The magic that you do

No estamos de vacaciones pero falta sólo una semana. Quizá la más enloquecedora para los que transpiramos el mundo docente. Pero una al fin. Y entonces empezamos a sentirnos un poco más dentro de ese clima vacacional. Empezamos a volver a las películas pochocleras para relajar un jueves a la noche después de volver cansados a casa. Empezamos a pensar qué libro retomar o comenzar a leer. Empezamos a armar planes (imposibles, muchas veces) más ambiciosos que requieran horas de sueño disponibles al día siguiente. Empezamos. Y así fue que anoche llegué a Harry Potter (porque nadie dice que los regresos sean siempre triunfales). Y volví a la sexta entrega de la saga. Una película oscura, producto de David Yates, que ya había oscurecido la historia a partir de la película cinco. Todos los colores se vuelven neutros, quizá porque así lo amerita la historia, después de todo, prima un poco la tristeza, la preocupación por un destino peligroso (siempre lo fue y siempre lo supimos, pero en la adolescencia más plena parece que todo es aún peor). Harry tiene 16 años y se da cuenta de que las cosas se complejizan cada vez más. No todo siempre un cien por ciento negro: Harry conoce el amor, así como Ron y Hermione. Lo agridulce es parte de la vida, su sabor característico de hecho. Y así podría ser pensada la vida de Harry, que un adolescente dicho por todo el mundo, y que no logra hacerse oír, ni siquiera para sus adentros. El clima vacacional reina, pese a todo, y así nos ponemos en esta tarde nublada de viernes a hablar de este niño que vivió.


La película narra la parte de la trama en la que Hogwarts ya no funge como escuela ni como espacio de encuentro para adolescentes ansiosos: estos chicos fueron viviendo trauma tras trauma, y aunque aprendieron lo que significa el valor del coraje y de la amistad, perdieron mucho en el camino y tomaron decisiones que quizá ningún niño de quince años jamás debería tomar. Los adultos los necesitan porque el destino del mundo está en juego y sólo el elegido y sus amigos podrán dar vuelta lo que está escrito en piedra. Todo es sospecha, estar alerta, desconfiar y confiar, como la doble cara de una moneda. Es que donde hay enemigos también hay aliados, sólo que saber en quién confiar no siempre es tan sencillo. Los malos que parecen malos pueden no serlo y viceversa. El pasado es una sombra que se cierne sobre todos los adultos y siempre vuelve para decirnos ' ¿y si hubiera...?'. Pero no lo hicieron y todo vuelve eternamente. Para Voldemort en cambio todo es fácil: él es malo, malo, malo. Y lo fue desde pequeño, aunque hayan confiado en él. Parece que efectivamente el refrán inglés se cumple en esta película inglesa: a leopard can't change its spots. Pero el mismo Severus Snape (qué genial es Alan Rickman) va en contra de esa premisa. Las manzanas podridas, las sanas y las que pueden salvarse conviven en esta historia. Y el film seis está en ese punto. El punto en el que Albus deja de estar y alguien más tendrá que tomar las decisiones difíciles, quizá con menos ingenio pero con igual o mayor entrega. Una película además donde florece el amor adolescente, donde ya no se esconden ciertos sentimientos, que en las próximas entregas serán decisivos. Porque al final siempre nos mueve el amor. Incluso la falta de amor, la vuelta de espalda del mundo (como dice la canción, "yo soy rebelde porque le mundo me hizo así, porque nadie me ha tratado con amor, porque nadie me ha querido nunca a mí") que hace que haya Voldemorts, y el rescate a tiempo, que hace que hayan Harrys. Los eternos mosqueteros, que no se agotan nunca aunque cambien sus apariencias y renazcan en films para adolescentes, con personajes adolescentes que salvan el mundo podrido que heredan de los adultos, sin ninguna gloria pero en busca de ella. Una película donde todos pierden y algunos ganan. Donde se forman equipos o se forman complots, unos regidos por el amor y el compañerismo; otros regidos por el temor. Y esas bandas se enfrentan, aparentemente en desiguales condiciones. Pero siempre es el amor, como el de Lily Potter al principio de todo, que propicia este final.


¿Qué se puede decir de un film de Harry Potter? Que no es Fellini, ya lo sabemos. Que tampoco es necesariamente una película de esas románticas que necesitamos un domingo a la tarde, lo sabemos también. Que nos recuerda un poco a nuestra propia adolescencia o a los recreos en la primaria leyendo los libros, no lo podemos negar. Muchos de nosotros nos imaginábamos la cara de los tres amigos antes de que salieran las películas y terminamos de leer la saga con la cara en mente de Emma, Daniel y Rupert. Muchos de los que trabajamos con pre-adolescentes también sabemos que Hogwarts no pierde vigencia en la mente de los chicos que sueñan con descubrir algún día que algo así como el andén 9 3/4 en realidad existe. Quizá sea eso lo que vale: así como Harry, Ron y Hermione, con sus idas y vueltas, llegan juntos al final del viaje, los que de chicos leíamos la historia también tuvimos la necesidad de hacerlo, aunque la última entrega nos haya agarrada en el final de la adolescencia. Quizá lo que vale sea que los chicos de 12 años aún hoy siguen teniendo algún tipo de fantasía, que luego dejará lugar a otras más elaboradas, más locales, más nuestras. O quizá, al igual que tanta literatura facilista, el valor esté en que para muchos es una puerta de entrada a las palabras que hasta ese entonces los libros ocultaban. Ahí entramos los adultos para ayudar a andar el camino, sobre todo para los que no son tan lectores (conozco a varios de ésos). O finalmente tal vez no haya que rescatar ningún valor en una película que nos dice que el amor es todo lo que nos mueve, lo que empuja al mundo: esa entrega, que vale tanto para una batalla histórica por la independencia como para un partido de fútbol. Quizá sea sólo dejarnos llevar por esos mundos que jamás serán reales en nuestras vidas, pero que se han ganado un lugar en nuestra memoria emotiva, en nuestros jueves a la noche después de trabajar, en una tarde lluviosa con pantuflas y amigos. El valor de lo que dura un fugaz momento, como es ese mundo mágico que nos acompaña esos 140 minutos. Ese hechizo, esas fotos que se mueven, las varitas, las túnicas. La magia que es todo lo que puede prevalecer siempre y cuando sea hecha con amor, porque en este film donde los buenos mueren también, sin embargo, el mal no puede vivir, no tiene lugar permanente y pierde coherencia. El mundo sigue prefiriendo a los que aman y a los que sólo buscan hacer daño, simplemente se les dice adiós. Una vez más, quién dijo que todo está perdido. Aquí viene la sexta entrega, Harry Potter and the Half Blood Prince, repleta de personajes que vienen a ofrecer su corazón.


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