Esos cinco minutos te hacen florecer

Primero lo primero: cómo me gusta el Mundial. Es así de simple, y sin embargo, tan complejo. Las contradicciones de querer algo que tiene a su alrededor miles de complicaciones. Las contradicciones de querer algo que así como aviva la más linda de las pasiones, también envuelve oscuros pecados, pero que nada tienen que ver ni con Dios ni con las absoluciones de hombres presuntuosos con cruces en sus pechos, mas no en sus hechos. Así como lo fácil dura poco, también podemos decir que lo complejo es más difícil de desarmar. Será que como no es cosa simple, el viento no puede llevársela. Y por esa razón, seguimos el minuto a minuto de países que ni siquiera podemos ubicar certeramente en un mapa. Países que poco nos importan en el día a día de nuestras cosas más cotidianas. Pero igualmente nos emocionamos si los vemos sudar la camiseta, la única tal vez, como en el caso de Irán, incluso ante un insulso 0-0 contra Nigeria. Eso es un poco el fútbol mundialista (pienso en el viejo con árbol del Negro Fontanarrosa): esa contradicción entre el cielo y el infierno de todo lo que brilla y todo lo que se esconde bajo la alfombra. Son esos cinco minutos en que florecemos antes de volver a pensar en toda la miseria. Es un poco eso: la alegría y la grandeza de la mano de lo que se oculta en las relaciones oscuras del poder abismal de los de siempre. 



Segundo lo segundo: las sensaciones que deja un partido del mundial no pueden ponerse en palabras. El fútbol, más allá de su lado oscuro, puede generar sensaciones quizá pasajeras pero sin duda intensas. Que gane Uruguay sobre Inglaterra nos sigue dando esa fuerza y esa alegría de decirle al Imperio "no siempre se puede ganar". Y saber que con la victoria de hoy de Costa Rica los isleños se vuelven con las manos vacías (bah, llenas de vergüenza) a su casa. Esas pequeñas venganzas que a nivel socioeconómico quizá no signifiquen nada pero en el fondo de los corazones latinoamericanos siguen siendo importantes. La pelota no se mancha y a su vez es vengadora. El "todo vuelve" se revitaliza pero no ya como favor divino: en los pies de los que venimos de los países históricamente oprimidos. En tierra carioca, con todo y todo, se nivelan las cosas. España e Inglaterra se vuelven, y los sueños siguen quedándose a fuerza de correr y sudar en los pies de los latinoamericanos. Uruguay tiene una chance, difícil pero chance al fin, contra Italia. Y allí estaremos por esos minutos con la celeste puesta.


Tercero lo tercero: el fútbol es patrimonio cultural. Es una práctica que nos atraviesa como país. Cuando viajo por el interior, es común ver a las personas reunidas alrededor del televisor para ver un partido algún domingo. Eso que es posible desde hace pocos años increíblemente es parte de una reivindicación que nos recuerda que no sólo vivir bien es tener un determinado salario (lo cual obviamente es fundamental); vivir bien es tener esa alegría que nos da la energía para enfrentar todo lo que viene después (y lo que muchas veces está antes). La alegría es también un derecho de todas las clases sociales. Es difícil para aquel que no tiene un cuadro de sus amores o una bandera que defender poder entenderlo. Pero el ritual del fútbol va más allá de los millones que roba la FIFA y que ni siquiera van para un equipo como el iraní, que ni camiseta de recambio tiene. ¿Qué son los goles de Maradona a los ingleses? ¿Qué es para Irán salir primero en el continente asiático y estar en Brasil jugando? ¿Qué es para el hincha abrazarse con el desconocido de al lado que igualmente se vuelve íntimo en el abrazo mundialista, como esa foto del canalla y el leproso en Río? El fútbol es una estrategia pero no sólo comercial. Es una energía que nos corre por el cuerpo cuando nos quedamos pendientes esos segundos antes de que Messi meta el gol. Y no podemos respirar y tenemos cuarenta mil de fiebre.



Cuarto lo último: esta entrada es sólo una bienvenida a esta primera tanda del Mundial 2014, tan contradictorio como sorpresivo. Lo que se revitaliza en un partido, lo que está en juego, no se queda en esos 90 minutos. Tampoco se queda olvidado en el Maracaná. Este mes estamos transformados, nos comunicamos en un mismo lenguaje, tenemos una misma preocupación. Ya sé que es una ilusión, que después uno vuelve (aunque cueste volver) y sigue como todo lo que no tiene mucho sentido. Pero ¿no es el fútbol un poco de ilusión? ¿Y no es la ilusión de alegría un derecho del pueblo? ¿Un incentivo? Yo sé que no se soluciona nada por fuera de esa cancha, que la reivindicación no ocurre. Pero nos queda ese momento de decir 'la mano de dios  nació en esta tierra' y nos queda esas ganas de que Uruguay al ganarle a Inglaterra sea toda América. Es un empujón que nos ayuda a seguir un poco, sin olvido por supuesto, sin anestesia. Pero con la alegría que es la base desde la cual se construye todo lo grande, como hemos aprendido. El fútbol, querido viejo con árbol, es también eso. Es eso: una ilusión. Pero que nunca se mancha ni se destiñe ni pierde esa fuerza que ni la FIFA ni un árbitro japonés pueden sustraernos. La ilusiónde lo que florece a veces y a lo mejor resulta bien: los cinco minutos que mantienen a los otro ochenta y cinco.




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