El aguante
En el hall central del colegio secundario al que fui había placas conmemorativas de los cientos de chicos desaparecidos. Una en particular siempre me impactó (o mejor dicho, me impactó de una vez y para siempre). Era pequeña, apenas un puñado de nombres. Espejada. Ibas leyendo los nombres y probablemente no le prestaras atención a tu propia mirada reflejada. Hasta que la última línea decía "así se veían". Y sólo te quedabas con tus propios ojos, a la misma edad de muchos de los que habían sido secuestrados hace ya hoy 40 años. Imposible no identificarse, aunque ahora mismo sólo recuerde un nombre de los que aparecían (vaya palabra) en esa placa. Imposible no sentir en carne propia esa ausencia, esas muertes. Necesitar incluso saber de ellos, qué hacían, qué les gustaba, cómo se veían. De alguna manera entender por qué ellos (o si podría pasarnos a nosotros, o de si haber estado vivos en los 70 y en ese mismo colegio podríamos haber sido nosotros). Más allá de lo que me hubieran contado en mi casa antes de empezar el secundario -que era bastante, por suerte-, fue ahí donde se volvió parte de mí esa lucha, esa marcha del 24, de los 24, esas miradas, esa necesidad de recordar (incluso sin conocerlas) a esas personas. Ese escalofrío que me recorre cuando veo publicadas en Página 12 las fotos de los desaparecidos cuyas familias homenajean año a año para recordar, para seguir buscando justicia en muchos casos, para apuntalar ese "nunca más".
Hoy, 24 de marzo de 2016, ya no marcho a la plaza con la bandera del centro de estudiantes de mi colegio. Y no encontré un espacio igual en la facultad -aunque otras banderas me identificaron luego-. Pero esa necesidad de mirar las fotos sigue siendo parte de mí o sigue estando conmigo. Y ahora que no pertenezco a una bandera específica (ya no, por el momento), necesito ver las expresiones, los colectivos que se expresan, los símbolos e imágenes de los otros que marchan a mi lado. Voy con mi cámara y miro. Como si no fuera parte y siendo parte al mismo tiempo, porque no puedo evitarlo, como no puedo evitar ir cada 24 a la Plaza. Llegar a la Plaza. Esperar ciertas columnas, evitar otras. No hay nada más difícil para mí que no estar encolumnada, como si necesitara ese sostén. Ir con alguien para no ser una mera espectadora. Ver esos ojos que me recuerdan que "así se veían". Y ver en esas otras personas los mismos pasos que tengo yo, la misma ropa incluso, los colores, las consignas, los cánticos. Las banderas, por supuesto. Hay algo en esa historia que pasó mucho antes de que yo naciera que sin embargo me moviliza, me es propia, me llama y me dice "vení, pero no vengas sola". No sé si es por el colegio al que fui, donde hubo tantos chicos desaparecidos; no sé si es por una especie de sensibilidad histórica y militante que me acompaña desde muy chica, en parte por mi entorno familiar; no sé si es porque simplemente no puedo tolerar imaginar la tortura y la violación -en nadie- y entonces necesito salir a decir como puedo "Nunca más".
Pero la marcha de hoy tuvo otro condimento. Cuando empecé el colegio a los 13 años recién asumía Néstor Kirchner. Toda mi adolescencia transcurrió en lo que yo sí creo que es una década ganada. ¿A qué? Al anestesiamiento político que nos legó la dictadura y también nos lo legó la década del 90. Le ganamos a esa despreocupación por el otro, a esa inmovilidad, a ese destierro de la palabra "militancia". Estoy convencida, con todo lo que no se hizo incluso, que ganamos. Me crié entocnes en esos años claves en un entorno que me incitaba a recordar, a organizarme, a militar, a salir a la calle, a abrazar a las abuelas, a exigir juicio y castigo, y a no olvidar ni reconciliarme ni perdonar. Pero este 2016 es distinto. El presidente de la Nación no me pide nada de eso, sino lo contrario. Me pide que reciba a Obama con los brazos abiertos el 24 de marzo; me pide que abrace con alegría el achicamiento del estado; me pide que no me preocupe por la desocupación creciente y el desmantelamiento de políticas sociales. Me pide que perdone y olvide y repita y deje de lado la palabra "política" o la palabra "ideología". Me pide lo que no sé hacer ni puedo ni quiero ni haré. Entonces la plaza de hoy fue también de protesta, de resistencia como no lo había sido nunca para mí. Fue una plaza en la que más fuerte que nunca dije "a donde vayan los iremos a buscar". En donde pedí más que nunca "yankees go home". Y recordé ese discurso de Chavez en el que dijo "yanquis de mierda" váyanse de América Latina. Lo extrañé a Hugo. Hoy fue una plaza que me despertó, porque esa década ganada está tambaleando en tan sólo 100 días cuyo corolario es la limusina blindada del presidente de EEUU paseando por las calles porteñas, viajando a Bariloche, insultando la memoria de los muertos que no aparecen, de los nietos que no se devuelven, insultándome a mí como mujer latinoamericana. Fue una plaza más que nunca desde 2003 del aguante. Por lo que fue y lo que pudo ser, por lo que será, como cantan los de Calle 13. Canción que sonó -nunca más atinadamente- en Avenida de Mayo hoy. Hoy no sólo fui porque exijo justicia y me siento identificada con los 30.000 compañeros que no están más; fui porque aguanto, por el aguante, el de hoy y el que se viene en estos arduos 4 años futuros. Como nunca antes entendí la fragilidad de ciertas victorias sociales, la potencia de la memoria de un pueblo (o una parte de él), la injusticia de que Mauricio Macri sea presidente, la condición histórica de lo que pasó en estos últimos 12 años, el trabajo qeu aún queda por hacer, la necesidad imperiosa de una militancia constante. Todo eso entendí hoy, mirando, escuchando, filmando, fotografiando, caminando la calle. Pasé por la puerta de mi colegio secundario, y sentí también nostalgia. Pasé un poco por el pasado-presente. Y por eso necesité evocar esa placa de homenaje que me marcó a los 13 años. Porque aunque esa marca sea para siempre, los procesos históricos son cambiantes, y lo bueno puede derruirse si lo dejamos desprotegido a merced de los buitres carroñeros. Necesito recordar cómo llegué a donde llegué para tomar fuerza y seguir yendo. Necesito esa placa, esos ojos, esos nombres. Por y para el aguante.
Comentarios
Publicar un comentario