Love in the dark
Los detectives de las series -sobre todo las inglesas y estadounidenses- tienen otros dilemas en la vida si uno los compara con las personas comunes y corrientes. Quizá en esa pérdida de realidad reside su atracción: elevamos los casos por encima de lo que normalmente uno se entera que la policía resuelve (o propicia) y entonces debemos también elevar el nivel de los inspectores que protagonizan las historias. El caso más extremo será el de Sherlock Holmes, probablemente, sobre todo el reciente de Benedict Cumberbatch. Pero no es el único. Estos personajes tienen una inteligencia fuera de serie, tan por encima que las relaciones con otras personas se dificulta. La vida social de todos ellos, ante nuestros ojos, es deficitaria y disfuncional. Por momentos, uno envidia esa suprema astucia y empatía con el mundo del crimen que los lleva a la gloria de atrapar al malvado villano, incluso pasando por penurias personales y dilemas morales difíciles de afrontar. Los villanos de Sherlock son fáciles de odiar. Muy pocos nos generan una suerte de empatía o de comprensión. Pienso en los villanos de Batman, que de tanto haber sufrido se convierten en monstruos, pero jamás en monstruos perdonables. Hay algo en el orden del grotesco (no tanto quizá en el de la psicosis) que nos impide amarlos. Pero hoy pienso en otra serie que vi hace poco y que nos presenta a un inspector de policía excepcional: John Luther (interpretado por Idris Elba).
Luther (nombre de la serie también) es un hombre grandote, sabe pelear si lo necesita, es impulsivo y sumamente inteligente. Es una buena persona, con una genuina preocupación por el Otro, ese que siempre está en peligro -generalmente mujer- porque Londres se ve azotada una y otra vez por estos asesinos psicópatas y que encima matan en serie. Luther se prueba, por supuesto, en esa búsqueda contrarreloj que debe siempre hacer: prueba su inteligencia. Y sabe que si falla, alguien muere. Ese "alguien" parece ser más importante para este detective que para otras excepcionales mentes que también se enfrentan a viles acertijos. Luther tiene ese costado un poco más humano. Además, es impulsivo, menos racional de lo que Sherlock aparenta, y esos impulsos que a veces lo llevan a la violencia o a tomar malas decisiones (o decisiones que son humanamente comprensibles pero en términos lógicos, criticables) lo distancian un poco de este mundo tanto cruel como especulador de las mentes brillantes -y solitarias. Luther estuvo casado y ama a su esposa -la bellísima Indira Varma-, pero ella no puede competir con el trabajo, con esa necesidad de salvar gente y resolver casos. Como siempre, el "moral compass" del detective brillante es una persona esperable, quizá un poco distinta al común (porque si no, no sería tan importante, como ese Watson para ese Sherlock), pero dentro de todo, es una persona que quiere volver del trabajo, descalzarse, servirse una copa de vino y ver algo de tele o leer un rato. Nadie así puede llegar a ese ritmo de vida al lado de John Luther. El problema quizá sea el tiempo. La serie estadounidense True Detective proponía lo siguiente: when you touch darkness, darkness touches you back. Y algo de eso hay en Luther. John estuvo demasiado tiempo siguiendo a personas desquiciadas que mataban a troche y moche sin que nada importara. Entrar en ese mundo criminal a diario durante tanto tiempo no puede ser gratuito para nadie. Y John es un ejemplo más. Su esposa, sin embargo, no parece haberlo dejado de querer -es como uno de esos amores que más allá de la distancia y del volver-a-empezar no se mueren nunca-: había dejado de querer estar en esa vida, y había querido querer otro estilo de hombre, de relación, de cotidianeidad. Por supuesto, sabemos todos que eso jamás se logra. La oscuridad también la había tocado a ella. El cantante guatemalteco por excelencia se pregunta "¿cuándo volverás a ser lo que no fuiste nunca?". Y la respuesta está en la pregunta: nunca. John no puede cambiar -"I am who I am. I am a police officer"- y tampoco el mal puede cambiar. La misma relación de siempre -tale as old as time-: la ciudad tiene el crimen que crea, el vigilante tiene al vigilado que crea y así eternamente se sigue en una madeja compleja de relaciones de si el huevo o la gallina. Los criminales de esta serie son personas tocadas por la oscuridad de diferentes formas. Porque han sido víctimas de otro crimen que los ha marcado, porque han sido niños con infancias duras, porque la vida no los ha tratado con amor. Hay algunos de esos "villanos" que en realidad podrían ser cualquiera, y sin embargo, la vida los lleva a ese lugar de apuntar y disparar contra otro inocente. Por eso dejan de serlo. Y sin embargo, necesitamos esperar para odiarlos. Quizá porque el detective que los sigue es un buen hombre, un hombre que supo de ser de este mundo y que ahora sufre porque no puede volver, no puede dejar de ser ese policía,en esa ciudad de pobres corazones donde mucha gente inocente muere a manos de otros, nada poderosos, pero que un día cruzan la línea. John ama, pero ama como puede, desde ese "soy lo que soy", que a veces le trae más problemas que soluciones pero también le regala algo difícil de conseguir si no estás a la altura: la lealtad incondicional de quienes lo quieren. Y sobre todo, ese mismo "quienes lo quieren".
Una gran serie, policial sin duda, pero que desnuda un poco esos dilemas internos, esos despliegues de personalidades extravagantes y únicas -como el personaje de Alice Morgan (la perturbadoramente bella Ruth Wilson), una asesina que se escapa una y otra vez, una astrofísica brillante, niña prodigio, que se vuelve algo así como una amiga, una confidente, una compañera de aventuras y de tantos motes, en realidad ninguno le cabe: no existe esa relación en el mundo de la familiaridad "normal". La moral, el amor, la muerte, el crimen, la policía, la lealtad, las relaciones personales, el ser mismo. El inspector y detective que desafía su inteligencia para salvar a una persona anónima, sustraída un día por un maniático de su vida diaria. John Luther es el que debe preguntarse lo que el hombre de a pie no. Es el que debe tener esa discusión interna de cómo actuar frente a un tipo que viola niños, sin poder caer en el facilismo simple de "meterle dos tiros". Otro que no parece un héroe, sino el vigilante de la oscuridad, el Batman de un Londres más real y menos grotesco -por momentos- que Gotham City. Y un mensaje, como en True Detective, que pese a todo nos da esperanza: aún queda amor. Aún hay amor. La luz sigue ganándole terreno a la oscuridad. Entre otras cosas, porque aún quedan hombres como John Luther.
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