Armar de acero los versos


Empuñé un arma porque busco la palabra justa


6 de octubre de 2011
Un poco más cerca de la palabra justa:
cuatro ex policías mendocinos fueron juzgados en un proceso justo
obteniendo por crímenes de lesa humanidad cárcel perpetua.
Entre ellos, los que asesinaron en 1976 a Paco Urondo.











Comentarios

  1. Si ustedes lo permiten,
    prefiero seguir viviendo.

    Después de todo y de pensarlo bien, no tengo
    motivos para quejarme o protestar:

    siempre he vivido en la gloria: nada
    importante me ha faltado.

    Es cierto que nunca quise imposibles; enamorado
    de las cosas de este mundo con inconsciencia y dolor
    y miedo y apremio.

    Muy de cerca he conocido la imperdonable alegría; tuve
    sueños espantosos y buenos amores, ligeros y culpables.

    Me averguenza verme cubierto de pretensiones; una gallina torpe,
    melancólica, débil, poco interesante,

    un abanico de plumas que el viento desprecia,
    caminito que el tiempo ha borrado.

    Los impulsos mordieron mi juventud y ahora, sin
    darme cuenta, voy iniciando
    una madurez equilibrada, capaz de enloquecer a
    cualquiera o aburrir de golpe.

    Mis errores han sido olvidados definitivamente; mi
    memoria ha muerto y se queja
    con otros dioses varados en el sueño y los malos sentimientos.

    El perecedero, el sucio, el futuro, supo acobardarme,
    pero lo he derrotado
    para siempre; sé que futuro y memoria se vengarán algun día.
    Pasaré desapercibido, con falsa humildad, como la
    Cenicienta, aunque algunos

    me recuerden con cariño o descubran mi zapatito
    y también vayan muriendo.

    No descarto la posibilidad
    de la fama y del dinero; las bajas pasiones y la inclemencia.

    La crueldad no me asusta y siempre viví deslumbrado
    por el puro alcohol, el libro bien escrito, la carne perfecta.

    Suelo confiar en mis fuerzas y en mi salud
    y en mi destino y en la buena suerte:

    sé que llegaré a ver la revolución, el salto temido
    y acariciado, golpeando a la puerta de nuestra desidia.

    Estoy seguro de llegar a vivir en el corazón de una palabra;
    compartir este calor, esta fatalidad que quieta no
    sirve y se corrompe.

    Puedo hablar y escuchar la luz
    y el color de la piel amada y enemiga y cercana.

    Tocar el sueño y la impureza,
    nacer con cada temblor gastado en la huida

    Tropiezos heridos de muerte;
    esperanza y dolor y cansancio y ganas.

    Estar hablando, sostener
    esta victoria, este puño; saludar, despedirme

    Sin jactancias puedo decir
    que la vida es lo mejor que conozco.

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