplirán su propio ciclo, con sus propios lados oscuros y lados luminosos. Ya que al final siempre es una única historia, la más vieja: light vs dark. Y aunque Marty piense que la oscuridad tiene más territorio, el nihilista Rust vuelve al mundo de los vivos y le dice que se equivoca. Una vez todo fue oscuridad. Todo. Y si ahora está repartido, eso quiere decir que de a poco la luz va ganando terreno.
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