¿Yo qué soy?
¿Cómo construímos nuestra propia identidad? No es un proceso solitario ni individual, incluso cuando pensemos que hay cosas personales, familiares, que sólo nos atañen a nosotros mismos. Somos parte de un conjunto social, de un momento histórico, de un país y su trayectoria. Venimos a insertarnos en una historia familiar y social que ya está en plena marcha para cuando nacemos. Uno de los derechos primordiales es aquel que nos permite entender quiénes somos. Pero existen casos en donde no es tan sencillo llegar a saber cuál es nuestro apellido, quiénes fueron nuestros padres o siquiera dónde están. Esta es un poco la historia de Ida, la falta de historia, la frágil memoria que quiso ser destruida...pero al final siempre hay algo que emerge.
La película polaca que hace unos años ganó el Oscar a la mejor película extranjera es estéticamente impecable. Tanto que hasta me incomodó: me vi pensando en los planos, las tomas, los rostros, los colores, los ritmos. Pero no en el proceso genocida que ya conozco pero que siempre emerge ante mí para conmoverme hasta lo más hondo. Pensaba en la belleza de Ida (la actriz Agata Trzebuchowska), en su mirada profunda, en el silencio del convento. En la estampita de Jesús que ella atesora. La estética del horror estilizada.
La memoria es una construcción social, que también incluye el olvido, aquello que un pueblo olvida. Sin embargo, en esta película la cruzada por el recuerdo parece una aventura de esta pareja despareja de la monja y la ex jueza. Una aventura de estas Thelma y Louise de la ex URSS. Una aventura que incluye descubrir un nuevo presente en ese viaje al pasado pero sólo como experimento y como cruzada individual. La experimentación es parte de lo que le pasa a Ida; el recuerdo, rememorar, es el final de Wanda (Agata Kulesza). Una experiencia distinta, solitaria, y hasta con un dejo de belleza. Eso nos muestra Paweł Pawlikowski. Sin embargo, sabemos, quizá por la propia historia argentina, que la memoria y el olvido social es otra cosa: tiene otro camino. Es un proceso colectivo. No una cruzada en el desierto. Quizás eso pase aquí en este país, no en todos. Quizá eso pase ahora, cuarenta años después de la última dictadura (y no 15 años después, como en la película). No sé cómo son los procesos de reconstrucción histórica en Polonia hoy en día. Sólo puedo decir qué vi en este camino hacia la construcción de la identidad propia de la joven Ida. Al final, después de tanta vuelta, parece que no fue muy lejos. Ida sigue siendo Ida, con más experiencia, pero sin salir de ese convento y ese hábito. Sin saber lo bella que es, y lo que es eso que el joven saxofonista llama "lo normal, la vida". ¿Qué elige Ida ahora que sabe? ¿Qué buscan estas mujeres en esta trayectoria conjunta y solitaria? No buscan justicia. Buscan una verdad.
A dos días del aniversario de los 40 años del último golpe cívico-militar que sufrió mi país, y en un aniversario particularmente trágico por el contexto político latinoamericano que tiende más al olvido que a la construcción de una memoria memoriosa, necesité ver esta película y también comentarla. Pensar un poco en este deleite estético y en este malestar político que me provoca el film. Una historia más de una mujer judía que sobrevivió. Una historia que nace y muere en pocos días; que muestra pero luego vela. Abre y se cierra. Este no es el proceso de construcción que espero que ocurra en mi país. Sin embargo, la película debe ser vista. La estética de esta memoria es un plano prolijo, donde la niña que descubre la tragedia de su vida no llora. Donde se encuentran la santa y la puta, y cambian un poco de roles por un momento. Pero las dos callan al final, de una u otra forma. Callan después de haber gritado hacia dentro lo que tantos años estuvo enterrado. Como si enterrar a los muertos en un cementerio judío bastara. Soy argentina y tengo más de una década recordando (incluso aquello que no viví en persona). Debe ser por eso que esta iniciativa individual de Ida y Wanda no me convence ni me emociona y prefiero perderme en la mirada de una de las Agatas y en la audacia de la otra. Me gustan las historias valientes en contextos históricos complejos. Me gusta la belleza de la estética del cine cuidado. Me faltó el dolor que desgarra en la historia de los que pierden. Y sin embargo no dejaría de recomendar la película, que es un proceso y una búsqueda, termine ésta donde termine.
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